En busca de… Emilio “Bocha” Martínez Junor, músico

La Palabra 20 de abril de 2019 Por Raúl Vigini
Esa guitarra inolvidable… La seguimos escuchando cuando suenan las grabaciones de tantos repertorios de raíz folklórica en las voces más trascendentes del elenco artístico de nuestro país. Hombre emprendedor desde su juventud que integró formaciones antológicas como músico acompañante y en grupos vocales destacados. De un camino recorrido con la pasión del arte de los sonidos, comparte con LA PALABRA su trayectoria.
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archivo La Palabra Revivir: La Palabra con Emilio “Bocha” Martínez Junor

LP - ¿Dónde naciste?

E.M. - En Concordia, provincia de Entre Ríos.

LP - ¿Y tu niñez dónde fue?

E.M. - Mi niñez fue parte en Concordia, y parte en San Luis, y parte en Córdoba, Río Cuarto, recuerdo, y la mayor parte en Buenos Aires, en la zona norte del Gran Buenos Aires. Porque mi papá era militar, entonces lo vivían trasladando de un lugar a otro. Y de ahí íbamos toda la familia.

LP - ¿Y qué sucedió en tus estudios secundarios?

E.M. - En la secundaria ya hicimos un conjunto, en el cincuenta y siete. Yo sabía acompañar con la guitarra El arriero, Yo vendo unos ojos negros, El indio muerto. Y aprendí fundamentalmente de oído. Y el que tocaba el bombo me acuerdo que tenía un vietcong en cada oreja, pero pobre, era el dueño del bombo, o sea que lo teníamos incorporado en el conjunto. Eran épocas de los asaltos en las casas de las chicas, y no llevábamos bebidas alcohólicas. Escuchaba a los Hermanos Abalos, a Eduardo Falú, que a mi papá le gustaba como tocaba la guitarra pero no cómo cantaba. Fui escuchando a toda esa gente. Y un día aparece mi papá con un disco que me hace escuchar. Pone el disco de pasta y eran Los Chalchaleros cantando Lloraré. Eso me pegó en el medio de la frente. A partir de ahí mi papá compraba todos los discos de Los Chalchaleros y yo me ponía parado, me colgaba la guitarra del cuello, ponía los discos, y hasta que no aprendía los punteos de los temas de Los Chalchaleros que hacía Ernesto Cabeza, no dejaba. Los discos quedaban transparentes. Y así Ernesto Cabeza sin saberlo fue mi maestro de guitarra. Teniendo oreja cualquiera aprende.

LP - Pero elegiste una carrera superior que no tenía que ver con la música.

