AIRE LIBRE
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El jabalí que faltó a la cita
JABALI. Introducido desde Europa hoy es plaga en muchas provincias.
Otra vez el sur, el monte, la noche, la espera. Esta vez es en Río Negro y estoy acechando jabalíes. En esta zona hay tantos jabalíes que a veces las piaras son de 80 o 100 animales y entran a los pocos sembrados de avena o trigo y en una noche lo liquidan. Cabe aclarar que las superficies sembradas son escasas ya que las tierras son yermas, de arena y canto rodado, con un monte bajo pero muy tupido. Así que los chanchos en una noche pueden dar por tierra con el sacrificio de un año.
El Jabalí -como la mayoría de los animales salvajes- es de hábitos nocturnos. Durante el día duerme en lo más espeso del monte y al caer la noche sale de su encame para comer. Por ello se lo caza de noche acechándolo en un charco de barro o en una aguada. Desde las cinco de la tarde que estoy apostado en ese lugar, con el viento de frente para evitar que me puedan ventear.
Estoy a cuarenta kilómetros de la casa más cercana, solo en el monte, sin celular, radio ni medio de comunicación. A las dos de la mañana pasarán a buscarme. Hasta entonces… solo. Hay mucho viento, demasiado. “Tienen que venir los chanchos… hay tantos, no me puede fallar”. Estoy muy abrigado para soportar el frío y la inmovilidad. Una vez instalado en el apostadero no hay que moverse para evitar ruidos y olores que puedan alertar al jabalí. Estos animales tienen muy mala vista pero un olfato y un oído excepcional. El apostadero es muy simple, un banquito escondido detrás de unos matorrales y disimulado con ramas de espinillo.
El sol se va ocultando y ya la luna asoma en el punto opuesto. Las sombras se van haciendo largas y la noche cae rápido. Todo un universo de ruidos nuevos surgen con la noche; a algunos los identifico: un zorro, una lechuza, un pájaro nocturno… otros ruidos los desconozco: algunos parecen pasos, voces, gritos. Trato de afinar el oído para distinguir el bufido de un padrillo, una rama rota, el trote de la piara… pero nada. “Ya van a bajar los chanchos” pienso y me aseguro a mí mismo. La luna llena alumbra débil desde un cielo parcialmente nublado. Todo es negro y cuando fijo la vista los bultos negros que antes estaban inmóviles ahora parecen moverse. Tomo los binoculares y no, es solo una ilusión óptica. Cuanto más fijo la vista más me confunden las imágenes. Sigo esperando. Una liebre pasa apenas trotando a tan solo unos cinco metros delante mío, no me vio. El viento aumenta su intensidad y yo sigo esperando. Miro el reloj, son apenas las veintidós pero me parece que haría mil horas que estoy allí. Hace mucho frío. Toco mi cintura y siento el cabo de mi cuchillo, tiene punta aguzada y filo que afeita, es para clavar. En un bolsillo tengo unas galletitas sueltas y como unas para evitar el concierto de tripas que me parece una sinfónica. ¿Bajarán? “No sé, hay mucho viento”. En un momento siento un “jufff” a mis espaldas ¿será un jabalí? Trato de no hacer ningún ruido y quedarme lo más inmóvil posible. Me tapo la nariz con el cuello de polar para acallar el ruido de la respiración. Pasan diez minutos y otro “jufff” pero esta vez más a la derecha, luego, nada. La luna que de a ratos se oculta detrás de las nubes y no me deja ver siquiera mis manos… “que no baje ahora que no lo voy a poder ver” ruego mentalmente. Vuelve el reflejo plateado de la luna y sigo esperando. Ya es la una y cada vez hace más frío. Las huellas que encontramos venían del monte que tengo enfrente y en el barro las hozadas indicaban la presencia de muchos chanchos y un padrillo muy grande. Tiene que venir… Sigo esperando. La luna, los ruidos, las sombras todo sigue igual. De repente un reflejo por sobre el monte me señala a la camioneta que me viene a buscar. Miro el reloj, son casi las dos y treinta y mi jabalí faltó a la cita. Habrá sido el viento, me habrán venteado… no sé, mañana volveré por la revancha.
