Sobre modas que pasaron a ser recuerdos

Información General 25 de septiembre de 2022 Por REDACCION
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16-SOBRE


POR ORLANDO PÉREZ MANASSERO

He leído con suma atención en este Diario el elogio a la ojota, un tema magistralmente tratado por el escriba amigo Edgardo Peretti, elogio que hace extensivo a aquellas que fueron sus antecesoras, las chancletas y las chinelas. Lo cierto es que hoy, en pleno siglo 21, si hurgamos dentro de mesitas de luz, botineros o debajo de las camas, encontraremos todavía chancletas, chinelas y ni que hablar de las infaltables, imprescindibles y muy modernas ojotas. Pero dicha nota me hizo pensar que en la eterna guerra de las modas hubo cosas que se salvaron (como las ojotas), algunas que resultaron heridas y volvieron con el tiempo y otras, muchas, que murieron y pasaron a ser solo recuerdos. Indagando sobre aquellos tiempos en los que papá y mamá eran jóvenes y reinaban las chancletas (décadas del cuarenta y del cincuenta) llegué a la conclusión que nunca ellos (ni nadie) hubiesen osado ir con este calzado al centro de la ciudad. Es que por entonces las costumbres en Rafaela eran muy rigurosas y hacían que su uso se circunscribiera al barrio o al hogar. Si un hombre joven, por ejemplo, decidía ir un domingo a la tarde al bulevar Santa Fe para “relojear” a las chicas que paseaban por sus canteros centrales en la clásica “vuelta del perro”, debía cargar entonces con algunas de esas cosas de la moda que resultaron heridas y con muchas de las que murieron. Veamos; salía el hombre del baño con camiseta malla y calzoncillo blanco, de tela, con botones, ancho y largo hasta casi las rodillas, y “chancletas” por supuesto. Si era un “pituco” quizás lucía un “robe de chambre” o al menos una “salida de baño” de tela de toalla larga hasta sus pies calzados con “pantuflas”. Procediendo a vestirse para dicha incursión céntrica comenzaba por la camisa blanca recién planchada, de rígido cuello almidonado y mangas largas que terminaban en unas anchas y también almidonadas bocamangas que se abotonaban con imponentes “gemelos” de oro (o de metal dorado, o de porcelana). Paso siguiente: las medias blancas. Para que la ley de gravedad no las amontonase sobre los tobillos el hombre debía sujetarlas con las “ligas”. Eran estas unas cintas elásticas que se ajustaban en torno a las pantorrillas con una extensión descendente provista de un botón a presión que abrochaba a las medias manteniéndolas izadas. Luego el hombre vestía el pantalón que formaba parte del “ambo” (llamaban así al “traje” compuesto de saco y pantalón al tono, principalmente gris oscuro). Esta prenda, bien masculina por entonces, quedaba ubicada en su lugar gracias a un importante elemento; los “tiradores” Este artilugio estaba compuesto por una cinta flexible de variados materiales y distintos anchos y colores que sujetaba al pantalón por detrás con dos botones y luego, subiendo por la espalda, se bifurcaba pasando sobre cada hombro suspendiendo la prenda en su lugar con cuatro botones en el frente, regulando a la vez su altura con hebillas corredizas que tenía a ambos lados. Ya puesto el pantalón y asegurado el cierre de la “bragueta” (cuatro botones) era de vital importancia para el hombre que la afilada “raya del pantalón” quedase perfectamente vertical desde la cintura a los pies, y no faltaba quien parecía desconfiar de los “tiradores” solos y también adjuntaba un “cinto” de cuero que a la vez servía para poder colgar de él la “cadenita” que, luego de una graciosa y larga curva, terminaba en el bolsillo con las llaves de la casa y un “cortaplumas” en su extremo (para limpiarse las uñas). Finalmente en el pequeño bolsillito delantero de la cintura el hombre deslizaba el reloj a cuerda con tapa (Omega, herencia del abuelo). A continuación llegaba el turno de los zapatos (Grimoldi) negros y puntudos, lustrados ambos a conciencia a fuerza de “betún” (Colibrí) y cepillo. Ponérselos requería el uso de un “calzador” de metal enlozado colocado en el talón entre el zapato y la media que hacía deslizar el pie al interior. Luego, una vez calzados, el hombre anudaba sus cordones con primorosos y simétricos lazos. Si los zapatos llevaban ya muchos kilómetros de marcha y un sinfín de “valses”, “corridos” y “rancheras”, seguramente estaban provistos de postizos “tacos de goma”, “medias suelas” de cuero, nuevas, claveteadas, y “chapitas” de metal clavadas a su vez en las punteras. Seguía luego la corbata oscura trabajosamente pasada por dentro del “cuello duro” a la que después, frente al espejo, trataba de hacerle el “lazo”, ese perfecto nudo triangular anhelado que siempre salía más bien parecido al que lucía por entonces Alberto Castillo. No era cuestión de que esta prenda flameara por lo tanto se colocaba la “traba de corbata”, una especie de “clip” gigante (bañados en oro los más “finolis” con un rubí de mentirita en el centro) adorno este que la sujetaba a la camisa, pero, por las dudas y para asegurar su impecable ubicación, el hombre pasaba la punta de la corbata por debajo del cinto alojándola dentro del pantalón. Llegaba el momento del saco. Se trataba de uno “cruzado” de izquierda a derecha, largo, ancho, con “hombreras” y ocho botones al frente (más tres de adorno en cada manga) y de los cuales solo uno se usaba para abotonar. Grandes “solapas” con ranuritas ostentando a la izquierda una pequeña insignia de Boca Juniors y, en el bolsillito superior, también a la izquierda, un pañuelito de dos picos, blanco, almidonado y planchado, además una “pluma fuente” asomando al lado (si era Parker mejor) y un oculto “peine de carey” con estuche. En el bolsillo interior del saco, lado izquierdo, la “billetera” con cinco pesos moneda nacional y la cajita con las pastillitas “Sen-Sen”, en el de la derecha la “pitillera” esmaltada portando cigarrillos “Fontanares 12”, el “encendedor a mecha Zippo” y la “boquilla Crisol”. Y para completar la indumentaria una duda; darse una “biava” con brillantina o usar un “fungy ladeado”. Seguramente el hombre optaría por ambas cosas; una peinada “a la cachetada” con “Brillantina Palmolive” para luego calarse con cuidado el sombrero “Waterman Hats” gris oscuro con “tafilete” negro recién comprado en Tienda La Nueva. Antes de enfilar hacia la calle era menester masticar unas cuantas minúsculas pastillas “Sen-Sen” para perfumar el aliento y, para el rostro, tres apretaditas a la “pera” de goma del “perfumero” cargado con “Agua de Colonia Brancato”. Y listo... ¡allá se iba el hombre a conquistar a las chicas del bulevar Santa Fe! El amigo lector sabrá distinguir en esta descripción las cosas de hace 80 años que subsistieron, las que volvieron y aquellas que definitivamente resultaron muertas en esa eterna guerra de la moda y que hoy son solo lindos recuerdos de un tiempo pasado en nuestra querida ciudad de Rafaela.

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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