Por REDACCION
Mucho antes de ser declarada como Monumento Histórico Nacional y convertirse en museo, la planta Ford de la avenida Piquette, en Detroit, fue el centro neurálgico de la creación del mítico “Model T”. Allí, Henry Ford pensó, evolucionó desde el concepto, desarrolló y produjo el coche que revolucionó la industria automotriz.
En aquel edificio, en su tercer piso, la historia cuenta de un cuarto secreto en el que Ford dio forma al que en la primera década del siglo XX se convirtió en su gran invento. Una sala experimental que el empresario nacido en 1863 mandó a separar del resto del piso -y a cerrar con una puerta con candado cuando él no estaba-, para que su creación no saliese de esas paredes hasta que él lo decidiera.
De hecho, solo los empleados de mayor confianza de Henry Ford tenían acceso a ese cuarto de 260 metros cuadrados que estaba ubicado en la esquina noreste de ese tercer piso de la planta de la avenida Piquette 461, donde funcionó la planta de ensamble de la Ford Motor Company entre 1904 y 1910.
Equipado con una mesa de dibujo técnico, una pizarra, una cámara para grabar ideas de diseño y una mesa de trabajo, tenía también decenas de cajas de herramientas, un motor de CC de 250 voltios que hacía girar un eje de línea aérea que impulsaba una máquina accionada por correa (podía ser un torno, un taladro o una fresadora).
La iluminación era con lámparas de arco GE y había una silla mecedora en la que Henry Ford se sentaba a relajar aunque también desde ahí dirigía las operaciones, y un chasis del Modelo N, predecesor del Ford T. Incluso, había hasta loncheras para el almuerzo de los trabajadores.
Así fue reconstruida al día de hoy, para que pueda ser visitada, en base a estudios que hizo el arqueólogo industrial Richard Anderson, a los que se le sumaron entrevistas hechas en los años 50 con obreros que participaron de las producciones originales de aquellos años.
FORD T: EL AUTO SENCILLO
QUE FUE UN ÉXITO MUNDIAL
Ford quería poner en las calles, por entonces aún bastante despobladas de automóviles, un coche familiar en todo sentido: por el tamaño y porque quería que fuese popular y esté al alcance de todos. La producción empezó el 27 de septiembre de 1908 y cuatro días después, el primer Ford T estuvo a la venta. Era un poco más caro que el Ford N (850 dólares contra 600) pero con el tiempo el costo bajaría notablemente, llegando a los 250 dólares por unidad.
Para esto, impulsó la cadena de montaje, que terminó de tener eficacia y hacer historia a partir de 1913, cuando abrió la nueva planta de Detroit. Para llegar a este punto, la inspiración del empresario fue el libro “Principios de la Dirección Científica”, del ingeniero norteamericano Frederick Taylor. Ahí se explicaba cómo hacer una o muchas cosas desde la fabricación en masa.
Para lograrlo, hacían falta trabajadores que pulieran sus virtudes y eliminaran los defectos, todo bajo el estricto control cronometrado de cada acción, con el fin de hacer más rendidor el producto final. Fue tan inspirador para Henry Ford, que decidió bautizar su nueva obra como “Ford T”, en homenaje a Taylor.
Con la cadena de montaje en funcionamiento, a medida que la fabricación en serie aumentó, también se incrementaron los salarios de los trabajadores y se fue bajando el costo de producción, lo que redundó en el precio al público del vehículo, que llegó a los 260 dólares para el año 1925.
El Ford T rápidamente se transformó en un éxito no solo estadounidense sino mundial, inundándose el mercado automotriz con este modelo. Tener un auto dejó de ser, definitivamente, un privilegio para pocos y pasó a ser de uso común y cotidiano. Del Ford T se produjeron más de 15 millones de unidades, cifra que lo convirtió en el auto más vendido del mundo hasta principios de los años 70.
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