El viaje empezó en Viena*

La Palabra 07 de marzo de 2020 Por None
por Sofía Rambaudo - docente (Sunchales, Santa Fe)
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archivo Sofía Rambaudo Paisaje inolvidable: Sofía Rambaudo en el Puente de Carlos, Praga, República Checa

Llegué a la capital de Austria con escala cortita en Madrid. Conocía poco la historia de Sisí y siendo feminista es como que me terminó de  convencer. Igualmente eso lo conocí gracias a una chica de acá que me decía que tenía que ir al Palacio de Hofburg, el palacio real digamos, y ni idea. Le dije que sí. Terminé yendo, y conociendo esa historia y terminé después en el museo de Sisí conociendo su historia. Y cerré Viena conociendo la Biblioteca Nacional que fue una belleza. Me quedé con ganas de poder ir a la Opera, pero la Opera de Viena es muy cara, y por poca plata podías entrar si hacías cola y mirabas el espectáculo de pie, y podía durar cinco horas, entonces no estaba bueno. Pero son ciudades donde la música la vas viviendo en la calle. Gente tocando en la calle…

El museo de Sisí

Conocí los dos palacios. El real que está en el centro de Viena, y el de verano que está a un par de cuadras. En la planta baja está toda la vajilla real, pero lo que era su casa, los departamentos reales de ella y se cuenta la historia que va rompiendo con ciertos mitos que hay en relación de Sisí con la comida, que había siempre, muestra la historia trágica de ella y sus vestidos, sus largos viajes, porque era una viajera incansable, amante de los deportes  y de Hungría.

Me voy de Viena…

Me voy a Praga. También programado. Me quedé cuatro días. En cada lugar anterior que estaba, primero compraba el pasaje de colectivo y cuando estaba segura con ese trámite reservaba el próximo hostel. No podía llegar sin nada a cada lugar porque era invierno.

Lo que ofrece Praga 

Praga es arquitectura pura, es bellísimo, es una ciudad muy interesante de historia judía, que yo desconocía bastante. Pero la arquitectura es lo más impresionante, y la cerveza que en la República Checa es importante. Es la cerveza industrial, la Pilsen tradicional, de una ciudad cercana. Es difícil explicar lo que uno ve. Conocí el castillo con distintos tipos arquitectónicos, se construyó durante siglos. Fui al campo de concentración a treinta kilómetros de ahí donde las construcciones están intactas, hay ropa. Donde estuvo el campo es ciudad, vive gente, lo que me impresionó mucho, hasta un crematorio enfrente hay. Es una ciudad oscura. Llegué en un día de llovizna, cargada de energía muy triste. Hay edificios que nunca se poblaron y siguen vacíos, porque era una ciudadela, como fortaleza militar, del siglo diecinueve. Los nazis llevan a los judíos ahí engañados diciéndoles que ahí se iba a crear una ciudad judía. Hasta películas les han filmado ahí, fue muy perverso, muy cínico todo. No fue de exterminio sino de concentración. Muy cruel.

Y de ahí…

A Leipzig, en Alemania, en límite con la República Checa. La elegí porque es menos turística, y me enteré que era la ciudad de Juan Sebastián Bach. Conocí la iglesia donde tocaba, fui a unos de los mercadillos navideños más grandes de Alemania con cuadras y cuadras con gente que se junta a charlar y a escuchar música en vivo y comer, y tomar el típico vino caliente y la salchicha alemana. Es precioso. Gracias a un alemán que compartía habitación conmigo me contó de un monumento a unos kilómetros de la ciudad donde tenía la panorámica. Tomé la mochila y el plano y me fui ahí. Es el Monumento a la Batalla de las Naciones. Es impresionante. Primero fui de noche y al día siguiente fui de día. Siempre caminando esos kilómetros.   

En qué viajaba de ciudad en ciudad 

En colectivo. Muy buenos servicios. Una sola vez lo hice en tren, pero era muy caro. En colectivo pagaba la mitad.

Los alojamientos comunitarios

Nunca me pasó nada. Creo que es algo que se da por hecho, estamos todos en la misma. Respetamos lo del otro. Podés dejar pertenencias en casilleros personalizados, pero no lo hice. Lo de valor lo tenía siempre conmigo. Pero llegás y sigue estando todo en el mismo lugar donde lo dejaste, ni lo corren de lugar.

Y de ahí partir hacia…

Berlín. Allí paso Navidad. No hubo pirotecnia. Creo porque allí las Navidades son familiares. Los días veinticuatro y veinticinco la ciudad se apagó. Una ciudad fantasma. Bares cerrados. Estuve en el hostel con un colombiano que encontré de casualidad jugando al yenga. Fue un día más, no hubo fiesta. A mí me encantó. Y después fue caminar Berlín, encontrar el muro. Salía a las ocho de la mañana y volvía a las cuatro de la tarde caminando. Esa es la manera de conocer.

