SUPLEMENTO ESPECIAL

Volver al pasado: Rafaela de 1900


Por Orlando Pérez Manassero

Rafaela, año 1900. Estoy en la esquina de las calles que se llamarán bulevar Roca e Ituzaingó justamente frente al caserón que aloja el Banco de la Nación Argentina. Comienzo a observar el entorno y veo que unos vecinos madrugadores transitan por la vereda de ladrillos de la institución bancaria mientras que otros, más apurados, lo hacen por las vías del Tranway a Vapor tendidas en el centro del bulevar. Al otro lado de la calle algunos entran al “Restaurant Somariva” de Blas Perlo y dos o tres se quedan en la puerta mirándome con especial interés; imagino que en este pequeño pueblo (con apenas unos 2500 habitantes) casi todos se deben conocer y les llamará la atención mi presencia. Puse especial cuidado en vestir sencillamente con ropa de época para tratar de pasar unos minutos confundido entre los lugareños y observar todo sin perturbarlos… pero en esas miradas cargadas de curiosidad veo que igual notan en mí a un extraño. Me pregunto; si le dijera al gerente del banco, don Américo Crossa, que vengo de esta misma Rafaela pero del año 2023, una ciudad donde viven casi 120.000 rafaelinos, algunos habitando en edificios de hasta veinte pisos de altura ¿me creería? No, seguramente que no. Quizás reiría, pero lo más probable es que me trate de loco suelto y llame a la policía para que me detenga. En fin… vamos a lo nuestro. Ahora estoy en el nacimiento del bulevar Roca en su polvorienta intersección con las calles que muy pronto se llamarán 25 de Mayo y Colón. La vía férrea cruza por aquí sobre un alto terraplén de tierra haciendo que carros y volantas sorteen con alguna complicación lo que debería ser justamente un paso a nivel. En este momento lo está haciendo dificultosamente una chata tirada por cuatro caballos con su conductor, que debe ser don José Donna, blasfemando en voz alta y en piamontés contra la Comisión de Fomento y Federico Maurer su presidente porque, pasando por las descalzadas vías, se le caen algunos de los ladrillos que lleva. Me agradece cuando se los alcanzo mientras cruzo el callejón para llegar a la plaza 25 de Mayo. Rodea al predio de cuatro manzanas una ancha zanja con agua en algunos lugares y, más adentro, un borde bajo de ladrillos. En todo su contorno una doble hilera de jóvenes ligustros hacen de marco al arbolado interior compuesto por álamos, algunos cipreses piramidales y muchos eucaliptos que en pocos años más serán enormes. Advierto que otra zanja la cruza de norte a sur mientras que la vía férrea la divide a su vez de este a oeste. En tanto voy observando esos detalles me acerco a los rieles porque oigo el silbato de un tren cercano. Y es así porque en lo que será bulevar Santa Fe y Sargento Cabral distingo la humeante maquinita del Tranvía Rural a Vapor. Está partiendo luego de su parada en la Estafeta Postal donde seguramente el jefe, don Tomás Vivas, le entregó a Juan Vercesi las sacas con la correspondencia. Ya viene… espero su paso. El maquinista (¿será Emilio Berger o José Pierini?) acelera ahora la pequeña locomotora - debe ser la Audry 405 - da dos pitadas cortas y se va por el bulevar Roca arrastrando tres vagones de carga y uno de pasajeros rumbo a la estación Rafaela Oeste para luego, desde allí, llegar a las colonias cercanas. De pie en la plataforma posterior del último vagón el guarda, que quizás sea Leopoldo Solabarrieta, me mira con curiosidad y saluda tímidamente con la mano. No puedo exponerme mucho más tiempo en este pasado, corro peligro de sufrir una inversión de energía cuántica de carga negativa que puede transformar en antimateria los 7000 cuatrillones de átomos que componen mi cuerpo, principalmente los de carbono, situación extrema que impediría materializarme al regresar al año 2023. Sería mi fin y por esa razón solamente voy a dar una rápida vuelta a la plaza para ver al menos algunos de los más importantes negocios que la rodean. Como ya lo vengo haciendo usaré para ubicarme la nomenclatura de las calles tal como las conozco de mi tiempo. Vuelvo entonces a otra despareja vereda de ladrillos en este caso la de la calle 25 de Mayo y, en la esquina con bulevar Roca, oigo martillar repetidamente sobre un yunque; es el taller de Juan Piovano y me sorprende la presencia de una colorida calesita en su frente. Sigue una sucesión de puertas y altas ventanas enrejadas de casas familiares hasta que cruzo a la vereda de calle Moreno. Fijados a las paredes contabilizo dos grandes farolas a querosén en cada cuadra que, sumadas a las columnas ubicadas en la plaza, deben al menos aclarar en buena parte las oscuras noches del pueblo, eso cuando don Farías, el farolero, hace su ronda encendiéndolas en las noches sin luna. Ya en la vereda de calle Moreno registro un terreno baldío y un largo edificio que culmina en la tienda de García