Educación
En el libro “Educando al Educador” Krishnamurti muestra cómo el maestro debe indagar por sí mismo en su interior y en el del niño, para ir descubriendo las causas de las contradicciones y la violencia a partir del EGO: ambiciones desmedidas de tener, progresar y alcanzar objetivos vinculados con la búsqueda de poder (económico, social, político, científico, estético, edónico, etcétera). Esto está emparentado con la autosuficiencia, la soberbia y la vanidad cuando la conciencia se espeja en el Ego y las realidades se perciben deformadas. La consecuencia de esto es el miedo, la rabia, la tristeza, la vacuidad, la falta de sentido y la soledad, que embargan al individuo y se extienden a la sociedad en forma de conflictos de todo tipo, al no lograr los objetivos magnificados.
Mientras la educación no contemple también la enseñanza de la percepción pura, la humanidad seguirá en este estado, porque los elementos del SER y el PROGRESAR son igualmente necesarios para el equilibrio de las fuerzas en tensión.
Cada vez que leemos un ensayo de “expertos” sobre cambios en la educación, nos asombra la carencia total de conceptos sobre la necesidad de orientar al niño también en el camino del SER. Vemos que solo se miran las posibilidades que ofrece el mercado, para insertarse en el ritmo vertiginoso y exclusivista de logros, que dejará ausente ese otro aspecto integrador e imprescindible del ser humano, que pertenece al ámbito de los afectos.
Nos quejamos de los problemas sociales que vemos en las noticias pero no vemos que son la extensión de las contradicciones internas del hombre que lo llevan a la corrupción, las drogas, los crímenes y las guerras.
El antagonismo entre los hombres no se soluciona con teorías o ideologías rimbombantes, ni con instituciones locales o internacionales como las Naciones Unidas, sino mediante una educación para una nueva cultura, dirigida a la comprensión individual de nuestra actitud frente a la vida y nuestra actitud frente a nuestros semejantes. Para todo esto resulta imprescindible educar al educador, como insistentemente lo propusiera Krishnamurti. “El maestro no es el mero dador de información, sino alguien que señala el camino a la Sabiduría”, que podemos definir como “el conocimiento y los sentimientos puestos al servicio del bien”. Conocimientos (información procesada, ciencia y tecnología), sentimientos (afectividad) y el bien (ética), los tres temas que siempre preocuparon a los filósofos.
La sabiduría empieza con el autoconocimiento del maestro, quien debe conocer y sentir también la mente del alumno para orientarlo hacia su propio conocimiento. Debe cultivar los sentimientos en el terreno fértil del cerebro infantil y debe insistir en ordenar los valores en una escala lógica, dando prioridad a la ética.
Ser y Tener
Cuando intentamos definir el SER, no tenemos que usarlo como sustantivo sino como verbo: “estar siendo”. Si lo comparamos con el verbo To Be del inglés, que significa “ser o estar”, vemos que éste abarca un sentido mucho más amplio. SER es “estar siendo”, en el instante (sin futuro), atentos, percibiendo, aquí, frente a cada realidad o a cada hecho.
SER nunca es TENER: personalidad, prestigio, dinero y poder, todos logrados con el tiempo y en función del Ego. Entonces no debemos pensar: “es un ser poderoso”, sino “es alguien que tiene poder”, del verbo To Have “haber o tener”.
Al estado de SER no le corresponden las preguntas ¿para qué? (futuro), ni ¿por qué? (pasado), ni ¿cómo? (análisis racional), ya que pertenece al sentir, a lo afectivo y al instante.
Krishnamurti decía: “Cuando alguien mira un árbol, una nube, la esposa, un auto, un amigo, a través de la imagen que tiene de ello y de la imagen que tiene de sí mismo es decir del Ego, la relación se torna analítica, separada, tensa y está vinculada con el deseo de algún posible beneficio en el futuro. Lo mismo sucede cuando se siente ira y se la mira como algo separado de uno mismo y se la analiza, se trata de ver sus causas y se intenta desprenderse de ella mediante la represión. Entonces la ira se retroalimenta y se perpetúa en la mente”.
La mayor parte del tiempo dejamos que el cerebro funcione en forma saltatoria, es decir, saltando de una idea a la otra, fugaz y desordenadamente, sin un hilo conductor y sin un sentido lógico. Es la forma que Krishnamurti llama “el parloteo de la mente”. Es un estado mental que no se mueve en el pensamiento ni en la “atención alerta” que es la que permite captar todos los estímulos que llegan a los sentidos al mismo tiempo: colores, sonidos, tacto, propioseptivos, perfumes y gustos. Esto último sucede cuando se mira sin la memoria (pasado), sin siquiera nombrar ni juzgar, (porque entonces ya intervendría el intelecto), sin el pensamiento (análisis), sin el tiempo (futuro), sin el deseo y sin el Ego interpuesto. Entonces la percepción es pura, distendida, instantánea y sin la mirada utilitarista.
