Brown, nuestro héroe naval

Notas de Opinión 04 de marzo de 2021 Por Ricardo M. Fessia
Se cumple un nuevo aniversario de la muerte del Almirante Guillermo Brown. Vale la pena recordar la vida de este marino irlandés considerado el padre de la Armada Argentina.
Esa mañana parecía que el sol había salido más temprano y por lo tanto a poco, ya los rayos abrazaban la amplia casona y todo hacía pensar que sería otra jornada de calor.
En el cuarto principal, un anciano yace en una cama holgada. Con voz apagada y balbuceante se lo escuchó decir “Comprendo que pronto cambiaré de fondeadero, ya tengo el práctico a bordo”. Luego cerró los ojos y a poco dio el último suspiro. Sus manos arrugadas por las inclemencias de los mares, reposan en las sábanas blancas.
El que partía era el almirante Guillermo Brown; era el 3 de marzo de 1857. A su lado estaba su esposa Elizabeth, el coronel de marina José Murature y el padre Anthony Dominic Fahy, el primer capellán de los irlandeses en el país y que tantos servicios prestó a sus compatriotas.
Pero si las presencias son importantes, no menos lo son las ausencias. Fuera del país, se encontraba su primogénito, Guillermo, también marino que unos años antes se había cubierto de gloria en Obligado. Tampoco estaba Elisa, muerta tres décadas antes en las mismas aguas rioplatenses luego de enterarse del fallecimiento de su prometido con el que se casaría ese año, el capitán Francisco Drummond, comandante del Bergantín Independencia, en el combate de Monte Santiago. Acontecimiento romántico al que le cantó León Benarós.
Nacido en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777. Con apenas once años se marcha con destino a Filadelfia, pero pronto se embarcará para surcar varios mares. Regresa a Inglaterra donde hace la carrera militar.
Para 1810 y en navío propio atraca en Buenos Aires en misión comercial, pero se siente llamado por las luchas de independencia y ya no se marchará.
Nacionalizado argentino, dedica su vida a la causa de la nueva patria, siendo figura principal en las luchas por la independencia y por ello el padre de la Armada Argentina.
La compañía en los últimos instantes era el reflejo de su vida y obra: la Armada patria y la profunda fe católica. Era hombre de rosario diario y misal, lo mismo que de sextante y espada. Desde su primera incursión en el estuario del plata, momentos previos al primer gobierno patrio, sirvió a la joven república hasta su muerte.
Su compromiso y conducta le habían hecho gozar de respeto y admiración. Respondió a Rosas por dos décadas pero nadie le regañaba ello, no obstante las fuertes disputas con el Restaurador y toda su acción de gobierno. Había combatido contra españoles, brasileros, la alianza británico-francesa. Haciendo gala de su fina ironía y en forma cariñosa, don Juan Manuel lo llamaba “el viejo Bruno”, castellanizando el nombre Brown.
Respondiendo a una visión de estratega, en marzo de 1815 logró su primer objetivo: la toma de la isla de Martín García. Consagró esta victoria cuando en junio de ese año nació su otra hija y le puso el nombre de Martina, en recuerdo de este combate.
En su despedida un joven Mitre dijo: “Mientras flote en estas aguas una chalupa o flamee en ellas un gallardete argentino, el nombre de Brown será invocado por todos los marinos como el genio protector de nuestros piélagos”,
En tiempos de grandes rivalidades, siempre mereció el respeto. Tuvo que ejercer como gobernador delegado en los momentos luego del golpe de Lavalle y el fusilamiento de Dorrego. Cada una de las victorias navales de la Confederación fueron festejadas con apoteosis por los federales del interior. Incluso algunos de sus comandados, para el 52 tomaron caminos contrarios. Espora Thorne, Eréscano, Pinedo y Toll se enrolaron con los de la confederación, en tanto que Seguí, Rosales, Cóe y Somerella para los adversarios.
Logró conformar una escuadra que otorgó victorias a la gloria del país. Pero también prestó servicios a la causa latinoamericana en puertos del Pacífico a los que llegó con patente de “Corso” que le otorgó el Directorio y obtuvo triunfos en El Callao, Guayaquil y Antillas.
Siempre le tocó enfrentar fuerzas notoriamente mejor dotadas, pero siempre también su habilidad superó esa adversidad. Tal vez la gloria llegó en Juncal cuando en febrero de 1827 con menores recursos pudo doblegar a una poderosa flota lusa-brasilera e incluso hacerse de algunas naves que luego sirvieron a la nación.
En el marco de este subcontinente no se registra otro antecedente de un voluntario extranjero. Se lo pretendió vincular a lord Thomas Cochrane, nacionalizado chileno pero sepultado en Westminster, por su combate a los españoles, pero no pudo resistir caer venalidad y prueba de ello es una sombra que lo persigue a San Martín por el alquiler de la flota para la campaña al Perú.
Había comprado amplios terrenos en el sur de la ciudad de Buenos Aires en 1813, donde levantó su casa que pronto llamaron “Casa Amarilla”, por el color de las paredes y ese nombre de manera informal y luego plasmado en los documentos, subsiste hasta nuestros días con un complejo de viviendas y una gran casona donde fue sede de la empresa de ferrocarriles, luego mercado de papas y cebollas y hace unos años utilizado por un club de futbol.
Casado con Elizabeth Chitty, en julio de 1809, tuvieron una larga descendencia de nueve hijos: William, Elisa, Juan Benito, Ignacio Estanislao, Eduardo, Martina, Miguel, Patricio y Pedro. Debido a que su esposa era protestante y él un consagrado católico, llegaron a un acuerdo por el cual las hijas que tuvieran serían educadas en la religión de la madre y los varones en la del padre.
También despidió sus restos el general Justo José de Urquiza, que en el decreto honras al marino dice que “simboliza las glorias navales de la República Argentina y cuya vida ha estado consagrada constantemente al servicio público en las guerras nacionales que ha sostenido nuestra Patria desde la época de la Independencia”.
Su presencia quedó en el bronce de tantos monumentos de espacios públicos en toda la geografía del país, y su memoria en el nombre de más de trescientos establecimientos educativos, en seis clubes de fútbol, las cientos de calles de ciudades. Muchas obras los rememoran, pero tal vez “El combate perpetuo” de Marcos Aguinis donde destaca “Su decencia. Sobre todo su decencia. Y recordar con fuerza su marcha dolorosa bajo el granizo de las injusticias, las mismas que muchos de sus corifeos aplicaban al resto de la ciudadanía: persecuciones, tormentos, ofensas. Narrar las miserias que diezman a los mejores. Las cuotas de alucinación con las que se avanzó hacia la libertad. El nivel de heroísmo, mezquindad y ambición con los que se amasaron las primeras décadas de vida emancipada como un modelo que aún no perdió su vigencia”.



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