Merke: una familia, un apellido y 70 años de pasión por el midgets

Deportes 04 de junio de 2020 Por REDACCION
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FOTOS ARCHIVO PRIMERA EPOCA. Las máquinas alineadas en la previa de una competencia.  EL MIDGETS EN LA SANGRE. Jonatan, Henry, Irmo, Fernando y Hugo Merke.  FOTOS ARCHIVO PADRE E HIJO. Henry y Jonatan, apasionados en el taller y en los circuitos.  FERNANDO. Sigue participando en las dos categorías de nuestra provincia.
FOTOS ARCHIVO PRIMERA EPOCA. Las máquinas alineadas en la previa de una competencia. EL MIDGETS EN LA SANGRE. Jonatan, Henry, Irmo, Fernando y Hugo Merke. FOTOS ARCHIVO PADRE E HIJO. Henry y Jonatan, apasionados en el taller y en los circuitos. FERNANDO. Sigue participando en las dos categorías de nuestra provincia.

Por Susana Merke (*). - La primavera del 49 asomaba lentamente cuando un grupo de jóvenes susanenses apasionados por el automovilismo asistieron a una carrera de midget en la ciudad de Rafaela, en un trazado callejero improvisado para la ocasión en la zona que hoy ocupa la Avenida Suipacha. A su regreso entre comentarios y miradas ansiosas descubrieron que eso querían hacer: preparar un motor, armar un chasis y correr. La pregunta de Juancito fue el empuje que necesitaban: “¿Y vos Irmo, te animás a manejarlo?” La respuesta no se hizo esperar y una utopía se ponía en marcha para transformarse en realidad.
Pocos días transcurrieron entre charlas y cruces de opiniones hasta que decidieron visitar el desarmadero de Kuriger en Rafaela, lugar ideal para revolver hasta encontrar lo que buscaban. Parecía un juego de chicos atrevidos, pero no, regresaron con un eje, dos largueros de Ford T y un diferencial. El motor era cosa seria -pensaban- pero ahí los estaba esperando un Ruby que clamaba salir del olvido. Todo estaba encaminado, sólo se necesitaban eternas horas de trabajo.
A partir de 1950 los midgets marcaron el nombre de la localidad, para identificarla en la región por la actividad desarrollada por hombres, que con voluntad y esfuerzo, renunciaban a horas de descanso para poner en marcha los motores y compartir horas y horas con amigos incondicionales.
Largas noches con frío o calor los encontraban unidos a Juan Molinaro, con su entusiasmo por la fotografía que registró momentos imborrables con su primera cámara; Irmo Merke, empleado de la fábrica de cosechadoras Susana; Tilo Forneris, herrero de profesión y Hugo Merke, empleado de la sodería y licorería Ovetti a los que se agregaron con el correr de los días Edelmiro "Titi" Müller y Torelli, que había llegado de Firmat para unirse al plantel de obreros de la fábrica.
El humilde galponcito del patio de los abuelos Juan y Josefa era el lugar de encuentro para hacer realidad sus sueños con manos laboriosas y conocimientos compartidos, que les permitirían concretar una ilusión con mínimos recursos económicos. Plata no había y en los duros tiempos que corrían éste era un lujo de pocos.
La pregunta es ¿por qué un midget? Y la respuesta la hallamos en la ciudad de Sunchales, que por ese entonces ya contaba con diez autos siendo la Ciudad Madre de la categoría, ya que en 1943 había comenzado la actividad en la Escudería del Midgets Club Sunchales. La razón que impulsó a aquellos intrépidos santafesinos fue el aliento recibido por el Dr. Virgilio Marqués, el que a su regreso de un viaje a los Estados Unidos trajo los planos de un auto, porque había quedado prendado con el rugir de los motores de los midgets (enanos) norteamericanos. Pensó con acierto y una clara visión de futuro, que era la categoría ideal para desarrollar en esta zona.
A partir del modelo obtenido fueron construidos todos los coches que giraban interminablemente en las pistas, convocándolos a un nuevo desafío en cada fecha programada. Se siguieron para la fabricación los lineamientos generales llegados a sus manos, pero con las modificaciones pertinentes que cada uno creyó necesarias realizar para el mejor funcionamiento y rendimiento de cada vehículo. Noches de desvelos y días intensos perseguían a hombres apasionados, que sólo esperaban el próximo encuentro para competir entre amigos demostrando los logros obtenidos después de las reformas aplicadas a chasis y motores.
