El papa Francisco fue una vez más contundente en sus declaraciones en favor del trabajo, el salario digno y contra el populismo moderno, al pronunciarse el pasado fin de semana ante los líderes de 27 países europeos que se encontraron en Roma, al aludir a la grave crisis que viven casi 500 millones de personas, afectadas por las situaciones aludidas. El Sumo Pontífice se reunió con ellos en la Sala Regia del Vaticano, un sitio que tiene reminiscencias muy especiales para los argentinos, ya que en ese lugar en los años '80 tuvo lugar la mediación de Juan Pablo II que evitó la guerra entre Chile y la Argentina, enfrentados por el canal de Beagle y algunas demarcaciones fronterizas.
Los jefes de Estado y de Gobierno se juntaron en Roma para proceder a la firma de la declaración celebratoria de los 60 años del tratado que fundó la comunidad europea, aprovechando el Papa para referirse a temas que según su visión acechan a la organización, sosteniendo "Europa se encuentra esperanzada en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra el populismo moderno", ya que "corre el riesgo de morir, sin ideales como la solidaridad, la apertura al mundo y la búsqueda de paz y desarrollo". A la vez que les recordó a los líderes europeos -entre los que se contaban Angela Merkel, Francois Hollande, Paolo Gentile y Mariano Rajoy- que debía prevalecer la denominación común consistente en "el espíritu de servicio, unido a la pasión política y la conciencia que el origen de la civilización europea se encuentra en el cristianismo", remarcando además que "Europa es un modo de concebir al hombre a partir de su dignidad, y no un conjunto de reglas a observar", alentando a que "se debe resistir la tentación de reducir los ideales fundadores a las necesidades productivas, económicas y financieras".
La Iglesia se encuentra "inseparablemente unida a Europa", les recordó el Papa a sus oyentes, a quienes les solicitó interiorizarse y conocer bien las bases que se establecieron en el Tratado de Roma de 1957 para "hacer frente a los desafíos de hoy y del futuro".
La exposición de Francisco, que se extendió durante más de una hora, versó también sobre la crisis económica que prevaleció durante la última década, las crisis de las familias, las instituciones y los emigrantes, enfatizando que "tantas crisis esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo, exigiendo nuevas claves para el futuro".
Pero sin dudas, la puntualización de la necesidad de brindar trabajo y con salarios dignos, además del rechazo a los populismos, fueron el centro de su mensaje, que no sólo alcanza a los países europeos sino que también es aplicable al resto del mundo que padece de esas afligentes situaciones. "El populismo hace florecer el egoísmo, que termina en un círculo estrecho y asfixiante, impidiendo superar el límite del propio pensamiento sin ver al otro", por lo cual "se debe comenzar a pensar de manera europea, correspondiéndole a la dirección política impulsar ese ideal, que evita dejarse llevar por las emociones para crear consenso". Fue mucho más drástico el jefe de la Iglesia al advertir sobre "las tendencias que apuntan a la disgregación".
Este conjunto de reflexiones del Sumo Pontífice parecen, en parte, tomar como referencia lo que sucede en la Argentina por estos días, donde la crisis económica pone a prueba a las empresas en su rol de fuentes de trabajo y a los empleados que advierten la escasa garantía de conservar su ocupación.
Como resultado de las tensiones que desata el estancamiento o la caída de la actividad económica, aumentan las protestas de los trabajadores que, mediante las organizaciones sindicales, exigen retoques en el modelo, en especial a aquellas que asfixian el consumo o bien perjudican a la industria nacional. El conflicto prevalece sin que los distintos actores puedan encontrar puntos de coincidencias, lo que tiñe de gris la realidad nacional.
En este escenario, es sin duda el diálogo el insumo esencial para promover la búsqueda de acuerdos que permitan superar las crisis y construir las bases donde apoyar un genuino proceso de desarrollo y crecimiento que derrame sus frutos hacia todas las personas. La obligación de las clases dirigentes y gobernantes es que, a través del diálogo, se alcancen acuerdos sobre lo que es necesario hacer para crear las condiciones que generen el bienestar común.