Dos modelos en puja: estatista o moderno

Notas de Opinión 24 de noviembre de 2020 Por Alberto Asseff
El Estado posee sus roles indiscutibles, pero si algo no puede ni debe hacer es hostigar a los sectores privados que son los agentes naturales del país moderno a forjar perentoriamente.

Primero fue el gobierno que asumió el 1 de marzo pasado en Montevideo. Ahora lo expresa el nuevo ministro de Industria y Comercio que tomó el cargo en Asunción el 17 de noviembre, Luis Castiglioni. Ambos países han puesto la mira en el éxodo de emprendedores y en la huida de capitales argentinos. Porque los dos no sólo piensan en las bondades de los capitales sino que apuntan a las capacidades humanas de los argentinos Los uruguayos flexibilizaron las normas pata facilitar la obtención de la residencia fiscal reduciendo a unos 390.000 dólares el capital mínimo. Ya son 30.000 los argentinos que fijaron domicilio en la ribera oriental del río común. Se prevé que llegarán a 200 mil. El alto y flamante funcionario paraguayo anunció ‘estrategias coordinadas’ de su gobierno para recibir 20 mil millones de dólares de argentinos en 2021. Los dos países sustentan su expectativa en el efecto de una doble acción: por un lado el aumento de la presión impositiva y la inestabilidad macroeconómica en nuestro país y por el otro los incentivos que Uruguay y Paraguay brindan a los inversores y a los emprendedores. En el caso de los guaraníes hasta cinco años de desgravación en ganancias adunados a leyes laborales elásticas. Los orientales también dan estímulos, pero sobre todo ponen en la mesa una ventaja comparativa de excelencia: su prolijo funcionamiento institucional.
Lo cierto que este fenómeno de migración de nuestros capitales – y ahora de personas - hacia esos dos países que integraron la unidad política naciente en 1810 – las Provincias Unidas –no es nueva. El desarrollo inmobiliario espectacular de Asunción y de Montevideo – además del de Punta del Este – se vincula con la radicación de inversiones argentinas en los últimos veinticinco años, para no remontarnos en el tiempo. También Brasil se lleva un jirón de nuestra enflaquecida economía. Con epicentro en El Soberbio, son más de diez grandes camiones rebasantes de soja los que recalan por día. Llamativamente, en ese sitio del río Uruguay ribereño de Misiones no existe puerto. Ello no es óbice para que lleguen incesantemente los cargamentos que acomodados en bolsas de arpillera pasan al Brasil – estados de Río Grande y Paraná – en canoas. Sólo hace unos días la Gendarmería recibió órdenes de neutralizar este contrabando. Durante meses el Estado – que los estatistas proclaman omnipresente, pero que en los hechos y en muchísimas circunstancias de nuestra vida colectiva está ausente – no reparó que la circulación sur-norte de camiones que ingresan por alguna de las cuatro rutas posibles a Misiones portando soja no tenían ni tienen otra explicación que el contrabando espoleado por un dato objetivo: acá paga 35% de retención; en Brasil nada. El trabajo y la producción argentina devienen por arte del estatismo en exportaciones de nuestro vecino.
El manual dice que una economía que sobrelleva casi diez años de recesión y un acumulado de casi medio siglo de estancamiento – el PBI per cápita de 1970 era mayor al que tenemos hoy – debe operar mecanismos de estímulo. No hay muchos en la economía política. Paul Samuelson lo expresó con meridiana y didáctica maestría: más crédito accesible, menos gravámenes. Es lo que practican Uruguay y Paraguay. Es lo que nos empecinamos en contrariar nosotros.
En la Argentina pugnan dos modelos: están los que voluntaristamente se empeñan en domeñar al mercado contrastando con quienes reconocen que el mercado tiene su trono asegurado por más pulsiones que reciba. En rigor, los dos modelos tienen sus halcones y sus palomas. El estatista duro sueña con el reino definitivo del Estado y así implantar un sistema presuntamente igualitario, de raíz socialista, aun a costa de que se extienda la pobreza. Optan por pobreza para todos porque dan prioridad a la igualdad. Igualdad que equipara para abajo. Su contrapartida, también rígida, se extrema hasta bordear la anarquía, es decir el rechazo visceral a todo lo que huela a Estado. Es el anarcocapitalismo. En esa puja existen en ambas orillas quienes aspiran a una combinación o sinergia Estado-mercado, más o menos intensa y sólida. Pero se recelan, embargados por los prejuicios, sobre todo del lado estatista. Los estatistas execran al mercado porque lo tildan definitivamente de codicioso, lucrador serial, insensible por naturaleza, insolidario, injusto en su misma matriz. Lo querrían ver desterrado de estos lares y si por ellos fuera del planeta. Están dispuestos a darle eterna batalla, aun hasta desfallecer en el intento. No les importa ver a su población cada vez más pobre, con menos oportunidades, incluyendo educativas, sólo accediendo a changas y trabajos informales. Tampoco les interesa que la infraestructura se vaya rezagando hambrienta de inversiones y que el crédito desaparezca y con ello tambalee la macroeconomía y decaiga la actividad. No sea cosa que el mercado nos tuerza el brazo dicen. Prefieren el atraso a la modernidad si esta se emparenta con el mercado.
Los mercadistas son más pragmáticos: cuando detectan hostilidad se reacomodan rápidamente, sea haciendo ellos la devaluación y otros sinceramientos de los precios relativos o sencillamente yéndose a lugares amigables. Eso explica que tengamos más de un PBI – us$400.000 millones – en el exterior o afuera del circuito formal de nuestra economía, lo cual equivale al mismo fenómeno de fuga bajo otra modalidad. Además, si cruzando el río más ancho del mundo o el caudaloso Paraguay esperan a los actores del mercado argentino con rebosante alegría y signos amistosos inequívocos, la migración es o será inminente.
El estatismo llevó de 2003 a 2015 el tamaño del Estado en relación al PBI total del 25% al 43% y sigue agrandándose, ahora a horcajadas de la pandemia y de las arcas fiscales exangües, argumentos que le vienen como anillo al dedo a los adictos a las “políticas públicas” y paralelamente declarados enemigos de los sectores privados, todos tachados de ávidos, individualistas y desidentificados con el destino común.
La grieta es notoria. Los más fanáticos se enceguecen al punto de no reconocer otra condición que la de vicioso al contrincante. La elemental idea de ensamblar energías y cooperar se torna inviable a partir de los preconceptos y del tóxico condimento ideológico.
La Argentina debe superar urgentemente este antagonismo tan insensato como suicida. El Estado posee sus roles indiscutibles, pero si algo no puede ni debe hacer es hostilizar a los sectores privados que son los agentes naturales del país moderno a forjar perentoriamente. Saldremos adelante fortaleciendo a los pliegues no estatales de nuestra sociedad, reubicando al Estado como auxiliar de la nación.
El equilibrio es el camino para reentonarnos. Una Nación gozando y ejerciendo sus libertades incluyendo las económicas, servida por un Estado inteligente, autolimitado a su órbita. Sin endilgar reproches, tachas o enrostramientos. El vicio está en todos lados. La virtud también. Sólo se requiere controlar al primero y premiar a la segunda hasta hacerla aflorar con todo su esplendor.
*Diputado nacional (UNIR, integrante de Juntos por el Cambio).

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