Esas tres palabras utilizadas en el título, fueron la más justa y precisa definición para el desaparecido científico inglés Stephen Hawking, cuya muerte se produjo el miércoles pasado a los 76 años. Es que fue en realidad y así lo demostró a lo largo de su vida, una mente brillante, que logró superar todos los impedimentos físicos que lo llevaron a estar limitado a una silla de ruedas los últimos 50 años, con casi nula movilidad de todos sus músculos, aunque con un extraordinario traslado a su cerebro, que marchó a una velocidad incomparable, permitiéndole arribar a conclusiones nunca antes imaginadas sobre el origen y desarrollo del universo.
Su vida llegó al final tras padecer desde los 21 años en que le fue diagnosticada la enfermedad degenerativa ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Este físico considerado uno de los más notables de su generación, que sin embargo no fue distinguido con el Premio Nobel, profundizó en aquellos temas que siempre estuvieron recubiertos por el misterio y el desconocmiento, como el universo, partiendo de sus investigaciones para tratar de unir las dos grandes teorías: la de relatividad y la de mecánica cuántica. La primera alude al universo en general, en tanto la segunda habla cómo se origina una partícula. Para llegar a estudiar los primeros instantes del universo y su origen se debía encontrar la teoría que uniera a ambas, y Hawking lo hizo con su "teoría del todo". Constituye el legado que dejó a una generación de científicos y físicos que decidieron seguir sus pasos en estas investigaciones y descubrimientos, habiendo quedado ya calificado como una de las mentes más brillantes de la historia.
Tras su muerte, se sumaron definiciones elogiosas sobre él en todo el mundo, por ejemplo calificándolo como "su coraje, humor y determinación para aprovechar al máximo la vida fue una inspiración. Su legado no será olvidado". Otros directamente sostuvieron que Hawking "modificó la forma de ver el universo".
Tuvo además un sentido muy especial para observar la vida, con diversas sentencias que fueron recordadas en ocasión de su deceso, y que llevaban su inconfundible sello: "me he dado cuenta que incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, siguen mirando a ambos lados antes de cruzar la calle", o bien "la inteligencia es la capacidad para adaptarse a los cambios". También dijo "sólo somos una raza de primates en un planeta menor de una estrella ordinaria, pero podemos entender el universo".
Una de las mayores obsesiones del físico fallecido estaba relacionada con el fin de la humanidad. En sus dos últimas conferencias, en Noruega y China, sostuvo "no tenemos futuro si no colonizamos el espacio", reclamando la revitalización del envío de tripulaciones al espacio para avanzar en los estudios sobre nuevos lugares para la raza humana. Es que, según pronosticó, el planeta Tierra arderá dentro 600 años, debido al aumento de la población terrestre y una demanda de energía que no parece tener fin, sentenciando que "el cambio climático, los choques de asteroides cada vez más frecuentes, las epidemias y el aumento acelerado de la población hacen que el estado de la Tierra sea cada vez más precario". Con relación a la inteligencia artificial que viene copando el mundo ya ahora, con miras al futuro sostuvo "somos seres limitados por nuestra lenta evolución biológica, no podremos competir con las máquinas, y seremos superados por ellas".
Todos estos vaticinios, que relacionan directamente el presente con el futuro, son realmente preocupantes y deberían ser tomados con absoluta responsabilidad por los líderes mundiales, quienes deberían preservar el hábitat de la raza humana de mejor manera. El cambio climático global está en pleno desarrollo, con nocivos efectos a la vista, provocados por el hombre, sin poder lograrse que haya un freno a tanta locura de continuar este sostenido deterioro del planeta que habitamos. Mentes como la de Hawking han visto mucho más lejos, confiemos en que alguna vez prevalezca la cordura y el sentido común.