Rescatando al japonés Akira en el cine Colón

SUPLEMENTO ESPECIAL 24 de octubre de 2022 Por REDACCION
Emotivo relato de un suceso que muy pocos conocen. La historia del tipo que perdió un micro por una película que siempre consideró demasiado breve. Fue en el cine Colón, aunque pocos pueden dar fe de ello en estos días.
06-Cine Colón
FOTO ARCHIVO CINE COLÓN. En tiempos de blanco y negro, decenas de rafaelinos esperan por entrar al cine Colón, sobre calle San Martín, a metros del Banco Nación.

Por Edgardo Peretti

En este bendito país (nunca tan bien aplicado el término) las oficinas públicas tienen (una ganada) mala fama. De nada vale que las pinten, las perfumen o las hagan agradables a la vista. El último atisbo de cordialidad se lo llevó la maldita pandemia y no se avizora -aún- que vaya a cambiar.
Lo que sí permanece en el alma y oculto deseo de todos es que los que están afuera critican a los de adentro, pero sólo hasta que igualan su condición. Neto producto del ser nacional. Pero no en todos los lugares es igual. En mi pueblo no es diferente. Y en el cielo de mi pueblo, ni le cuento.
Igual, no falta el almanaque, la estampita de Ceferino, el mate gringo (con azúcar, obvio), un par de sellos de goma y una foto del Diego metiéndola con la mano a los ingleses con la leyenda. “D10s todo lo puede”.
A cargo de la repartición está el siempre requerido San Antonio quien ha sido recientemente trasladado desde la sección Casamientos (por falta de laburos) a esta que se denomina “Coordinación específica de reparaciones y afectaciones ante reclamos de ángeles y otros que no lo son todavía. Sub-Coordinación de ajenos al palo y al credo”. Como se advierte, la semejanza terrenal es puntillosa.
Si bien cuenta con una dotación de tres mil asalariados celestiales, San Antonio confía plenamente en San Benito, un morocho que tiene relaciones con el Jefe y que suele aportarle muy buena data, vulgo chimentos.
“Oiga, Jefe”, susurró Benito ante su superior. “Ahí tenemos una orden que llega de arriba y que nos viene muy bien para que usted levante la puntería, porque ya sabe que la falta de casorios se la endilgan a usted, incluso el que manda”.
Como Tony (como lo llamaban) no le dio bolilla, Benito continuó: “El caso es así: hay que traer a un japonés que se perdió en un cine hace como cuarenta años y tenemos sólo un día para hacerlo”. “¿Y? ¿Yo que tengo que ver con eso?”, retrucó un tanto molesto. “Mire, eso es algo que nos corresponde y además nos abre la puerta para solucionar un problema que nadie resolvió acá en mucho tiempo. Si lo hace, queda en buena posición para volver a lo suyo”. “Me interesa”, alegó el santo.
“Le adelanto que el tema no es sencillo. Para rescatar a este individuo, tenemos que mandar a otro que nos trajimos por equivocación hace cuarenta y un años, en un solo día y sin margen de error. Si pifiamos (SIC) nos rajan a los dos derechito al infierno y sin indemnización”.
“¿Cuál sería el problema?”. Contestó, confiado, Tony. “Bueno, el que tenemos que traer es un japonés que se perdió en un cine el día que fue a ver ‘La condición humana” de Akiro Kurosawa. Como la película dura nueve horas y media, se le terminó el permiso y perdió el transporte de vuelta al cielo. Sigo. El único que puede buscarlo es un tipo que trajimos, por error en su lugar y que ahora reclama para el trabajo que le otorguen algunas prebendas”. “¿Cómo cuáles?”.
Benito respiró profundo y sacó un anotador del bolsillo. Pensó que sería más fácil. “Bien, el tipo este es amigo de un personaje poderoso allá, en la tierra; pero exige consumo sin límites de gastos en la Confitería 356, entrada libre para el Parque del Doctor Chalita y una camiseta de Atlético de Cacho Pirola, en lo posible, autografiada”.
- ¿No quiere también una fiesta atendida por Miguelito?
- Dice que con un par de pizzas en la Chopería Mary está bien.