E.M.- Bueno, eso era un problema, ves? Porque me gustaba la música, pero era una época en que si no tenías un título no ibas a servir para nada en ninguna circunstancia de la vida. Con lo cual terminé quinto año sin saber qué hacer. Mi mamá quería tener un hijo médico, bueno, me anoté en medicina, hice el curso de ingreso, estuve tres años perdiendo tres años de mi vida ahí, y un día dije: esto no es para mí, hablé con mi papá y le dije que no me gustaba, pensando que mi papá me iba a dar un sopapo. No. Me dijo: “m’hijo, usted tiene que estudiar en la vida lo que le guste, donde se sienta satisfecho, y le llene su espíritu”. Entonces fui por el lado de la química, me anoté en Ciencias Exactas, hice un año de química y no me gustaba, me pasé a la carrera de Física, hice tres años de la licenciatura que me gustaba muchísimo, y en un momento traté de ir a estudiar al Instituto Balseiro, pero vi que no era para mí, había que ser muy inteligente. En la facultad nos daban clases científicos verdaderamente, un nivel excelente. Pero vino el gobierno de Juan Carlos Onganía, la noche de los bastones largos, nos garrotearon de lo lindo en Perú y Alsina una noche, me comí tres días preso. Había un comisario que me quería convencer que ellos habían intervenido porque había una pelea entre grupos antagónicos dentro de la facultad y eso era mentira. Nosotros con unos compañeros estábamos en la biblioteca estudiando, había otros esperando para una reunión del Consejo Superior, pero no había ningún bochinche ni ningún lío. Fue como un operativo simultáneo en todas las facultades. Y en un momento dado, lo conozco a Hernán Figueroa Reyes. Mi papá había fundado con otros amigos una peña folklórica que se reunían en el Club Atlético San Isidro. Una noche estaba sentadito en un sillón, tocando la guitarra, rodeado de chicas. En esa época si vos tocabas la guitarra atraías todas las pibas que pudieras. Y veo por una puerta entreabierta que venían caminando por un pasillo dos tipos: uno flaquito con el pelo cortito, y otro atrás con un pulover que era un carnaval de colores que le llamaban los gordos en esa época. El flaquito era Hernán que había salido del servicio militar con veinte años y el que venía atrás era el Chango Farías Gómez. Yo tenía dieciocho. Entra Hernán al salón, me ve con la guitarra, ve las chicas, se acerca, saluda, me pide prestada la guitarra y empezó a cantar. Ahí perdí como en la guerra porque las chicas que me miraban a mí como a un Dios se volvieron ateas, cambiaron de Dios rápidamente. La semana siguiente me llama Hernán para integrar un grupo que él estaba formando. Empezamos a ensayar con el conjunto que se llamaba Los Milagreros por lo del Señor del Milagro de Salta porque Hernán era salteño. Eramos muy, muy buenos: Coco del Franco Terrero, Guillermo Urien, Hernán y yo. Después entró el Chango Farías Gómez. Me fui porque si seguía ahí no estudiaba, estaba en medicina en esa época. Y en mi lugar entra Pedro Farías Gómez. A los meses se cambiaron el nombre porque los Farías Gómez -sobre todo la madre Pocha Barros y el Tata, su padre- tenían una vena muy santiagueña y no se bancaban un nombre salteño. Se pusieron Los Huanca Hua que más o menos quiere decir “los hijos de la música” en una traducción muy libre del quichua. Seguí un tiempo solito hasta que Hernán se separa de Los Huanca Hua con idea de hacerse solista y había conseguido una actuación en el teatro Odeón que venía George Maharis, que era un norteamericano muy conocido en esa época porque actuaba en una serie televisiva que se llamaba Ruta 66 que veía todo el país. Este aprendió a cantar cuatro cosas y se vino a ganar unos dólares a Buenos Aires. La cuestión es que Hernán se consiguió actuar para telonero en esa función pero no tenía músicos. Me vino a buscar a mí con la guitarra, pero necesitaba un bombo, me acordé que cerca de casa había un chico que tocaba el bombo. Fuimos tarde a su casa, nos atendió la mamá y nos permitió entrar porque me conocía, y su hijo era Hernán Rapela que estaba durmiendo. Entramos al cuarto, se sienta en la cama y lo ve a Hernán sorprendido. Lo invitamos a tocar el bombo y dijo que sí. Seguimos unos cuantos años con Hernán. Grabamos los discos de esos tiempos donde El corralero fue el más famoso. Y en un momento dado me vuelve una crisis de estudio y le propuse acompañarlo en las grabaciones pero sin viajar por las actuaciones. Ya no me acuerdo hasta cuándo, ya que a veces me escucho en las grabaciones y me reconozco sin recordar esas grabaciones mías. Después lo acompañó Quique Coria. Estuve con El Chango Nieto también porque Hernán era directivo de CBS y nos daba trabajo a todos. Cuando me casé compré todo el amoblamiento de mi primer departamento de un ambiente gracias a él.

LP - ¿Y por dónde recaló el estudio?

E.M. - Después de pasar por varias carreras me inscribí en la Universidad Tecnológica Nacional y me recibí de Analista de sistemas. Fue un año caótico para el estudio. Hubo diez años donde no hice nada con la música que fue cuando me puse a estudiar en serio, me recibí, me puse a trabajar en la profesión de la cual me jubilé hace una década.

LP - ¿Cómo te resultó esa profesión con el avance permanente de la tecnología?

E.M. -  En ese sentido siempre digo que me pasé la vida estudiando. En cualquier profesión tenés que mantenerte al día, pero en el caso de la informática, el grado de avance es arrollador. Lo que hoy aprendés en tres meses tenés que ponerte a estudiar otra cosa, para poder seguir haciendo lo mismo. Tenés que estar con los manuales en la mesa de luz

LP - ¿Contento con la vida que le tocó?

E.M. - Pero absolutamente. Absolutamente. No me arrepiento de nada. Solo de haberle hecho caso a mi mujer un par de veces. Ella es muy segura en todo y lo que no veía estable no me lo dejaba hacer. Pero con lo que tiene que ver en lo artístico y profesional estoy muy contento. 

por Raúl Vigini

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