La culpa no es de la soja

Notas de Opinión 01 de noviembre de 2020 Por REDACCION
Alberto Fernández dijo que la idea de que la gente vaya a trabajar al campo “no es descabellada”. Un periodista de Clarín coincide, pero afirma que el presidente se equivoca en el diagnóstico.
* Por Héctor Huergo 
El presidente Alberto Fernández dijo ayer que “no es descabellada” la idea de que la gente que se hacina en las ciudades vaya a trabajar al campo. ¿Alguien se anima a decirle que está equivocado?
Por mi parte, no. Digo enfáticamente que tiene razón. No es para nada descabellado que la gente se vaya a trabajar. Al campo, a la industria, a los servicios. A lo que sea. Y sin duda el campo es una de las mejores opciones.
Pero se equivoca en el diagnóstico y en el tratamiento, confirmando una vez más la teoría de Marx (Groucho): la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. El problema que buscó, y encontró, es que “la producción de cultivos como la soja desempleó cada vez más gente en los campos y generó hacinamiento en zonas urbanas".

FALSO
La gente no se hacina en las ciudades como consecuencia de la soja, sino exactamente por lo contrario. El presidente olvida que durante la era K, que acompañó desde sus inicios en el 2003, hubo una fenomenal captura de los ingresos del agro vía derechos de exportación, las famosas retenciones. Más de 100 mil millones de dólares que migraron del campo a la ciudad. La soja no expulsó a nadie.
Todo lo contrario. Y además la soja no estuvo sola. Lo relatamos semana a semana en Clarín Rural: es la Segunda Revolución de las Pampas, ese proceso que se desencadenó hace treinta años y permitió multiplicar por cinco el valor de la cosecha argentina. El famoso “yuyo” fue y es el abanderado de ese desarrollo fenomenal del campo y la agroindustria conexa. Pero atrás vienen el maíz, las carnes de todo tipo, el trigo, el vino, el arroz, las frutas, las legumbres y una cascada interminable de productos que constituyen, con sus aportes a la balanza comercial, la única razón por la que el país todavía no saltó en mil pedazos. A pesar de tantos intentos.
Segundo, este desarrollo extraordinario provocó el fenómeno inverso al que planteó. Porque hoy hay mucha más gente trabajando en las cadenas de producción agroindustrial que hace unos años. Porque el campo no es solo lo que pasa tranqueras adentro de chacras, fincas o estancias. Un trabajo que hizo Juan Llach hace veinte años para la Fundación Producir Conservando demostró que el 40% del empleo en la Argentina está vinculada a la actividad agropecuaria y agroindustrial. En el interior es mucho más.
Para sembrar hacen falta semillas, que es donde todo empieza. La semilla no es un don divino. Como tampoco las sembradoras, ni los fertilizantes, los tractores, las cosechadoras. Cientos de fábricas en los parques industriales del interior, con empresas y empresarios que sufren cuando sus clientes, los chacareros, no pueden comprar lo que necesitan para cosechar más y mejor. Empleos que no se crean.
Fernández habló también de las "muchas tierras del Estado " que podrían "entregarse a quienes quieran realmente producirlas”. Nuevamente, nadie puede oponerse. El es político desde hace 40 años. Es hora de que haga algo.
Pero erra el vizcachazo cuando quiere bajar línea sobre la forma de producir, “en un tiempo en el que hay una vocación social de volver a lo ecológico, la producción sin riesgo contaminante de herbicidas y demás, darles tierras para que produzcan algo que hoy también es socialmente muy demandado, el alimento producido ecológicamente, sin agrotóxicos”.
No hay nada más ecológico que ser eficiente en el uso de los recursos. Es el primer principio del cuidado del medio ambiente. La Argentina es reconocida en todo el mundo agrícola como el país que hace punta en agricultura de conservación. La siembra directa, que terminó con el arado con el que Rómulo fundó Roma, es la forma de terminar con siglos y siglos de dilapidación de la materia orgánica de los suelos. El CO2 que almacenaban las tierras prístinas fue a parar a la atmósfera, contribuyendo al calentamiento global. Este proceso se está revirtiendo, de la mano de la siembra directa, que consiste en no tocar más el suelo. Y utilizar con cuidado los productos de protección de cultivos, que no son “agrotóxicos”. La nafta es para poner en el tanque del auto y viajar. Si uno se la toma es tóxica. En la ciudad de Buenos Aires los vehículos “fumigan” 2 millones de toneladas de hidrocarburos por año, sobre sus 20.000 hectáreas. Son 100 mil litros por hectárea, donde está la gente respirando.
El campo hace bien. Es la mejor alternativa. Produciendo lo que sabemos producir, y con los métodos que conocemos, es sin duda la llave maestra para intentar un nuevo sendero. El mundo quiere lo nuestro. Sólo hay que dejar que fluya. Y para ello, el primer paso es entender que la culpa no es de la soja, sino del que se la lleva al pueblo. 

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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