La grieta es una clara muestra de las diferencias que separan a los argentinos a la hora de expresarse por las acciones del gobierno.
De los que estuvieron y de los que conducen actualmente a una sociedad que no puede abstraerse de una puja que seguirá creciendo en agresividad en la misma medida que se acerquen las elecciones.
Las acusaciones cruzadas son tan frecuentes y naturales que ya nadie se puede llegar a sorprender, porque desde las dos trincheras más importantes se sigue disparando permanentemente con munición gruesa para desacreditar a los adversarios de turno.
Más que rivales, se los considera enemigo. Y eso se ve reflejado en la inmensa mayoría de las declaraciones que trascienden, porque son divulgadas por el periodismo, que también muestra una marcada división.
Así viene ocurriendo desde hace varios años, cuando la grieta se instaló, no solo para quedarse, sino para seguir profundizándose.
Ante esas posturas irreductibles, el más golpeado es el pueblo, que sufre todos los enfrentamientos de nuestros gobernantes, que se preocupan, al menos los grupos más duros, por sacar provecho de la desgracia ajena.
Desde el oficialismo, los ataques se constituyeron en una manera recurrente a la hora de instalar en el centro de la escena al gobierno de Macri como el mayor responsable de una inestabilidad económica que nadie desconoce, todos se desligan de la parte que le corresponde.
Por el lado de la oposición, Fernández es el destinatario de las críticas, pero no el único, porque también le apuntan a Cristina, constituyéndose ambos en los blancos predilectos de las embestidas.
La gestión de la pandemia, está claro, tuvo reiterados errores, pero no siempre puede utilizarse como argumento un tema sensible como el que se pretende instalar desde la otra vereda cuando se mencionan con insistencia las casi 100.000 víctimas fatales que se registraron en nuestro país.
Obviamente, que no debía haberse llegado a ese número, aunque se trate de un problema global, pero sería prudente no insistir permanentemente con ese concepto, por respeto a quienes ya no están y a sus familiares.
Otra cuestión que preocupa y que marca las distintas posturas de unos y otros, es la de las relaciones internacionales, que en ese caso pusieron de manifiesto una posición, cuanto menos discutible, del gobierno, acerca de la violación de los derechos humanos que padecen otros países, como Venezuela y Nicaragua.
Pero al margen de esas opiniones encontradas, que se van a seguir produciendo, existen otros motivos como para que la gente vea con preocupación el futuro.
El aspecto económico no es un dato menor, como tampoco lo es la inflación y menos aún la pobreza. Temas que reclaman soluciones que se postergan y amenazan con no vislumbrar una salida en el mediano plazo.
Las manifestaciones tampoco generar indiferencia. Por un lado, son avaladas. Por el otro, criticadas. Es una cuestión lógica y hasta se podría decir que es entendible, por el simple hecho que cada uno defiende sus intereses.
En este cuadro de situación, seguramente más complejo del que todos deseamos y del que quisiéramos apartarnos cuanto antes, se dio, el sábado anterior, un fenómeno que unió a todos los sectores por primera vez en mucho tiempo.
El fútbol encendió las pasiones, aunque resulta prematuro afirmar que el título conseguido por el Seleccionado renovó las expectativas de la gente, porque ninguna de las dificultades que nos golpean pueden ser resueltas por un halago deportivo.
De todos modos, quedó demostrado que cuando se transmite un mensaje grupal coherente, se puede alcanzar cualquier objetivo, como lo demostraron, en el mismísimo estadio Maracaná y frente a Brasil los muchachos de Scaloni, liderados por Messi, un futbolista sencillamente excepcional que por la idiosincrasia típica de los argentinos solo era cuestionado en su país.
El fútbol, ese deporte que, como decía el recordado José María Muñoz, es "pasión de multitudes", lo demostró una vez, por si hiciese falta.
Esas multitudes, que se volcaron masivamente a las calles de los centros urbanos más poblados hasta los lugares más pequeños de nuestra Patria, en tiempos de pandemia, expresaron sus sentimientos, pero lamentablemente, sin medir las consecuencias que podrían derivar de esas concentraciones.
Era inevitable que eso ocurre, tras un aislamiento tan prolongado, que se sigue replicando a fuerza de DNU a raíz de la preocupante realidad sanitaria.
Nadie podrá decir que la reacción de la gente los sorprendió. El festejo fue una expresión de libertad, al mismo tiempo, en una época donde ese valor, por las circunstancias que todos conocemos, no se puede ejercer en la medida de lo deseado, porque la pandemia así lo exige. El fútbol, más allá de cualquier especulación nos unió, al menos por una noche mágica.