Qué difícil es todo en un mundo patas para arriba por la pandemia y en una Argentina indescifrable por la peste y por sus zigzagueantes políticas públicas que tiene como común denominador el permanente cambio de reglas. Gestionar la incertidumbre y las emociones en este país requiere una templanza de acero para no morir en el intento. A lo largo de las últimas décadas, en la que las crisis resultan cíclicas que alternan con períodos de bonanza relativa, nos ha permitido adquirir cierta experiencia y pericia para desenvolvernos en este escenario tan cambiante -y estresante- que exige una capacidad de adaptación fuera de serie.
Tal vez sería más fácil vivir en un país más previsible en todos los ámbitos, que si bien sería algo más aburrido, al menos permitiría vivir en una calma que en la Argentina es una sensación escasa y que se extraña. Con el amenaza del coronavirus, estamos obligados a desarrollar la resiliencia, un concepto del dominio de la psicología que amplió su campo de uso, que en pocas palabras es contar con la flexibilidad necesaria para facilitar nuestra adaptación a entornos dinámicos en el que las situaciones cambian en forma constante. Quizás la analogía del surfista permite representar el tiempo en el que vivimos. Porque la persona que trata de mantenerse arriba de una tabla en medio de las olas tiene como meta superar con éxito la ola que surfea en el momento sin tener en claro cómo será la siguiente. Algo así es lo que nos pasa actualmente, porque vivimos el ahora sin tener certezas como será mañana ni la semana que viene. Tanto en materia sanitaria como económica.
Las escuelas han cerrado sus puertas a mediados de marzo pasado y desde ese momento docentes y alumnos han debido iniciar un acelerado proceso de clases virtuales, que implicó en muchos casos salir a comprar mejores computadoras, recontratar el servicio de internet para que la conectividad sea de mayor calidad y aprender a operar plataformas de videollamadas o videoconferencias. Enviar tareas por correo electrónico y recibir las mismas por el mismo medio fue uno de los recursos usuales en esta nueva relación entre maestros y alumnos mediada por la tecnología. Pero también, en el caso de las familias de menores recursos sin posibilidades de acceder a equipamiento tecnológico y planes de internet mínimos, se produjo una ruptura en la relación educativa, abriendo un nuevo desafío para ministerios de educación y escuelas sobre cómo resolver ese bache.
En el contexto laboral, el teletrabajo también fue parte de la solución en un mundo en el que se buscó reducir la movilidad de las personas como estrategia para desacelerar velocidad de contagios de la enfermedad. En no pocos casos también hubo que improvisar, con empresas comprando masivamente notebooks o PC para instalar en la casa de sus empleados o bien trasladando los equipos desde la oficina hacia los hogares. A propósito, en las viviendas con familias donde padres e hijos necesitan una computadora para trabajar o educarse también hubo algo parecido a un caos, porque había que tomar turnos para usar la tecnología y además evitar que colapse internet.
En los establecimientos industriales hubo que incorporar normas de seguridad adicionales, con protocolos estrictos que pongan a salvo a los trabajadores y de esa manera se cuide la salud de las personas y de las empresas. Los costos se dispararon con la incorporación de los nuevos kits de seguridad sanitaria, pero es la única alternativa para continuar en el mercado hasta tanto la vacuna sea una realidad.
En el caso del comercio se puede observar como uno de los ejemplos más claros de los vaivenes de la nueva normalidad. Hay tiempos que podrá funcionar con cierta regularidad en lo que hace a horarios pero también puede haber momentos en los que, con retrocesos de fases ante brotes de Covid, deba cerrar provisoriamente sus puertas. El secreto es encontrar cierto equilibrio para regularizar la convivencia entre la vida en pandemia -se siente nostalgia por la vieja normalidad, sin duda- y los brotes que nos generan espanto.
El clima se enrarece aún más en torno a las vacunas. Por un lado, los políticos de las nacionales habituadas a competir por el liderazgo global, como Estados Unidos, Rusia y China, lanzan pronósticos demasiados optimistas sobre el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus antes de fin de año. Por el otro, la comunidad científica insta a la prudencia porque si bien se registran avances en la investigación de las vacunas, todavía no hay fechas precisas. Es posible que el 2021 sea muy parecido al actual momento del 2021. Las estimaciones dan cuenta que falta más de un año para que la inoculación masiva permita recuperar niveles de normalidad pre pandemia. Hasta ese momento, habrá que gestionar la incertidumbre, los miedos, ser resilientes y acostumbrarnos a ir y venir entre fases de cuarentena estricta o distanciamiento más flexibles.