Su Majestad, el excusado

Sociales 03 de abril de 2020 Por REDACCION
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Por Edgardo Peretti


Suplemento indispensable (y final)

Luego de algunos recorridos por los oscuros límites de los hoy ya famosos excusados, deberemos acudir en busca de una solución a un problema que aqueja a todos los escritores de investigación: siempre aparece algo nuevo.
Y esto no es algo menor ni un tema que se deba descartar. Primero porque los lectores que se toman el trabajo de leernos merecen nuestro respeto; y, segundo, porque sus comentarios son dignos de enunciar.
Nuestro amigo Enzo Gunzinger nos había contado alguna vez (y nos lo recordó ahora) que en la casa paterna de calle José Hernández 328, para más datos, solía reunirse la barra de amigos luego del almuerzo. He aquí que su hermano mayor (Elvio, gran persona, desaparecido hace rato) tenía el hábito – en su carácter de líder natural del grupo- de discutir asuntos sociales mientras ejercitaba su hábito natural. El sitial debe haber sido abundante en espacio, quizás, pero lo más notable es que caudillo solía interpretar durante el ejercicio una impecable versión silbada de “Brasilerinho”. Un ritual musical inédito, según se desprende.
El mismo amigo nos contaba (entre otras anécdotas) acerca de la provisión de elementos de limpieza para el espacio (con lo citado anteriormente, quizás le valga el calificativo de cultural), lo que no era otra cosa que la hoy legendaria creolina y agua de Jane, aunque el detalle de calidad que imponía la viejita era el papel: una cesta de alambre contenía los papeles que envolvían manzanas, suave y sedoso elemento que nunca te fallaba. No se dice nada acerca de la época en que no había manzanas, pero no viene al caso.
Conocido comerciante (amigo) nos citaba que en su Rosario del Tala natal el procedimiento higiénico se proveía con yuyos, preferentemente verdes y tiernos. Acá se intentó alguna vez pero hay mucho pasto puna; y ni hablar de la ortiga salvaje que ha hecho estragos en la juventud.
Un allegado, sexagenario él, remite a una broma que le hicieron sus amigos, haciéndole creer que en el excusado había escondido un tesoro pirata. Varios días estuvo, tirado de panza y alumbrando con una vela tratando de sacarlo con un gancho de alambre grueso.
Eran tiempos épicos donde “Aventuras en el paraíso” y “La isla de Gilligan” alienaban nuestras mentes infantiles; eso, y un poco de Emilio Salgari y una dosis de Sandokán, hicieron el resto. Cuenta, con pesar, el protagonista que el viejo lo sacó del “forro del culo” (SIC) y lo mandó de cabeza un día entero al bebedero del molino para que se saque el olor. Lo que sufrió esa pobre madre (las madres siempre sufren, aunque el hijo sea un ingenuo tumalín). El jabón blanco hizo lo suyo, pero le dejó una huella imborrable en el alma: nunca más fue al excusado.
Por último, y ahora antes de despedirnos, habremos de evocar la mítica figura del bochófilo (amateur, se aclara) cuyos servicios eran requeridos para limpieza de ámbitos de excusados. Cuando el bicherío se hacía fuerte e ingobernable, cuando fracasaba la lavandina y el ácido de batería, la patrona (ama de casa) lo mandaba llamar al boliche donde solía establecer su oficina y el tipo se encargaba de ordenar todo.
Sobre este menester se han expedido algunos especialistas, ya que consideran que siempre es necesario tener algo de fauna autóctona en el fondo. No está mal algunas cucarachas, arañas pollito y de la humedad y hasta una laucha, pero el tipo era un profesional: cuando llegaba él no quedaba nadie. Su sola presencia imponía respeto.
No se recuerda el nombre de pila, aunque algunos memoriosos que solían juntarse en el bar Sánchez refieren acerca de su desapego por la higiene personal. En realidad, poco se sabe del “Zorrino” García. Otro héroe anónimo.

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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