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La Palabra 11 de enero de 2020 Por None
ESTACION ROMILDA Edgardo Peretti Dunken 136 pág. Ya lo había anticipado Omar Moreno Palacios, un prócer de chambergo y corralera junto con Negrín Andrade en las Historias de Nosedonde. El paisaje tiene un tren de vías muertas, figuras humanas que deambulan por las calles de tierra, encuentros y desencuentros que aseguran una información cotidiana que ningún medio de comunicación puede superar. Los vaivenes de una sociedad apenas heterogénea por su dimensión pero inmensa de realismo mágico. El autor, tan observador como memorioso, va y viene desde su infancia, atraviesa etapas de su propio diario íntimo, y se instala en algún lugar desde donde recupera una visión panorámica del relato que incluye a muchos parroquianos que alguna vez estuvieron en su entorno. Es cuestión de descubrirlos en la trama perettiana. Esta vez en una entrega con formato de bolsillo. Para la cartera de la dama y la mochila del caballero. Pasen y lean. Raúl Vigini De Nosedonde Amanece en Nosedonde la cresta de un gallo limando la luna en un descanso de escobas queda el cuererío en abrojo de chusmas. Ya bosteza el periodista con letras de molde despierta sociales, con el grito de la moda y el mercado de aves bajó en Buenos Aires. Nosedonde creció a un costao del andén una estatua en la plaza de no saben quién es. Nosedonde está en el hoy y el ayer, un pueblito de tantos, Nosedonde, no sé. Una tienda, el recreativo, la Orquesta Tertulias con mate cocido, el tambo de las Rubiales, la engualichadora, Doña Patrocinio. Una huerta entre las vías, paredes de cincuenta, hotel de los de antes, y suspira la Enriqueta y el Isidro quiere matar al viajante.
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