Bastante cabrero, pese a su condición de santo, Tony accedió y el día indicado, 24 de octubre de 2022 (fecha terrenal, se aclara, porque en el cielo se cuenta diferente), el tipo – que llamaremos “Cacho” por respeto a su intimidad- se bajó del micro que venía de las nubes y apareció, para disimular en la estación de ómnibus. Si bien apenas se consumía el primer minuto del día 24, llamó la atención a los noctámbulos merodeadores de la zona que vestía un jean y una camiseta de Atlético con el número 6; esto, porque en esa época nadie usaba este tipo de prenda, salvo en la cancha y del lado de adentro.
Emocionado, casi nublado por las lágrimas que llenaban sus ojos, lo primero que hizo fue pasar por “356”. Lógicamente, lo encontró cambiado, con más luces y con mozos a los que nunca había visto. Lógico. Habían pasado cuarenta años y un rato.
Primero consumió (dos hamburguesas completas y un Martini con aceitunas, más papitas con perejil y cazuela de salchichas de Colombo) y luego consultó a un vecino de mesa: “Dígame, don, ¿sigue abierto el cine Colón?” El otro tardó en contestar; miró a sus compañeros de pitanza, consultó en el celu, volvió a mirar y lanzó la frase matadora: “No. Cerró hace más de treinta años. Si quiere, le preguntó a mi viejo.”
“Gracias”, fue la lacónica respuesta. La cosa se complicaba. No estaba para llamar a Benito a esa hora y lo único que tenía a mano eran unas fotos viejas del cine que ya no era cine. “Voy a ver igual”, reaccionó. Pero la historia se le venía encima. Si hasta el viejo y querido bar “Sirocco” ya no estaba en la galería San Martín y el cine, el edificio, mejor dicho, ahora funcionaba como panadería. No se rindió. En este tipo de actividad trabajaban de madrugada, así que se acomodó cerca de la puerta, del lado de Casa Baravalle y esperó que llegase el primer operario. A las tres y media de la mañana llegó el capataz. Para no asustarlo, le habló de lejos y con voz calma. “Hola, disculpe, estoy buscando a un japonés, ¿conoce alguno?”. El otro detuvo su paso, y no dudó: "El único japonés que conozco es Akira, un viejito que trabaja acá desde que me acuerdo”. Bingo.
“Tengo que hablar con él. ¿A qué hora viene?”. “Vive acá. Venga, pase. Se alegrará de ver a alguien, habla poco pero es muy trabajador. Disculpe, ¿para qué tiene puesta esa camiseta?”. “Es lo único que tengo”, retrucó a modo de excusa, aunque fue terminante.
Pasaron. El tipo estaba en el fondo del local acomodando bolsas de harina. No parecía un hombre mayor. Hablaron en un murmullo. Cuando terminaron, al oriental se le dibujó una sonrisa muy leve, escasa para la circunstancia. “Venga – le dijo el Cacho- lo llevo a la Terminal y mañana está en el cielo”. “No puedo, tengo la fiesta del pueblo y me encargaron como setenta ensaimadas”, se quejó. “Lo siento. Son órdenes. Dígame, ¿valió la pena la película que vino a ver?”.
“No me gustó el final y hasta me pareció corta.” “¿Tiene algo de equipaje?”.
“Una camiseta de Atlético que me regaló el Chueco Sola, ¿la puedo llevar? Me hice hincha del celeste”. Cacho le dijo que sí; cómo iba a negarse.
El éxito de la misión fue total. San Benito se anotó un poroto y San Antonio fue promovido a una nueva sección: Dirección general de uniones de hecho con promesa de casorio y uniones convivenciales con posibilidad de concretar (sujeto a resultados y estadísticas).
Eufórico, el tipo lo convocó a Benito para felicitarlo y, además, nombrarlo nuevo asesor en el rubro. “Tráigame a ese muchacho, Cacho, algo le vamos a dar!” “Imposible, jefe. Se quedó en la tierra. No quiso volver. Dijo que muchas gracias y hasta siempre”. “¿Y qué va a hacer allá abajo, en medio de la crisis?”. “Mire. Tenía unos mangos en el banco, puso un lavadero de autos, se hizo socio de una mutual, aprendió a comer bagna cauda, llora por el costo de vida, tiene el auto flamante en el garage y quiere ser concejal.” “¡Qué bueno! Ya le falta poco para ser un rafaelino total!”.
“No crea, Tony. No crea.”

(Gracias a Fernando Algaba por su aporte documental)

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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