Editorial

Una muerte que estremece

El gobierno perdió el control, se quedó sin reacción ante la muerte del fiscal Alberto Nisman y parece necesitar una brújula, aunque nadie se la ofrece mientras los argentinos y la democracia esperan otro tipo de gestos y declaraciones. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no modifica sus tonos exasperantes ni su naturaleza marcada por la confrontación permanente, la pasión por dividir. A partir de su percepción de la realidad, responde como si todos o al menos casi todos fueran sus enemigos cuando hay millones de argentinos que están al margen de sus luchas contra los molinos de viento y sólo aguardan que ante momentos de incertidumbre en el que crujen las bases de la democracia transmita serenidad. 

Pero no. Los ataques a los medios, a los periodistas, a los funcionarios judiciales sean jueces y fiscales es el libreto permanente de la jefa de Estado y sus espadas mediáticas, como el desdibujado jefe de Gabinete Jorge Capitanich y el antes ocurrente Aníbal Fernández, quien en estos días se puso más serio, dejó la creatividad discursiva de lado pero sólo entrega declaraciones inconsistentes. 

A Cristina le quedan diez meses en el máximo cargo de la República. Pero no abandona su guerra y en su manual de funcionaria no admite la autocrítica, ni siquiera por el caos de la exSide pese a que el kirchnerismo gobierna desde 2003, en gran medida valiéndose de la tarea del organismo que nuclea al espionaje oficial. Ahora pareciera que la Secretaría de Inteligencia no dependía del Poder Ejecutivo, lo que se presencia como una desinteligencia política cuanto menos, mientras desde la Casa Rosada se denuncia una interna salvaje entre espías que, quizás, le haya costado la vida al propio fiscal. 

Después el camino errático, el zigzagueo de la dialéctica kirchnerista: la mandataria se inclinó inicialmente en que se trataba de un suicidio aunque después viró para mostrarse convencida de que Nisman fue asesinado. Fue después de que el cerrajero declaró haber abierto la puerta de servicio en dos minutos, contradiciendo al secretario de Seguridad, Sergio Berni, quien había señalado que era imposible haber ingresado desde afuera al departamento del fiscal. 

Recién ocho días después de confirmarse el deceso del fiscal, y ante los reclamos de la sociedad por tanto silencio y uso de las redes sociales, la Presidenta decidió hablar en cadena nacional cuando en otros tiempos hacía uso y abuso de esa potestad. 

Sin tener pruebas de sus hipótesis, la Presidenta avanzó contra el ex jefe de los agentes, Jaime Stiuso, y el colaborador del fiscal Nisman, el perito informático Diego Lagomarsino. Es decir, en su carácter de Presidenta aventura teorías conspirativas sin respaldo, como si fuera una novela, en tanto avanza la investigación judicial que acumula indicios y declaraciones pero no encuentra elementos consistentes que sustenten el escenario del homicidio, por lo que aún se mantiene con más firmeza la hipótesis del suicidio. 

También dijo que se enteró de la muerte del funcionario judicial encargado de investigar desde hace diez años el atentado a la AMIA por una comunicación de la ministra de Seguridad, María Cecilia Rodríguez, cuando en realidad Berni admitió por diversos medios que se comunicó con Cristina para avisarle de lo que sucedía en el piso 13 de la Torre Le Parc. Demasiadas contradicciones que sólo alientan sospechas sobre el verdadero rol del Gobierno en este gris fin de ciclo. 

¿Y la denuncia de Nisman sobre el plan del Gobierno para encubrir a los culpables de haber cometido el peor atentado en la historia del país que le costó la vida a 85 personas? Sólo se aduce que es "descabellado", pero sería una actitud republicana ponerse a disposición de la Justicia para que investigue esa alternativa. 

No hay ni siquiera una posición oficial sobre el rol de Luis D` Elía, comprometido en todas las escuchas. Se dice que esas conversaciones grabadas no representan una prueba para sostener una acusación seria contra la Presidenta. Pero nadie explica por qué hablan del Memorándum de entendimiento con Irán, cuyo resultado revela un fracaso absoluto del canciller Héctor Timerman. Un papelón. Negoció el acuerdo que luego los iraníes paralizaron unilateralmente desconociendo su contenido y desacreditando al jefe de la diplomacia argentina, que ante semejante desplante debería haber preparado sus cosas y abandonar el cargo. 

Así, el Gobierno sufre una confusión fenomenal mientras se advierte la autodestrucción del relato K. Y Cristina, desesperada, se defiende a ciegas, se ubica en el centro de la escena como víctima cuando en realidad el que murió es Nisman, a cuya familia no le dedicó ni siquiera el gesto de las condolencias. En su alegato tampoco incluyó una explicación sobre por qué las fuerzas de seguridad federales, de la que es máxima autoridad, no pudieron proteger al fiscal que la denunció. 

Autor: REDACCION

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web