Los precarios óvalos se trazaban rápidamente en las distintas localidades pasando dos o tres veces la máquina comunal en campos prestados para la fecha. El reglamento era claro, sin tantos papeles, sólo contaba la palabra de honor de los pilotos para respetar al contrincante. Durante las competencias eran enemigos a muerte, pero cuando terminaba la carrera los abrazos hablaban de honestidad y lealtad entre hombres de palabra.
Eran otros tiempos y no existían medidas de seguridad para proteger a los pilotos, -jaula antivuelco, cascos sofisticados, buzos antiflama y guantes especiales-, se subían al auto con un mameluco de grafa cosido por las manos artesanas de madres o abuelas, un precario casco de cuero y antiparras. Y del público asistente ni hablar, cada uno cuidaba su vida y la de su familia reunida para gozar de una tarde de domingo con amigos. Dios era generoso y con su manto protegía a todos los que amaban la categoría. Quizás también era fanático de los midgets.
La polvareda que levantaban era un caos y se unía al bramar impetuoso de los motores desesperados por ganar. Los tanques de agua para regar la pista brillaban por su ausencia. Nada importaba, porque lo fundamental era alentar a los pilotos disputándose el primer puesto con extrañas maniobras y desenfrenadas artimañas a pesar del peligro que corrían sus vidas. Nada los detenía y la osadía era ley.
El primer midget construido enteramente en Susana recibió el nombre de "La Milonguita" y era conducido por Irmo Merke, debutando el 4 de junio de 1950 en Balnearia, Córdoba. Todo un acontecimiento marcó ese día en la familia y en el pueblo, que quedó registrado en la memoria de aquellos, que hoy aún tienen la posibilidad de recordar.
"La Milonguita" bramó con ese porte de reina y nombre de tanguera bulliciosa y presumida para recorrer las pistas de Santa Fe y Córdoba; y hasta se lució alrededor de la plaza del folclore en Cosquín, mientras Irmo en esa común unión entre corazón y motor la guiaba para vencer. Los triunfos y trofeos no se hicieron esperar, aunque ellos seguían repitiendo "¡Milonguita! Los hombres te han hecho mal… Hoy te llaman flor de lujo y de placer", parodiando las palabras del tango de Lenning y Delfino.
Día inolvidable en la familia y duele pensar que ya pasaron 70 años donde la sangre de los Merke sigue alimentándose con el rugir de los motores. Mi papá ya no está, pero hasta el último día de su vida recordó su amada "Milonguita" y el bramar del motor era música para su alma.
Conservamos trofeos como símbolo de una época que se parece a cuento pero las historias cobran vida en cada reunión familiar, y siempre es tío Hugo el que con su memoria de oro pone el tema sobre la mesa para contar. Ahí aparecen las anécdotas como aquella que para asistir a las competencias se cargaba el midget en el viejo camión Chevrolet de Francisco Ovetti, si las carreras se realizaban a distancias prudentes, de lo contrario un vehículo de gran porte pasaba por los pueblos a buscar los autos, a la vez que pilotos y mecánicos subían a un colectivo que custodiando los tesoros los llevaba hasta pueblos lejanos, muchos ellos en la provincia de Córdoba.
Para llevar a cabo esta difícil maniobra se dirigían a una zanja profunda cerca de la Comuna del pueblo, y allí colocaban dos tablones de madera para impulsarlo a mano hasta dejarlo correctamente acomodado en la chata del vehículo. Todos los que podían sumarse al grupo lo hacían para pasar un día de fiesta, colaborar y encontrarse con amigos de otras localidades vecinas.
"La Milonguita" se vendió después de obtener triunfos y acumular trofeos, que todavía permanecen intactos en algunas repisas hablando de una época lejana junto a ciertas fotos recuperadas de cajones y baúles. La necesidad de correr era imperiosa en la familia y entre los amigos, por lo tanto compraron otro midget, de los primeros construidos en Sunchales, para realizarle los cambios imprescindibles y entrar otra vez al ruedo. Nunca lograron los resultados deseados, porque se rompía el motor o algún problema en el chasis les arruinaba la tarde, para regresar con caras largas y desilusionados después de tanto trabajo y expectativas.
El año 1956 marcó un antes y un después en la categoría con la muerte de un joven piloto de Roca -Romildo Barberis- que recibió en un accidente graves heridas que ocasionaron su deceso. Silencio y suspensión de carreras por varios años fue la realidad que tuvieron que enfrentar los amantes del automovilismo, ya que no estaban dadas las condiciones para reanudar las competiciones. La realidad les demostró la precariedad de las pistas y el alto riesgo que corrían los hombres al volante y los asiduos visitantes.
