Parade: un clásico en el sábado previo a la legendaria Indy 500

Deportes 20 de mayo de 2020 Por Víctor Hugo Fux
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FOTOS ARCHIVO VHF EL COMIENZO. La policía motorizada de Indianápolis con las Harley Davidson.  PORRISTAS. Desfilando ante una multitud el sábado en el centro de la ciudad.  PURDUE. Integrantes de la Universidad más importante del estado de Indiana.  FOTOS ARCHIVO VHF TIO SAM. Un flotador con la imagen del personaje que representa a los EE. UU.  ESCOCESES. La mayoría de los primeros colonizadores llegó desde Escocia.  EN FAMILIA. El brasileño Helio Castroneves ganó tres ediciones de la Indy 500.
FOTOS ARCHIVO VHF EL COMIENZO. La policía motorizada de Indianápolis con las Harley Davidson. PORRISTAS. Desfilando ante una multitud el sábado en el centro de la ciudad. PURDUE. Integrantes de la Universidad más importante del estado de Indiana. FOTOS ARCHIVO VHF TIO SAM. Un flotador con la imagen del personaje que representa a los EE. UU. ESCOCESES. La mayoría de los primeros colonizadores llegó desde Escocia. EN FAMILIA. El brasileño Helio Castroneves ganó tres ediciones de la Indy 500.
Luego de realizar un city tour y una visita al Salón de la Fama del Indianápolis Motor Speedway el día viernes, en un cronograma que repetimos cada año, el hotel nos esperaba para disfrutar de un breve descanso.
El viaje había sido largo, como los anteriores, siempre con una escala, porque no existen aéreos que puedan transportarnos sin escalas desde Ezeiza hasta el aeropuerto de la capital de Indiana.
Previamente se había realizado la distribución de habitaciones, a cargo de Jachi, en aquel 2012 que compartimos con un grupo de amigos y que se extendería con una maravillosa experiencia que nos llevó primero a Chicago y más tarde a la Costa Oeste, para recorrer Los Angeles, Las Vegas y San Francisco.
Después de una primera noche en una ciudad ordenada y agradable, tendríamos por delante un sábado muy especial, con la posibilidad de regresar al IMS -los más fanáticos- durante la mañana, pero todos con el impostergable compromiso de concurrir al mediodía a un evento multitudinario.
Promocionada como la fiesta popular del fin de semana de la Indy 500, convoca anualmente, desde el mediodía, a unas trescientas mil personas.
Parade, su nombre en inglés con su equivalente de desfile en español, es la cita obligada para los residentes, pero también para los visitantes. Todos, atraídos por una celebración fantástica, que se desarrolla a ritmo de vértigo.
La impaciencia por el comienzo se rompe cuando las Harley Davidson aceleran al mando de los efectivos de la policía motorizada, formando con una llamativa precisión, el nombre que identifica a la carrera: 500 Indianápolis.
Cada motocicleta luce un número o una letra para formar esa leyenda, que tanto enorgullece a los indianapolitanos, quienes desde mucho antes del inicio ocupan las distintas comodidades.
Se pueden adquirir previamente esos lugares a precios, que en aquella época, no eran inaccesibles, ni siquiera para nuestros bolsillos. Desde 10 dólares el costo de las tribunas hasta 40 las plateas, era una oferta tentadora para seguir desde un buen lugar un espectáculo único, de aproximadamente dos horas de duración.
Tras el paso frenético de las motocicletas más representativas de aquel país, el desfile ofrecería una fantástica muestra de colorido, aportado por las carrozas, los inmensos flotadores suspendidos con gas helio y las bandas universitarias.
La música interpretada por los grupos que acompañan a las damas que danzan a su ritmo, le ofrecen también un atractivo particular al festejo, que sorprende a cada instante.
El respeto de los asistentes por las fuerzas armadas se refleja cuando la gente se incorpora desde los lugares que ocupan para saludarlos, quitándose la gorra que es indispensable a esa altura del día y llevándose la mano al corazón. Emociona esa actitud, que se renueva ante el paso de cada uniformado.
Ya nada podría llegar a superar las expectativas del público, que mantenía bien alto su interés y admiración por lo que estaba observando. Salvo, claro, para los que ya habíamos tenido el privilegio de haber concurrido con anterioridad a una parade.
Pero, en la segunda mitad, los protagonistas serían nada menos que los pilotos que competirán al día siguiente en la carrera más famosa del mundo.
Globos con la indicación de la fila que ocuparían en la grilla, precederían a los autos descubiertos, compartidos por uno de los participantes que se aseguraron sus lugares entre los 33 y sus familiares.
En hileras de tres y en forma descendente, todos saludarían a la multitud que los aclamaría. Desde la fila 11, bajando sucesivamente hasta la primera, siempre subdividida en dos partes, van avanzando lentamente, para responder al cariño de la gente.
En el último tramo, el segundo y tercero en la instancia preliminar, anuncian la siguiente presencia del autor de la pole, que desfila en soledad, respondiendo a esa ubicación de privilegio que supo ganarse como autor de la pole.
Vehículos de asistencia médica y de seguridad; autos en escala y el cierre, se suceden rápidamente, para bajarle el telón a un mediodía imperdible.
Un aperitivo con una puesta en escena al típico estilo de los norteamericanos, que luego de la desconcentración nos acerca, al menos por un par de horas, a otra edición de la Indy 500.
En un escenario diferente, alejado del Círculo, la referencia del centro de una ciudad que rinde homenaje a los caídos y vive con un fervor increíble la pasión que solo puede despertar una competencia que se espera cada año, en mayo, con renovadas ilusiones.
Este año, la historia será diferente, porque a raíz de la pandemia que afecta al mundo entero, pero con mayor fuerza a los Estados Unidos, por primera vez desde su primera edición, en 1911, la carrera se disputará en agosto, pero antes, el sábado 22, el desfile volverá a concentrar el interés de Indianápolis.

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