y Luder en la esquina con bulevar Lehmann. Sobre esta última arteria y a pocos metros de dicha tienda veo que en el Club Social están descargando damajuanas de vino de una “jardinera” identificada como de la “Botillería la rapa d´uva” de Francisco Audenino. Sigo mi camino ahora por la vereda de calle San Martín y frente a la Empresa Telefónica de Castro y Obregón escucho a Catalina Fornaso, la telefonista, casi gritar algún intento de conexión, y todavía la oigo mientras paso frente al vecino bar de Bautista Galaverna. Apresuro mi andar y alcanzo rápidamente la esquina de la “Talabartería Nacional” de Federico Ritzer. Al cruzar hacia la vereda de calle Lavalle advierto que aumenta el número de postes de quebracho clavados al borde de las aceras y es que estoy en el sector de los edificios más importantes del pueblo y estos palenques son usados por los colonos para atar los caballos de sus chatas, tilburys y volantas mientras hacen las compras. En la imponente nueva casa de dos plantas que construyó don Gabino Menéndez registro a la “Nueva Botica” de Ugo Lencioni, el bar “La gloria” de Jerónimo Renard y en la esquina con bulevar Santa Fe la tienda “Los Vascos” de Felipe Calles. Al trasponer el bulevar puedo ver en su centro que la vía férrea está flanqueada por dos hileras de ligustros que parecen llegar hasta la diagonal de calle Mitre. Alcanzo la vereda de la casa familiar de don Faustino Ripamonti y siguiendo ahora por calle 9 de Julio observo al pasar el interior de los “Grandes Almacenes de Ramos Generales” de don Faustino repletos de clientes. Es notable la cantidad de carruajes de distintos tipos estacionados frente al negocio al que aún no se le ha construido la famosa recova. Me llama la atención que al costado de la plaza los caballos tienen a su disposición gavillas de pasto seco y agua mientras esperan a sus dueños. Cruzo hacia calle Belgrano donde, en la esquina, luce el letrero del café de Riva Hnos. Ya en la vereda de la cuadra siguiente apuro aún más el paso y voy leyendo la cartelería de la tienda, zapatería y sombrerería “La Florida” de Fernández Groba, la joyería y relojería “Italiana” de Tomás Bellini, la peluquería “Central” de Marcelino Riera, la “Fotografía Tappa”, el baratillo y almacén “La Perla” y la “Farmacia y perfumería Italiana” de Anibal Chicco. Llegando al que van a llamar bulevar Susana me detengo unos segundos frente al templo católico. El edificio de la iglesia presenta un estado de mucho deterioro que seguramente debe preocupar a los feligreses y, por supuesto, mucho más al párroco presbístero Francisco Palmieri. En la plaza, frente a la iglesia, tomo nota de un detalle, la existencia de una glorieta poligonal de madera cubierta por una enredadera y provista de algunos bancos. Ahora ya estoy en la esquina del bulevar al inicio de calle Rivadavia donde, en la ochava, observo la puerta abierta de par en par de los almacenes “Luis Bonazzola y Cia”. Justamente sale por ella un jovencito mordisqueando un trozo de pan y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y sigo adelante, paso frente al Hotel “Spar” de Jacobo Spahr y llego a calle Colón donde debo bajar de la vereda y dar un rodeo pues, desde la “Casa de ramos generales de Maggi Hnos y Manetti”, están “hombreando” bolsas blancas, supongo qué de harina, para cargarlas sobre una gran chata sin resortes. Del otro lado de la calle y a pesar de la temprana hora oigo las voces de cantantes en piamontés, dueños ya de los primeros ajenjos del día, y son sus alegres notas las que salen de las enrejadas ventanas del bar y fonda “Pinerolo” de don Juan Giraudo para que las esparza el viento por el pueblo. Sigo por Colón y allí nomás, a metros de Rivadavia, ese mismo viento hace flamear la bandera y zarandea el escudo de chapa en el frente sin revocar de la Comisaría de Policía desde donde trata de mantener el orden del lugar el comisario Bruno Zavalla y sus agentes. Advierto que el joven comedor de pan me sigue y eso pica mi curiosidad; al llegar nuevamente a la esquina de Colón y bulevar Roca me detengo y lo espero. Le pregunto el nombre y me responde con su apellido que, sorpresivamente, es igual al mío. Como siento que urge mi retorno al 2023 y no quiero desmaterializarme frente al niño, me despido de él sin más, aunque intrigado, y accedo rápidamente a un baldío cercano donde, sin ser visto, culmino este mi paseo por Rafaela del año 1900.
Nota: he retornado a este tiempo - sin inconvenientes físicos, vale aclarar – ya he cerrado el laboratorio del sótano y en la comodidad de mi casa dejo constancia con estas líneas sobre las vivencias de mi viaje temporal. Pero hay algo que da vueltas y vueltas en mi mente, es una pregunta; digo yo… aquel joven, el que mordisqueaba un trozo de pan; ¿habrá sido mi abuelo?




Autor: REDACCION

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