Si bien en las vacaciones de invierno no se colapsan las rutas como en verano, la conducción no debe relajarse.

¿Por qué? Básicamente por dos motivos. Muchos viajes suelen ser más largos que los acostumbrados (de más de mil kilómetros) y por las condiciones climáticas y de los caminos adversas (lluvia, niebla, nieve, hielo).

Así, antes de salir hay que hacer revisar el vehículo a conciencia: fluidos que no se congelen, neumáticos con buen dibujo y presión correcta, frenos (vitales en invierno) y luces (siempre viajar con las bajas encendidas). Además, hay que revisar la batería; en los autos actuales muchos sistemas dependen de ella y, con baja temperatura, el esfuerzo a la que se la somete es mayor que en verano.

Recuerda La Nación, en nota de Gabriel Tomich, que hay que tratar también de llevar el menor peso posible (que afecta el frenado) y evitar el transporte de carga en el techo (varía el centro de gravedad de la unidad y, por lo tanto, la estabilidad). Si el viaje es largo, planificarlo no viene mal. Alguna parada intermedia para descansar y dormir es importante (manejar más de 8 horas es contraproducente). Parece mentira, pero aún hoy hay personas que no utilizan el cinturón de seguridad. Todos los que van a bordo, adelante y atrás, lo deben usar. Cada dos horas o 200 km, es bueno detenerse para estirar las piernas (15 minutos).

En rutas y caminos de montaña, con baja temperatura, hay que tener mucho cuidado en las zonas con sombra. En ellas puede haber planchones de hielo o escarcha que modifiquen repentinamente el agarre de los neumáticos. Nunca frene con brusquedad y utilice la caja, haciendo rebajes, para controlar la velocidad sin utilizar el freno en exceso.

Tenga en cuenta, además, que los autos actuales tienen ABS, sistema que evita el bloqueo de los frenos, por lo que aún frenando tenemos dirección para esquivar un obstáculo. Mantenga una buena distancia respecto del vehículo que lo precede.