Finalmente la Argentina se encuentra en medio de una tormenta que sino es perfecta está cerca de serlo, en la cual los indicadores de la economía real comienzan a ser, todos, desalentadores. La industria automotriz y la construcción que impulsaba el crecimiento en los últimos meses comenzaron a retroceder en el primer caso o bien a desacelerar su crecimiento en el segundo. En el campo, las cosas parecen funcionar mejor porque a priori tiene mayor competitividad, aunque a los efectos negativos (y costosos) de la sequía reciente se le debe sumar el golpe que recibe por los desacomodos de la economía. En esta lista se inscriben el acortamiento de los plazos de la cadena de pagos, el aumento de las tasas de financiamiento y la suba de los costos de sus insumos, muchos de ellos referenciados en el dólar. Así que tiene menos posibilidades de conseguir crédito, y si lo hace es a tasas muy elevadas, a la vez que debe pagar rápido por lo que compra. La previsibilidad es, como siempre, un insumo que escasea en la Argentina.
Así las cosas, luego de una primavera reconfortante, la actividad industrial de mayo registró una caída de 1,2% en comparación con igual período de 2017 según las estadísticas oficiales del INDEC. Si bien la variación interanual acumulada de los primeros cinco meses del año refleja un incremento de 2,4% respecto del mismo período del 2017, ahora se consolidan las estimaciones de que el segundo semestre mostrará una caída del nivel de actividad.
Por el lado de la construcción, en mayo registró una suba de 5,8% frente al mismo mes del año anterior, mientras el empleo del sector casi no tuvo variación. Todo el crecimiento es positivo, aunque en este caso lo que se vislumbra es que el proceso no es sostenible y que la inestabilidad de los últimos meses se reflejará en los indicadores de junio en adelante.
El aumento del dólar, la desconfianza de los mercados y la impotencia e incapacidad del Gobierno para dar respuestas a la crisis cambió el humor social de la Argentina. Las tasas subieron y las inversiones se frenan, desde aquellas programadas por las empresas hasta los pequeños arreglos en una vivienda, lo que afecta al conjunto de la economía. El temor y la incertidumbre marcan el termómetro por estos días en una Argentina compleja.
En lo que hace al sector automotriz, la onda verde también le dejó su lugar a la roja. Después de dos años decididamente buenos y de tener expectativas favorables para este 2018 la tortilla se dio vuelta: en junio las ventas de autos nuevos cayeron 18,2 por ciento en forma interanual ante el impacto de la devaluación y de las altas tasas de interés según datos de la Asociación de Concesionarios de Automotores de la Argentina.
Este gris panorama se torna más oscuro considerando que el patentamiento de motos en junio mostró una baja del 36 por ciento en comparación con igual mes del año pasado, lo que alarmó tanto a los fabricantes (o ensambladores) como a los concesionarios. Por eso no extrañó un fuerte planteo al Gobierno nacional para intentar moderar la contracción en las ventas.
En este escenario, no sorprende por tanto que la fábrica Guerrero resolviera no abrir sus puertas de la fábrica que posee en la ciudad santafesina de San Lorenzo, donde trabajan casi 300 operarios. Motomel, otro jugador del mercado nacional, también evidenció problemas al interrumpir más de un centenar de contratos en su planta industrial de San Nicolás y adelantar vacaciones al personal con el objetivo de paralizar por dos semanas la producción (que no se vende).
Desde la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la Argentina (ADIMRA), una poderosa entidad que tiene entre sus afiliados muchas empresas de Rafaela y la región a través de la Cámara sectorial que funciona bajo el paraguas del Centro Comercial e Industrial, advirtió fuertes signos de desaceleración que incluso ya tiene impacto en el nivel de empleo.
Además, la entidad blanqueó que más de la mitad de las empresas redujo las horas extras y que una de cada diez ya debió suspender personal con la consigna de reducir costos.
Por su parte, el presidente de la Coordinadora de Industrias de Productos Alimenticios (Copal), Daniel Funes de Rioja, confió ayer a raíz de la retracción del consumo de alimentos, que las fábricas trabajan como máximo al 60% de su capacidad instalada.
Más indicadores: las ventas de los principales equipos de maquinaria agrícola en el primer cuatrimestre de 2018 muestran la caída de las cosechadoras (16,3%), mientras los tractores tuvieron un avance en este lapso (8,3%), aunque con una fuerte desaceleración de la comercialización en marzo y abril.
A todo esto, mientras cruje el empleo, una legisladora nacional recomendó dar propinas a la clase media para combatir la crisis económica.