JABALI. Introducido desde Europa hoy es plaga en muchas provincias.
Otra vez el sur, el monte, la noche, la espera. Esta vez es en Río Negro y estoy acechando jabalíes. En esta zona hay tantos jabalíes que a veces las piaras son de 80 o 100 animales y entran a los pocos sembrados de avena o trigo y en una noche lo liquidan. Cabe aclarar que las superficies sembradas son escasas ya que las tierras son yermas, de arena y canto rodado, con un monte bajo pero muy tupido. Así que los chanchos en una noche pueden dar por tierra con el sacrificio de un año.
El Jabalí -como la mayoría de los animales salvajes- es de hábitos nocturnos. Durante el día duerme en lo más espeso del monte y al caer la noche sale de su encame para comer. Por ello se lo caza de noche acechándolo en un charco de barro o en una aguada. Desde las cinco de la tarde que estoy apostado en ese lugar, con el viento de frente para evitar que me puedan ventear.
Estoy a cuarenta kilómetros de la casa más cercana, solo en el monte, sin celular, radio ni medio de comunicación. A las dos de la mañana pasarán a buscarme. Hasta entonces… solo. Hay mucho viento, demasiado. “Tienen que venir los chanchos… hay tantos, no me puede fallar”. Estoy muy abrigado para soportar el frío y la inmovilidad. Una vez instalado en el apostadero no hay que moverse para evitar ruidos y olores que puedan alertar al jabalí. Estos animales tienen muy mala vista pero un olfato y un oído excepcional. El apostadero es muy simple, un banquito escondido detrás de unos matorrales y disimulado con ramas de espinillo.
El sol se va ocultando y ya la luna asoma en el punto opuesto. Las sombras se van haciendo largas y la noche cae rápido. Todo un universo de ruidos nuevos surgen con la noche; a algunos los identifico: un zorro, una lechuza, un pájaro nocturno… otros ruidos los desconozco: algunos parecen pasos, voces, gritos. Trato de afinar el oído para distinguir el bufido de un padrillo, una rama rota, el trote de la piara… pero nada. “Ya van a bajar los chanchos” pienso y me aseguro a mí mismo. La luna llena alumbra débil desde un cielo parcialmente nublado. Todo es negro y cuando fijo la vista los bultos negros que antes estaban inmóviles ahora parecen moverse. Tomo los binoculares y no, es solo una ilusión óptica. Cuanto más fijo la vista más me confunden las imágenes. Sigo esperando. Una liebre pasa apenas trotando a tan solo unos cinco metros delante mío, no me vio. El viento aumenta su intensidad y yo sigo esperando. Miro el reloj, son apenas las veintidós pero me parece que haría mil horas que estoy allí. Hace mucho frío. Toco mi cintura y siento el cabo de mi cuchillo, tiene punta aguzada y filo que afeita, es para clavar. En un bolsillo tengo unas galletitas sueltas y como unas para evitar el concierto de tripas que me parece una sinfónica. ¿Bajarán? “No sé, hay mucho viento”. En un momento siento un “jufff” a mis espaldas ¿será un jabalí? Trato de no hacer ningún ruido y quedarme lo más inmóvil posible. Me tapo la nariz con el cuello de polar para acallar el ruido de la respiración. Pasan diez minutos y otro “jufff” pero esta vez más a la derecha, luego, nada. La luna que de a ratos se oculta detrás de las nubes y no me deja ver siquiera mis manos… “que no baje ahora que no lo voy a poder ver” ruego mentalmente. Vuelve el reflejo plateado de la luna y sigo esperando. Ya es la una y cada vez hace más frío. Las huellas que encontramos venían del monte que tengo enfrente y en el barro las hozadas indicaban la presencia de muchos chanchos y un padrillo muy grande. Tiene que venir… Sigo esperando. La luna, los ruidos, las sombras todo sigue igual. De repente un reflejo por sobre el monte me señala a la camioneta que me viene a buscar. Miro el reloj, son casi las dos y treinta y mi jabalí faltó a la cita. Habrá sido el viento, me habrán venteado… no sé, mañana volveré por la revancha.

Redacción
Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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