El
kirchnerismo ingresó en la etapa final de su larguísimo paso por
el poder y se apresta a repetir estrategias en materia económica
ya aplicadas por sus antecesores, como dejar que la medicina
amarga deba aplicarla el próximo gobierno.
Con una economía en ´stand by´, sólo alimentada artificialmente
por un consumo inducido a fuerza de emisión monetaria
indiscriminada, la administración que asuma el 10 de diciembre de
2015 enfrentará desafíos mucho menos color de rosa que los
relatados por la presidenta en cadena nacional.
La economía argentina está en recesión, su industria perdió
competitividad, la inflación absorbió los esfuerzos de los
multimillonarios planes sociales, el desempleo y la pobreza están
en alza, el país clausura cualquier posibilidad de llegada de
inversiones por el descalabro cambiario, la presión fiscal es la
más alta de la historia, existe una reprimarización de la
economía, el escenario energético no encuentra rumbo y los motores
del modelo se están apagando.
A esto se suma que el problema de la deuda con los fondos
buitre está cada vez más lejos de solucionarse, y el equipo
económico parece haber tomado la decisión de dejar que esa
situación se mantenga hasta el final del mandato, más allá de que
repita el latiguillo de que pretende acordar con todos los
acreedores, pero en condiciones que los bonistas rechazan.
El país parece haber desaprovechado otra oportunidad, porque
cuando los precios de los commodities estaban por las nubes, el
cristinismo prefirió priorizar el consumo en lugar de diseñar
estrategias destinadas al ahorro y la inversión.
Miguel Galuccio, el CEO de YPF, pena sin gloria por reanimar
inversiones para Vaca Muerta, y maldice la feroz caída a la mitad
en el precio del crudo de los últimos meses.
Así como durante la última década los planetas parecían haberse
alineado en favor de la Argentina, todo indica que en los próximos
años el escenario mundial se pondrá cada vez más hostil con el
país.
El problema es que el gobierno de Cristina Fernández apeló a la
tentación del populismo en lugar de pensar en un proyecto
estratégico de desarrollo, etapa superior del crecimiento.
Así como el menemismo aplicó una fallida lógica del "derrame"
que terminaría beneficiando también a los sectores menos
favorecidos, el kirchnerismo razonó que inyectando artificialmente
hormonas para el consumo y diseñando polos industriales como el
fueguino, la Argentina se convertiría naturalmente en un país
desarrollado.
La hipótesis fue otro experimento trunco: la Argentina está
lejos de ser el país competitivo de alta productividad que
necesitaría para aspirar al desarrollo.
Mirando a Europa, está más cerca de los problemas estructurales
en su aparato productivo de España, Italia o Grecia,
que de Alemania.
La estructura productiva del país sigue basada en el poderoso
complejo agroindustrial, que genera uno de cada tres dólares, pero
el escenario internacional de caída en los precios de los
commodities obligará al próximo gobierno a buscar la inversión
extranjera que esta administración espantó con sus mecanismos de
intervencionismo creciente en la economía.
El riesgo es que la próxima administración caiga en la
tentación de abrir la economía en la misma forma poco inteligente
que lo hizo Carlos Menem en los ´90, y retroceder varias décadas.
Lo que constituyó el mayor mérito del kirchnerismo, el aumento
de la protección social y de los sectores productivos más
vulnerables, apunta ahora a convertirse en un bumerán de
pronóstico dudoso.
Millones de argentinos subsisten con planes sociales pero
tienen bajas chances de inserción en el mercado laboral, y amplios
sectores fabriles se acostumbraron a la vaca lechera del Estado y
olvidaron que el emprendedor debe repensar a diario cómo hacer más
eficiente y productivo su proyecto en un mundo complejo y
sofisticado.
El gobierno se dedicó a consumir los agrodólares y cuando
concluya el año el riesgo es que casi no queden reservas genuinas
en el Banco Central.
Los más de 30.000 millones de dólares que informa el jefe del
BCRA, Alejandro Vanoli, son una ilusión.
Si se le restan las deudas por colocación de títulos, el
patrimonio de la autoridad monetaria está severamente resentido, y
teniendo en cuenta los vencimientos de este año las reservas se
ubicarían largamente por debajo de los 10.000 millones de dólares.
Los acuerdos con China -torpedeados por grandes conglomerados
industriales de la Argentina- aseguran divisas para obras y el
sostenimiento del esquema de reservas, pero persisten las dudas
sobre los riesgos de haber abierto las puertas de par en par a un
país cuyo principal objetivo es desplazar a los Estados Unidos
como potencia hegemónica y hacerse fuerte en mercados emergentes.
Esos convenios encendieron luces de alarma también entre los
gremios, temerosos de que la precarización que padecen los
trabajadores asiáticos se pueda trasladar a algunos sectores de la
Argentina.
Las fuerzas políticas que aspiran a suceder al kirchnerismo
deberán resolver un problema no menor: el "modelo" no supo
encontrar el término medio necesario entre ahorro-inversión y
consumo, y las consecuencias se pagarán en los próximos años, ya
que el país deberá encaminarse a correcciones que disgustarán a
vastos sectores y podrían derivar en conflictos sociales de alto
impacto.