Krishnamurti sostenía lo siguiente: “Cuando se está alerta al significado total de la existencia, al movimiento de las nubes en el cielo, a los árboles, a las sonrisas, al gozo de vivir, entonces los problemas se disuelven en esa atención”.
En este estado la mente es libre, pacífica, ágil y surge una nueva forma de inteligencia, que contempla también la Paz, la Solidaridad y el Amor con sentido universal que son bienes esenciales de los valores éticos. Un aforismo oriental dice que “es rico todo aquel que está contento con lo que tiene”.
La vida debe transcurrir en esa alternancia entre el Ser (percepción pura) y el Tener (estudiar, conocer, hacer, trabajar, construir) para que la mente esté en equilibrio sereno y armónico.
La Libertad y el Orden
La libertad no puede existir sin el orden porque son inseparables. La libertad cuando es esclava del desorden no existe, porque no es libre, está sometida. Si tratamos de realizar dos actividades al mismo tiempo nos desordenamos y nos estresamos, con las consecuencias de ansiedad, angustia y neurosis.
El orden es imprescindible para la convivencia y para el cuidado del medio ambiente.
El cumplimiento de la Ley, la honestidad, la puntualidad, la consideración con las otras personas, la atención y el cuidado, son virtudes que corresponden al orden, que es uno de los bienes esenciales de los valores éticos.
Un ejemplo del mal uso de la libertad sin orden es lo que sucede en Estados Unidos con la segunda enmienda de la Constitución, que permite la tenencia y portación de armas a cualquier ciudadano. La sublimación de la libertad a través de ese derecho, que en este momento de la historia resulta anacrónico, permite los frecuentes y absurdos ataques a grupos inocentes e indiscriminados.
Cuando hablamos de orden, no nos referimos al orden de las disciplinas militaristas, que persiguen la obediencia ciega de los mandos superiores casi siempre irracionales, ya que el objetivo último es prepararse para matar a otro ser humano.
La verdad
No nos referiremos a la verdad científica (la “episteme” de los griegos), que corresponde a las cosas y a los hechos y es absoluta mientras esté basada en la evidencia, hasta que otras nuevas evidencias demuestren lo contrario.
Hablaremos sobre las verdades subjetivas y relativas de las creencias (la “doxa”), que abarca la honestidad, la buena fe, la confianza y la sinceridad humanas.
Krishnamurti sostenía que “En la búsqueda de la verdad uno se encuentra con rutas muy engañosas, porque la verdad es una tierra sin caminos, es decir sin pautas externas predeterminadas. La verdad no se crea, sino que emerge de la realidad cuando ésta es percibida por una mente libre, sin condicionamientos, tradiciones, creencias ni dogmas de ningún tipo” y cuando una creencia es iluminada por el pensamiento crítico, que comienza cuando se utiliza la herramienta principal de la filosofía, que consiste en formular preguntas, por ejemplo, ¿existen los Reyes Magos?
Las Relaciones
¿Cómo nos relacionamos con las cosas, con las ideas, con los valores y con otros seres humanos?
Krishnamurti nos enseña que el hombre siempre se relacionó con las cosas con un apego exagerado. Con las ideas con una identificación excluyente que impide la comprensión del presente y cuando se transforman en ideologías se vive justificándolas. Con los valores, con una escala distorsionada, dando prioridad a los valores económicos a expensas de los valores éticos que deben figurar en primer término en el ordenamiento personal. Y con los otros seres humanos, nos relacionamos sin percibirlos en forma pura (incondicionada), actitud que impide la secuencia afectiva de compasión, empatía (ponerse en el lugar del otro) y amor (con sentido universal).
Estas formas de relacionarnos están determinadas por la interposición del Ego entre la conciencia del observador y cada realidad observada. La consecuencia es siempre una relación tensa, interesada, egocéntrica, conflictiva, que no solo quedan en el individuo sino que se extienden a los miembros de la sociedad, grupos o naciones. Resultado: crueldad, perversiones, fabricación y tráfico de armas y de drogas, guerras de todo tipo, destrucción del medio ambiente y un futuro de lo más incierto. Estos análisis críticos tan certeros a lo largo de toda la obra de Krishnamurti, son los que más duelen como verdades enrostradas.
No obstante, Krishnamurti deja siempre un mensaje esencial y lleno de esperanzas cuando afirma “si cambias tú, el mundo cambia”.