AIRE LIBRE

Suplemento Aire Libre 16 de octubre de 2017 Por Redacción
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El jabalí que faltó a la cita

JABALI. Introducido desde Europa hoy es plaga en muchas provincias.

Otra vez el sur, el monte, la noche, la espera. Esta vez es en Río Negro y estoy acechando jabalíes. En esta zona hay tantos jabalíes que a veces las piaras son de 80 o 100 animales y entran a los pocos sembrados de avena o trigo y en una noche lo liquidan. Cabe aclarar que las superficies sembradas son escasas ya que las tierras son yermas, de arena y canto rodado, con un monte bajo pero muy tupido. Así que los chanchos en una noche pueden dar por tierra con el sacrificio de un año.
El Jabalí -como la mayoría de los animales salvajes- es de hábitos nocturnos. Durante el día duerme en lo más espeso del monte y al caer la noche sale de su encame para comer. Por ello se lo caza de noche acechándolo en un charco de barro o en una aguada. Desde las cinco de la tarde que estoy apostado en ese lugar, con el viento de frente para evitar que me puedan ventear.
 Estoy a cuarenta kilómetros de la casa más cercana, solo en el monte, sin celular, radio ni medio de comunicación. A las dos de la mañana pasarán a buscarme. Hasta entonces… solo. Hay mucho viento, demasiado. “Tienen que venir los chanchos… hay tantos, no me puede fallar”. Estoy muy abrigado para soportar el frío y la inmovilidad. Una vez instalado en el apostadero no hay que moverse para evitar ruidos y olores que puedan alertar al jabalí. Estos animales tienen muy mala vista pero un olfato y un oído excepcional. El apostadero es muy simple, un banquito escondido detrás de unos matorrales y disimulado con ramas de espinillo.
El sol se va ocultando y ya la luna asoma en el punto opuesto. Las sombras se van haciendo largas y la noche cae rápido. Todo un universo de ruidos nuevos surgen con la noche; a algunos los identifico: un zorro, una lechuza, un pájaro nocturno… otros ruidos los desconozco: algunos parecen pasos, voces, gritos. Trato de afinar el oído para distinguir el bufido de un padrillo, una rama rota, el trote de la piara… pero nada. “Ya van a bajar los chanchos” pienso y me aseguro a mí mismo. La luna llena alumbra débil desde un cielo parcialmente nublado. Todo es negro y cuando fijo la vista los bultos negros que antes estaban inmóviles ahora parecen moverse. Tomo los binoculares y no, es solo una ilusión óptica. Cuanto más fijo la vista más me confunden las imágenes. Sigo esperando. Una liebre pasa apenas trotando a tan solo unos cinco metros delante mío, no me vio. El viento aumenta su intensidad y yo sigo esperando. Miro el reloj, son apenas las veintidós pero me parece que haría mil horas que estoy allí. Hace mucho frío. Toco mi cintura y siento el cabo de mi cuchillo, tiene punta aguzada y filo que afeita, es para clavar. En un bolsillo tengo unas galletitas sueltas y como unas para evitar el concierto de tripas que me parece una sinfónica. ¿Bajarán? “No sé, hay mucho viento”. En un momento siento un “jufff” a mis espaldas ¿será un jabalí? Trato de no hacer ningún ruido y quedarme lo más inmóvil posible. Me tapo la nariz con el cuello de polar para acallar el ruido de la respiración. Pasan diez minutos y otro “jufff” pero esta vez más a la derecha, luego, nada. La luna que de a ratos se oculta detrás de las nubes y no me deja ver siquiera mis manos… “que no baje ahora que no lo voy a poder ver” ruego mentalmente. Vuelve el reflejo plateado de la luna y sigo esperando. Ya es la una y cada vez hace más frío. Las huellas que encontramos venían del monte que tengo enfrente y en el barro las hozadas indicaban la presencia de muchos chanchos y un padrillo muy grande. Tiene que venir… Sigo esperando. La luna, los ruidos, las sombras todo sigue igual. De repente un reflejo por sobre el monte me señala a la camioneta que me viene a buscar. Miro el reloj, son casi las dos y treinta y mi jabalí faltó a la cita. Habrá sido el viento, me habrán venteado… no sé, mañana volveré por la revancha.

Redacción

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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