Editorial

Una nueva forma de vivir

Parece que fue ayer que los principales desafíos de la Argentina consistían en renegociar la deuda externa con el FMI y acreedores privados al mismo tiempo que poner en marcha la economía para dejar atrás una recesión que está por cumplir dos años, lo que implicaría avanzar en forma simultánea contra problemáticas sociales de gran centralidad como el desempleo y la pobreza. Sin embargo, desde algún momento del mes pasado, todo cambió. Y mucho. La propagación del coronavirus desde su origen en China a casi 200 países alteró la cotidianeidad de miles de millones de personas a tal punto que más de la mitad de la población mundial permanece en cuarentena. Los sistemas de salud debieron salir, con las armas que tenían a disposición, a combatir la enfermedad que todavía no tiene una cura mientras los gobiernos no tuvieron más remedio que redirigir presupuestos para reforzar las estructuras sanitarias. Como la Argentina que, en medio de un endeudamiento que vacía las arcas estatales por pago de vencimientos e intereses, debió recurrir a la emisión de dinero lo que agravará en el futuro el problema de la inflación. 

No obstante, el coronavirus ha forzado la homogeneización de las agendas locales en una única agenda pública. También obligó a todas las personas a alterar sustancialmente sus rutinas, a encerrarse en sus hogares como método para reducir los riesgos de contagio de una enfermedad que tiene más de dos millones de infectados y alrededor de 130 mil víctimas fatales. 

Así las cosas, desde marzo pasado asistimos a una suerte de reinvención del mundo, que está semiparalizado, con algunas consecuencias positivas como una disminución de los niveles de contaminación, un cielo más limpio y aguas más claras. El medio ambiente está entre los beneficiados de este freno de la actividad del hombre en una gran cantidad de países que, ante el terror que infunde el coronavirus, optan por el aislamiento y el cierre temporal de fábricas y comercios. 

De la mano del encierro impuesto por las autoridades, aparecen múltiples escenarios y una aparente pérdida de referencia del tiempo y espacio. Ante la imposibilidad de que se lleven a cabo reuniones familiares o entre amigos, se dan casos como pasar cumpleaños prácticamente en soledad o cancelar cualquier viaje turístico, lo que significó que todos pasen una inédita Semana Santa en sus casas resignando, muchos, un paseo acostumbrado.

Al menos la tecnología da la cara y pasa al frente con aplicaciones y desarrollos que facilitar el trabajo remoto o bien, a través de videollamadas, permiten hablar y verse entre familiares, amigos o incluso equipos de trabajo para coordinar tareas. Esta convivencia de tiempo completo dispuesta por medidas sanitarias excepcionales es una oportunidad para fortalecer vínculos entre los miembros de una familia, en compartir actividades que siempre se postergaban por el vértigo de la rutina y la vida cotidiana. Lamentablemente, el costado negativo está ligado a la mayor violencia de genero o incluso contra los niños que se registra en muchos hogares. 

Es necesario ampliar las tolerancias a situaciones que usualmente no soportamos. Debemos aprender a coexistir con el miedo, la angustia emocional y el temor por el futuro incierto. Lidiar con los cambios de humores y tratar de explicar a los niños chicos, a través de la figura del "bichito malo" en referencia al coronavirus, que no pueden salir de la casa ni ir al jardín o a la escuela ni tampoco visitar a los abuelos. En el otro extremo, abuelos que se encierran convencidos de que es lo mejor y debieron aprender a usar las videollamadas, a la fuerza, para poder ver las caras de sus seres queridos, para recortar la distancia mucho más que social. 

El mundo se estremece. Hacemos foco en pequeñas situaciones, innovadoras formas de entretenernos, como videos caseros que invaden las redes sociales. Las clases de yoga o los videos con clases de gimnasia en los canales de Youtube constituyen pasatiempos que recrean felicidades pasajeras para resistir la cuarentena. 

Otras escenas distintas se verifican en los extremos de la vida y de la muerte. Por un lado, el dolor de despedir a un ser querido que se muere sin un velatorio tradicional y con una ceremonia de sepultura con solo los familiares más cercanos. Y por otro, los nacimientos de bebés que se producen en las maternidades sin la aglomeración de las familias. La madre y el padre, quizás algún abuelo para ayudar en lo que se pueda o se deba y nada más. 

Las colas para ingresar a los supermercados constituye otra postal de esta etapa de nuestras vidas algo irreal que por momentos sugiere un pellizco para dar cuenta de que no es un sueño, de que está pasando. Hacer las compras frente a las góndolas y elegir cada producto con extremo cuidado es un protocolo agotador, que termina antes de ingresar a nuestras casas donde debemos higienizar cada paquete con lavandina o alcohol, cambiarnos de ropa y darnos una ducha apenas ingresamos al lugar de residencia.










Autor: REDACCION

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