Carta abierta a Ud., amigo Víctor Hugo

Información General 22 de noviembre de 2019 Por REDACCION
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Apreciado y querido amigo:
Como usted ya sabe, la semana pasada no pude estar en lo que fue una simbólica despedida a una parte de su vida. Y digo una parte porque los tiempos cambian muchas cosas, menos la esencia de la gente.
Quizás se pregunte el porqué de este camino en este espacio público. Se lo cuento. Porque lo que voy a expresar Ud. ya lo sabe, se lo dicho muchas veces y como uno también tiene sus papeles en estado de uso, a ciertas edades lo que ante eran pudores, hoy son obligaciones sujetas a las ganas de decir que cada uno tenga.
Además, estas páginas son nuestro espacio, casi le diría -sin temor a equivocarnos- nuestras vidas, aunque los caminos sean otros. 
Cuando yo era un jovenzuelo que amaba la inocencia del fútbol, no dejaba de admirar a esos periodistas que se expresaban por micrófonos o escribían. Ver al “Flaco” Foglia era acceder al mundo mágico de la radio, o saber que Ud. (también) luego de “Deportes en relieve” se instalaba en LA OPINION para comentar el partido, la carrera u otro acontecimiento.
La vida me permitió conocerlo en una fría noche de 1974. El programa “Radionoche” (conducción y creación de dos grandes del éter como Juan Pablo González y Carlos Beceyro), convocaba a periodistas para tratar el paupérrimo papel de la selección argentina en el Mundial de Alemania. Para no creerlo: estábamos en el estudio (el acceso era libre y éramos dos) y Beceyro nos hizo participar con una opinión. La gloria, el cenit, un regalo que siempre agradecí.
Después, la seguimos en la calle, por al junio que perdonaba el amor por la cuerina, hasta su casa en calle Arenales donde su madre, la querida Malvina, regenteaba la capilla de Pompeya a decir de este autor. En algún lugar se debe estar riendo, seguro. 
Después, el tiempo hizo lo suyo y Ud. me hizo jugar en la primera. A los 20 años, con toda la impaciencia (mía) y poca prudencia (suya), me asignó un partido de primera de la Liga. Era Quilmes- Libertad en cancha de Sportivo. Ganó Quilmes y mi mundo se abrió a lo que me daría sustento de panza, primero, y de alma para siempre. 
Allí iniciamos un camino que nos llevó a muchos sitios: la TV entre ellos; el sueño de varios locos que nos hizo famosos en la comarca y nos permitió subir un par de peldaños en la escala de la vocación que, a veces, es profesión. Nunca fácil, se asegura.
Un día llegó la familia. La suya y la mía; siempre cerca, admitiendo ausencias que justificábamos en trabajo, pero todos sabíamos que era algo más que eso. Mis hijas lo llaman Tío; así lo sienten, así lo quieren.
Podría exponer unas largas páginas de sus méritos, pero su medio siglo de trabajo lo hace innecesario; su brutal honestidad y sentido de la ética hacen el resto. Los códigos de caballeros son parte de su ser. Y no se irán más.
Le planteaba en el inicio sus dudas sobre la oportunidad de este modesto escrito. La verdad, tenía ganas. Punto. Milito en el espacio de la vida que sostiene que los lomos se acarician mientras estén aún en condiciones de recibir esos lonjazos que nunca faltan.
No podía terminar sin una aclaración que considero indispensable: ¿sabe por qué no lo tuteo? Porque considero que su persona (y su trabajo) merecen un trato distintivo. A la altura del nivel de tipo que es.
Me estaba olvidando: gracias.

Edgardo Peretti

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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