El Final

Información General 30 de mayo de 2020 Por Orlando Pérez Manassero
Primer premio VI Concurso Literario Biblioteca Popular Beck – Herzog 2016. Auspiciado por Mutual Regional “Centenario de Humboldt” y Mutual del Club Juventud Unida de Humboldt.
ILUSTRACIÓN DEL AUTOR
ILUSTRACIÓN DEL AUTOR


Ya se fueron todos. Como aves de rapiña se disputaron hasta la última migaja de nuestro patrimonio. Vaya… estás llorando. No entiendo bien el porqué. ¿Es que no lo sabías?... ¿acaso no tenías asumido que éste momento habría de llegar a pesar de todos tus esfuerzos?. Y no te estoy acusando de ser el culpable; ya sé que fueron los gobiernos, los impuestos, las escasas ganancias, la falta de apoyo de tus hijos - más interesados en sus profesiones en la ciudad que en esto - y tantas otras razones que, la verdad, estoy harto de oírte repetir. ¡Ah!... y agregaría esa tonta idea que tenés de ser ya demasiado viejo para luchar contra todo ello. Mirá, será mejor que salgamos; en el bolsillo trasero traés un pañuelo… secá esos ojos empañados y vámonos ya. La casa está vacía. Hasta la cocina parece más grande ahora. ¿Ves esas rayas en la pared?...las hacía mamá a medida que crecíamos. Y aquel tirante astillado, ¿te acordás?, fue cuando se le escapó el tiro de escopeta al abuelo, justo a él que tanto le gustaba cazar; jamás volvió a tomar un arma el pobre viejo. No te detengas ahora. En este rincón del comedor - que al final ya resultaba demasiado chico para tantos hijos y nietos - se sentaban papá y mamá para tratar de establecer un orden en cada bulliciosa reunión familiar diciéndonos aquello de “miren que cara de enojados tienen los bisabuelos” mientras señalaban el retrato ovalado que estaba allí, ¿ves?, donde está esa mancha más clara en la pared. Y estas huellas en el piso las hacía la abuela al arrastrar su sillón hamaca, y este mosaico roto es de cuando al tío se le cayó la maceta de mármol con la planta preferida de la tía; casi llegan a una separación legal por eso. De paso, mirá por esta puerta abierta… es la pieza donde naciste y donde un día murió mamá. Vacía y oscura. Esperá; no entrés… cerrá ese pasado con dos vueltas de llave… y lo mismo con la puerta del frente. Bien, ya estamos afuera… ¿ves ese nido de hornero?, debe tener como veinte años allí… ¿y este ladrillo flojo en la pared?... es el que oculta el hueco donde, de niño, escondías importantes secretos y de adolescente los cigarrillos. Faltan vidrios en las ventanas; pensar que alguna vez rompiste uno y lo pagaste con una dura penitencia. Allá está el molino, firme aún a pesar que hace años no gira. ¿Y esos repiques como de campana?... ya sé, son las chapas sueltas del galpón azotando contra la torre al ritmo que les impone el viento. ¡La pucha con ese sonido, cuanto más triste hace la despedida!. Aunque, si miramos bien, esto ya se parece poco a nuestra casa… y quizás sea mejor así. El monte de paraísos, los viejos árboles frutales y los almácigos de verduras que tanto cuidaba papá ya no se ven, desaparecieron ahogados por esa maraña de salvajes enredaderas y altos yuyales. Pero… ¿dónde demonios guardaste el pañuelo?... te dije que no vale la pena llorar, frotá esos ojos otra vez y mirá a tu alrededor por última vez. Aquí sabía estar la parva que hacían el abuelo y papá, de este lado estaba el gallinero y atrás el chiquero con su gordo habitante esperando la carneada anual. Aquellas ruinas sin techo fueron por muchos años parte del tambo donde pasamos tantas frías madrugadas de manos entumecidas y cientos de tardes lluviosas chapaleando en el barro. Fue lo primero que cerramos hastiados de perder salud y dinero. Y a nuestro alrededor… el campo. Ya no están aquellos alambrados limitando los tantos potreros que a fuerza de pala y pisón, poste a poste y año tras año, fuimos construyendo con el abuelo y papá. Te tocó a vos, como último recurso, abandonar la ganadería, quitar esos alambrados y sembrar para salvarte. Pero las cartas estaban echadas… y perdiste igual. Lo sé, lo sé, ya te lo dije… no es tu culpa. Pero ahora no mirés más hacia atrás, aquí está la tranquera y después el camino. Hagamos esto más fácil; vamos a imaginar que desde las ventanas de la casona los viejos nos están viendo salir. Inventemos entonces una excusa, como que es un viaje al pueblo, uno más de los que tantas veces hicimos. Cerremos la tranquera con la convicción de que ellos seguirán aquí esperando nuestro regreso y que volveremos pronto. Ahora, sin detenernos, de espaldas al pasado, saludemos agitando la mano.
Mañana serán otros los que vendrán… para nosotros este es el final. Nos vamos con las manos vacías y las cuentas saldadas, nos llevamos nada más que un puñado de recuerdos… y este cartel, ahora inútil, que dice “Hoy remate judicial”.

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