Dejar Alemania

De allí me crucé a Polonia. Fui a Poznan. No sé por qué la elegí. Tal vez porque está en el medio de Berlín y Varsovia. Es la primera ciudad que no voy a hostel, me alojo en la casa de una señora. Probé suerte y me gustó, estuve dos noches, de venir de Berlín que era oscura y triste, de golpe llego a Polonia que es todo muy alegre, muy pintoresco, todo pintado de colores, y me encantó. Estuve más en contacto con la naturaleza y no tanto con la historia. Venía de historias duras, crudas y crueles, y necesitaba un relaje, y ahí lo logré. Y estaba a una semanita de año nuevo ya.

Cómo resultó Varsovia

Estuve tres noches, es una ciudad hermosa, pero había decidido que no iba a pasar año nuevo ahí. Así que el mismo treinta y uno viajé a Cracovia. Conocí el gueto reconstruido obviamente, el centro histórico de Varsovia reconstruido, vi una pista de hielo pública, y ahí fue mucha historia, sobre todo del siglo veinte. Fui al museo del Levantamiento de Varsovia, muy interactivo, muy bueno, con audioguía. Pero Polonia no está siendo demasiado explotada. Tuve que cambiar moneda. Estuve en siete países de los cuales en cuatro había distinta moneda. El euro me sirvió en tres nomás. 

Me voy a Cracovia después

El mismo treinta y uno de diciembre a la mañana viajo a Cracovia. Había averiguado que allí hacían un espectáculo en la plaza principal, en la plaza del mercado, gratuito, donde actuaban músicos polacos desde las nueve de la noche hasta las doce que tiraban fuegos artificiales así que me tiré a las nueve y escuché muchísima música en polaco. Rap en polaco, pop en polaco, rock en polaco. Me encantó, la pasé genial y después me fui al hostel donde habían armado fiesta y ahí seguí bailando. Un español me preguntó en el hostel qué hacía festejando el año nuevo en Cracovia cuando en Argentina es pura fiesta. Pero le expliqué que en mi ciudad no es pura fiesta porque es una población chica. Allá la Navidad es familiar y en año nuevo se reúnen con amigos. Me quedo dos días en Cracovia, ahí conozco Auschwitz. Fue bastante fuerte. 

Diferencias que fui viendo en cada uno de los lugares de detención que conocí

Auschwitz es inmenso. Y ves que la perversidad iba en crecimiento. Uno entraba, la gente que te llevaba sabía cuál era tu destino, que en todos casos era la muerte, pero en otros lugares podías morir de hambre, de enfermedad. En Auschwitz era programada con la cámara de gas. Tenías día y hora de muerte. Las cámaras de gas no quedan porque los nazis muy perversos, muy perversos, pero bastante cobardes, antes de irse las desmantelaron. Eran cinco, una no pudieron porque la habían hecho volar unos judíos. Todo lo demás lo destruyeron. Quedaron los escombros de una. Pero hay fotos. Estaban armando las carpas para el aniversario de la liberación que cumple setenta y cinco años. Y había doscientos sobrevivientes invitados. Supongo que deben haber sido los niños y jóvenes. Y yo no sé si iría como sobreviviente a un momento así. En ese campo a diferencia de los otros, es que había médicos que hacían experimentos con gemelos y con mujeres para esterilizar la raza. Muy perversos.

Para descargar ese paisaje tenía que elegir otro lugar

Bratislava.  Tranquila, una ciudad chiquita como Santa Fe, la capital de Eslovaquia. No conocía nada, el hostel estaba en pleno centro. Vi las dos versiones de la historia que comparten con la República Checa pero que la cuentan distinta. El dueño del hostel que hablaba español me marcó en el plano dónde podía ir, tuve bastante contacto con la naturaleza ahí, fui a los puntos más altos donde tenía vista periférica de toda la ciudad. Conocí el edificio más feo de Europa supuestamente que está considerado así y es el de Radio y televisión. Una pirámide invertida. Conocí la iglesia azul, que literalmente es azul, no parece  pero es cristiana. Después me crucé a Brno, República Checa, muy chiquita también. Ahí me encontré un argentino con quien tomé una cerveza. Y una chica en Praga que hacía seis meses que estaba viajando. Encontré pocos argentinos viajando solos, sí en pareja o entre amigos. La ciudad me sorprendió, muy linda, la elegí por ser la más grande de ese país.

Qué quedaba por hacer en ese país la primera semana del año nuevo

Me fui a Budapest, capital de Hungría, muy bella ciudad. Llegué a las tres de la tarde, dejé las cosas en el hostel y me fui en busca del Danubio. Porque venía con el vals en mi cabeza desde chica que lo tocaba con el órgano. Fui con mi mochilita fue impresionante, no puede ser tan bella, una ciudad así. Mucha historia del imperio, y de las pérdidas de tierras. A Transilvania no pude ir porque me quedaba lejos, pero me hubiese gustado. Había una réplica del castillo de Drácula en Budapest. No fui a las termas pero entre ellos es muy común ir a dos grados bajo cero al aire libre.

Sin llegar a Bucarest

Porque ya estaba volviendo y me quedaba muy lejos la Rumanía. De ahí me fui al último punto del viaje que fue Zagreb, capital de Croacia. Eso sí que no conocía nada. Es relativamente chica. En ese país nació el ingeniero y físico Nikola Tesla. De ahí me volví a Viena para el regreso.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Sofía Rambaudo

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