Sensaciones y sentimientos

Ecología 22 de septiembre de 2020 Por REDACCION
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PRIMAVERA
La primavera es una estación, y las estaciones son lugares de paso más que de residencia.
Como ella nos gusta para quedarnos, se nos presenta un inconveniente. Por eso, sabiendo que su entidad madre (la Organización Total del Tiempo) no se lo permite, empezamos a disfrutarla desde antes de su llegada; y cuando está a punto de irse (juntando las hojas que despreciaron las estaciones anteriores), decimos junto a Johnny Tedesco “Vuelve vuelve primavera… vuelve vuelve que te espero” mientras guardamos en la piel, entre música y flores, los días felices y aéreos. Y no es una manera menor de sentirla.
Porque es una presencia esencialmente femenina -y no exageradamente purista- se toma la libertad de asumir las variantes del nombre del mes en que inicia. Y porque le gusta demorar, aparece el día 21 (aproximadamente, según dicen los que lo calculan con precisión astral), esparciendo sobre el tapete verde la cuestión de si debe ser nombrado el mes con o sin “p”.
(Los otros ciclos mensuales deben conformarse con una sola forma de llamarse, pero por el privilegio de contener la primavera, el mes número nueve puede ser nombrado “septiembre” o “setiembre”. Y no es un capricho.)
El calendario romano, surgido del fundador Rómulo (no olvidamos a su socio Remo) tenía diez meses y un complicado sistema para integrar los días que faltaban para los 365. Comenzaba en marzo (como las clases en nuestras escuelas); octubre era el octavo, noviembre el noveno y diciembre el que cerraba. Obviamente, settembre (dicho en buen italiano) era el séptimo mes.
La vida es cambio permanente. La aparición de Julio César en la historia de y, mucho después, del papa Gregoriano fue decisiva para nuestro actual calendario donde septiembre (derivado de siete) es el noveno, octubre (derivado de ocho) es el décimo, continuando la secuencia con undécimo y duodécimo: todo porque el emperador agregó enero y febrero al comienzo del año y marzo, de estar en el primer puesto, debió conformarse con ser tercero. Pero, eso sí, quedó en el podio.
Las dos maneras (con o sin “p”) son consideradas correctas por la Academia, que aconseja “septiembre” por ser la forma culta. Pese a que deriva del latin “septem” (séptimo), tradicionalmente se fue llamando “setiembre”.
La primavera logró la unión. Abrazó las dos variantes sin perder la esencia del feliz suceso del cíclico renacimiento de la esperanza.
Y por ser tan generosa no hace cuestiones a los históricos lugares comunes con que la refiere la gente (como decir, por ejemplo, que está llegando una prima llamada Vera).
Sabe que las estaciones extremas (verano e invierno) generan polémicas interminables entre sus adherentes los que, cuando se encuentran, producen estallidos como soles enojados en los bailes de Laura. También que hay quienes eligen una u otra por las falencias o excesos de la opuesta. Al fin, dándose cuenta de que es una cuestión subjetiva y que el único remedio es la paciencia -junto al variable volumen de ropa a ponerse- resuelven que la estación favorita tiene que ser una de tendencia neutra. Y allí está, en primer plano para ganar la preferencia ¡la primavera! Colorida, musicalmente alegre, colocando hábilmente sonrisas como flores y caras iluminadas.
La esperamos ansiosamente sabiendo que, ordenada y puntual, cumplirá con el momento de presentarse en los tiempos que muestre el almanaque.
Los instantes de placer y felicidad son fugaces. Como la sensación de primavera.
Nosotros, pasajeros alrededor del sol, necesitaremos siempre esa lluvia de luz.

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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