Muchos años transcurrieron hasta que a fines de la década del 60 surgió un nuevo impulso para revitalizar a los autos que permanecían dormidos, y otros que comenzaban a armarse en las distintas poblaciones de la región. Se había creado en 1967 la Asociación Midgets del Litoral en Vila y se estableció un reglamento con medidas de seguridad para autos, pilotos y circuitos.
La sangre llamó a la pasión y no se dudó en poner nuevamente manos a la obra. El galponcito de los abuelos ya no estaba. Mamá y tía Erme entre dientes dieron la aprobación, aunque en lo más íntimo mostraban enojo y preocupación, el corazón les saltaba de alegría. Ellas se encargarían de rezar y encender velas antes de cada carrera y nunca faltaría el agua bendita y la ruda macho antes de partir.
Henry, que aún no había cumplido la mayoría de edad, decide participar con el diseño de un nuevo auto con motor trasero -obviamente previa autorización del juez de Paz y la firma de sus progenitores- haciéndose responsables de todo lo que pudiera ocurrir. El peligro no estaba en el horizonte, sólo esperábamos los domingos de fiesta y los preparativos para gozar entre mates y tortas un día de fiesta.
Ese midget tan extraño fue materia de atención y novedad para el público, que no estaba acostumbrado a ver rodar un coche con esas características, que rompía la imagen tradicional impuesta en el imaginario colectivo.
Desde aquel momento y hasta el día de hoy nunca se detuvo el ruido de los motores en la familia, con tres generaciones colocándose el casco y sentándose en la butaca en cada carrera del calendario. Fernando, como la estirpe lo ordenaba, se inició en la categoría allá por 1992 en San Francisco con un auto de primera línea y puesto a punto por un fiel grupo de colaboradores.
En cambio Jonatan, que en alguna época incursionó como piloto con sólo 14 años y el grito en el cielo de su madre negándose a muerte a tal locura, cumplió su sueño cargado de ansiedad por colocarse el casco y desafiar a los experimentados hombres con años de pistas, choques y vuelcos. Pero su mirada iba más allá y decidió que su camino era fabricar estos emblemáticos autos, que parodiaban a los midgets norteamericanos con una versión gringa, utilizando la tecnología y el conocimiento como recursos indispensables para adaptarlos al siglo XXI.
De vez en cuando el ímpetu lo lleva a calzar su buzo y sentarse en una butaca para comprobar las virtudes y defectos a corregir de los chasis que con lujo de detalles arma en el taller del MTC (Merke Tecnología de Competición). Heredero de las enseñanzas de su padre y abuelo permanece firme, con jóvenes colaboradores como Joni Moyano y Santi Peter. Continúa teniendo a su lado a Henry con su experiencia y habilidades que sólo la pista enseña y con sus más de 60 años no se rinde para seguir disfrutando el placer del vértigo con un auto diseñado y puesto a punto por su hijo.
La mirada inquieta y avispada de sus pequeños nietos Alejo y Gael, que juegan y aprenden entre las paredes del galpón construido por el bisabuelo habla que la tradición se prolongará en el tiempo. Mientras Piero camina al lado de su abuelo Fernando, se sube al midget y juega a ponerse un casco entre herramientas, cubiertas y motores para algún día salir a la pista. Magia, misterio… la ley familiar impone lo que nadie puede negar.
El que nunca se ausenta de una competencia y permanece firme con su cronómetro en mano, su gorra y su tablita de madera para anotar los tiempos de cada competidor es tío Hugo. Sólo él, convertido en una institución respetada por todos, puede cotejar y discutir diferencias de milésimas de segundos en las pruebas de clasificación, por su perseverancia y asistencia perfecta mientras se reencuentra con viejos amigos y recuerda otros hombres, otros autos y otros tiempos.
Cada largada es continuar rindiéndoles homenaje a los pioneros de la categoría como Bolatti, Montrucchio, Betta, Cipolatti, Bessone, Caligaris, y tantos otros, que desde el más allá disfrutan con la continuidad del objetivo propuesto hace décadas. Ellos siguen estando presente y son los ídolos rescatados por la historia. No necesitan placas ni bronces porque con el rugir de los motores son felices en el otro cielo, y por las noches aceleran a fondo para comprobar que esa música sigue sonando en las calles solitarias de ese pequeño pueblo con nombre de mujer y mártir romana: Susana.

(*) Profesora en Letras UNL

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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