Pintando en tu pueblo con acuarelas y palabras

Región 23 de septiembre de 2020
Beatriz Chiabrera de Marchisone es una autora de Plaza Clucellas. Además de su amor por las letras, logra lo que muchos han convertido en un anhelo: pintar sus espacios, su ámbito, su pueblo.
PORTADAS COMPARTIDAS//  Un aporte adecuado en diseño que convoca al elogio. RINCONES Y ACUARELAS I (Poesía) RINCONES Y ACUARELAS II  (Narrativa) Autora: Beatriz Chiabrera de Marchisone Edición de Jorge Emilio Bossa (2019)
PORTADAS COMPARTIDAS// Un aporte adecuado en diseño que convoca al elogio. RINCONES Y ACUARELAS I (Poesía) RINCONES Y ACUARELAS II (Narrativa) Autora: Beatriz Chiabrera de Marchisone Edición de Jorge Emilio Bossa (2019)

Por Edgardo Peretti

Ha llegado a mi conocimiento esta duplicidad de obras de la escritora Beatriz Chiabrera de Marchisone, vecina de Clucellas, cercana a mi pago gringo de Rafaela, dicho esto con el mayor de los orgullos.
No puedo menos que componer una oferta literaria entre los dos libros. Aunque marquen tópicos diferentes, su unión es terminante. Ya desde las portadas, que conforman una expresión artística de alto vuelo, con un rincón hogareño, una fotografía compartida y una plástica intervención sensitiva de calidad terminan generando un producto impactante que se encuadra con una cuidada edición que llama la atención desde antes de comenzar la lectura. Lo que no es poco.
No puedo – ni debo- soslayar el detalle de mencionar que no soy crítico, apenas un lector ávido que suele contar historia. Pero nada más. Por eso las palabras que aquí se exponen son demostrativas de sensaciones y emociones; cuestiones técnicas, abstenerse.
Mi querida amiga Elda Massoni solía decir que “el poeta siente, los demás perciben” y eso es lo que he encontrado en estas palabras, cuyos entrelazamientos me llevarán a la conclusión final. En “Mi pueblo en otoño” ya se percibe el tono intimista que BCM posee para comunicarse con sus afectos escenográficos: su ámbito.
“Mi pueblo es raíz, es arrullo, es manta,/es sendero llano con retoños nuevos,/ es aquel regazo que guardó la infancia,/ es el niño libre deshojando sueños,/ es aquella tarde de ocaso tranquilo,/ es aquel que somos aunque estemos lejos”. (Fragmento op.cit.)
Creo haber corrido el telón del escenario. Buscaré en algo que no es único, pero que marca un hito: “Por las rendijas del tiempo,/ ayer anduve mi infancia. Sin péndulos ni relojes,/ me sumergí en la nostalgia…” (“Ayer anduve mi infancia”, frag.).
El título en sí mismo me impacta muy fuerte. Ese verbo de tránsito temporal es contundente. Una definición enorme en cuatro palabras.
Con la sabiduría que da la experiencia, la vida, la autora deja salir su origen, sus afectos y pertenencias. No es necesario saber de poesía para disfrutar. Con haber sido niño es suficiente, aunque no todos disponen de ese diploma.
Ya cuando ingreso al segundo libro, y aprecio que en la portada me espera un sillón, quizás cargado de confidencias, sueños y lágrimas, ya me siento más en confianza. Es como llegar a mi casa, literaria, en este caso.
Ya en el Prólogo, la autora me advierte que “lo sobrenatural también aparece...”. Caramba, reflexiono; estoy a mis anchas.
El profesor Amílcar Torre (1947-2003), consejero y amigo, distinguido hombre de letras, cuando leyó mis primeras obras me dejó una reflexión que el paso de los años hacen cada día más certera: “El autor nunca sabe lo que va a contar. Sólo lo cuenta”.
Aquí también BCM se apoya en sus espejos cotidianos, su vivencia de lo más mínimo; esas cosas que están allí, cerca, palpables, pero que sólo perciben algunos. En “La plaza” ya deja en claro que hay espacio con tiempo que marca las horas “...mi pueblo se apronta a descansar”. (op. cit.). Pero no podría quedarme aquí. Hay obras de infinita orfebrería literaria, espacio al cual solo acceden los que manejan las técnicas más sutiles del cuento: “Vecinos” es excelente.
He aquí que a partir de estas líneas me permitiré ahondar en el sesgo conceptual propio de esta autora, docente además, de la cual considero que pulsa el sentir de sus espacios en todos sus trabajos, sin importar la forma en que los expone. Ella es la sangre y a la vez las venas de su pueblo, al que pinta con palabras adecuadas, aunque no por el azar, sino por el sentir; es una pintora de palabras en las cuales fluye una visión tan efímera en materia como interminable en tiempo.
Su pueblo está en ella. Ella es su pueblo y viceversa, y lo decora con los universales colores que nos proporcionan el uso de las letras. Y esto no es óbice para marca una frontera: hay calidad y cadencia en sus cosas cotidianas; el hecho de mostrar su entorno no la limita, la enaltece.
Beatriz ha pintado su mundo con talento. En este espacio también hay lugar para su aldea.


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