Editorial

Una fiesta de la ciudad

"Ser o no ser, esa es la cuestión" decía Hamlet, personaje de una de las obras cumbre del teatro inglés que salieron de esa mente brillante de Shakespeare. Representa, en una de sus tantas posibles interpretaciones, el plano de la duda existencial. En las puertas de la decimocuarta edición del Festival de Teatro de Rafaela, se puede afirmar que esta cita con las artes escénicas ha superado ampliamente el tiempo de la incertidumbre. Definitivamente esta fiesta teatral es. Existe como un lugar de encuentro entre el artista y el espectador, cara a cara, con la participación masiva de una ciudad que apoya una de las principales actividades que la definen y que la proyectan como tal. 

Con las vacaciones de invierno, el rafaelino tiene la certeza de que otra vez se correrá o se levantará el telón y las obras estarán sobre el escenario para representar una ilusión, una fantasía, contar una historia o incluso colocar un espejo gigante que nos refleja y nos invita a reflexionar en eso que tanto nos cuesta y preguntarnos qué somos, cómo somos y más. 

Los que saben de artes escénicas, los protagonistas y los críticos y los espectadores especializados de tanto ver, coinciden en que una obra nos provoca, nos desafía, nos reconforta, nos emociona, o nos inspira. También nos divierte y nos alegra o nos hace llorar y enojar. 

Más allá de la crisis económica o de Netflix, el sostenido interés por comprar entradas como se ratificó ayer demuestra que mirar teatro es una alternativa potente aún en tiempos del todopoderoso internet y redes sociales que nos queman el tiempo y privan de miradas por estar frente a frente con otra persona. La televisión abierta es un ejemplo de la mutación de las audiencias con un encendido en pleno tobogán y caída de espectadores. De todas formas, el teatro sobrevive desde hace miles de años como una de las manifestaciones artísticas más antiguas como lo es. 

Lo cierto es que el Festival de Teatro otra vez está entre nosotros, lo cual es para celebrar. Defender su realización es poner el cuerpo e ir a ver las obras. Obvio que se necesitan programadores inteligentes que elijan obras que nos conmuevan y nos arranquen los aplausos sin pensarlo. 

En una suerte de ritual, el primer cuadro de esta escena llamada Festival de Teatro es descubrir la programación que este año ofrece 32 obras dirigidas a un público de lo más diverso (niños, jóvenes y adultos). Tamaña tarea la de los responsables de elegir el menú para cada edición, que recibe los antecedentes y pone en marcha experiencias, criterios, formación y subjetividades para decidir qué vamos a mirar en un centro cultural, en un teatro, en un parque, en una carpa o incluso en una escuela, una posibilidad que se suma este año. 

El entusiasmo y el apuro de los rafaelinos por multiplicarse para no perderse nada. La inevitable pequeña bronca por renunciar a presenciar una obra porque no se puede estar en dos lados al mismo tiempo. Esas son pequeñas secuencias de una película que tiene una duración de casi una semana, en la que Rafaela se transforma en un gran escenario, tal como se repite cada año a esta altura del invierno.  

En sus comienzos, el desafío de programar incluía convencer a las compañías de teatro o a los artistas. Había que explicar de qué se trataba este festival en el medio de la llanura. El camino recorrido, la acumulación de los éxitos que se impusieron a los sinsabores que nunca faltan explican el prestigio adquirido por el Festival de Teatro. Ahora que la comunidad teatral nacional sabe de qué se trata, todos quieren venir a pararse sobre las tablas de esta ciudad. Otro punto a favor para la continuidad de un festival que nació como política cultural del Estado municipal. 

La fiesta del teatro deja una rentabilidad en el plano cultural y educativo de una sociedad. Al mismo tiempo, como 

ganancia adicional genera un movimiento económico importante para el comercio de la ciudad e incluso para las salas, que menudos problemas tienen para mantenerse a flote. 

Así las cosas, la discusión sobre la necesidad o no de una ordenanza municipal para garantizar la continuidad del Festival en el tiempo y ponerlo a resguardo de caprichos políticos es secundaria. Nadie puede cuestionar que una norma de este tipo suma a la causa, pero también es real que si hubiera una ordenanza que institucionaliza el Festival bien podría ser derogada por un funcionario cualquiera en otro tiempo. 

La verdadera defensa del Festival de Teatro, que ya trascendió una gestión municipal y pertenece al pueblo rafaelino, depende de una programación acertada y de la participación popular (nuestro papel es el de actuar como espectadores). Cuando las obras se presentan a sala llena, no habrá de qué preocuparse. 

Autor: REDACCION

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