Editorial

¿Somos hijos del rigor?

¿Cuántas veces se dijo que "los argentinos somos hijos del rigor"? Hasta el cansancio. Sin embargo, la realidad demuestra que no es tan así. Esa actitud, se vio reflejada, lamentablemente, en un momento crucial de nuestra historia, que a diferencia de tantos otros, relega a un segundo plano a dos temas que siempre han ocupado el centro de la escena, en particular, durante los últimos años.

La política y la economía, a esas cuestiones nos referimos, le dejaron sus lugares de preponderancia a la salud, al margen que también están involucradas en esta preocupante actualidad, que se disparó a partir de la expansión de un virus que alcanzó el grado de pandemia.

Este coronavirus que hoy preocupa al mundo entero, sembrando temor y muerte a su paso, sirvió, de alguna manera, para alinear a los gobernantes. Entendieron el mensaje y las imperiosas necesidades de la población. Al menos, por un tiempo que nadie está en condiciones de precisar, en buena medida cerraron esa grieta que tantas divisiones produjo y que nos perjudicó claramente como nación.

Hubo coincidencias en la implementación de las medidas, seguramente odiosas para muchos, pero impostergables ante el agravamiento del panorama.

Desde las primeras recomendaciones, hasta que se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, no transcurrieron muchos días. Ese período, fue aprovechado para vacacionar, un derecho que, obviamente a todos nos asiste, pero a sabiendas que el tema no iba a dar para largo.

Los que asumieron ese riesgo, hoy lo están lamentando. Al menos una cantidad importante de viajeros que se inclinaron por conocer distintos rincones de un planeta que merece ser explorado en todos sus destinos, por sus culturas tan diferentes, como por sus atractivos turísticos.

Por estos días se cuentan por centenares los argentinos varados en el exterior que claman por un regreso que ya no podrán concretar, al menos y por las últimas disposiciones, por un tiempo impredecible.

Está claro que un elevado porcentaje de esos compatriotas, puede haberse visto sorprendidos por la expansión a ritmo de vértigo del coronavirus, pero otros también, en un número importante, especularon con disfrutar hasta último momento.

Pero en medio de tantas dificultades, la mayoría no deseadas, se registraron comportamientos irresponsables y hasta irracionales, que pusieron en riesgo a muchas personas que habían respetado el protocolo.

Uno de los primeros casos y quizás el más reprochable desde el lugar donde el que se lo analice, es el que protagonizó el joven que abordó el Buquebus para trasladarse desde Uruguay al puerto de Buenos Aires.

Un viaje breve, pero que decidió realizar a pesar de sus antecedentes de salud, que lo habían retenido en el vecino país. Unas cuatrocientas personas, que participaron de la misma travesía, quedaron expuestas por la conducta inconcebible de una sola.

El despliegue de una decena de vehículos sanitarios y el posterior traslado de todos los pasajeros a un lugar donde pudiesen realizar la cuarentena, tendrá costos significativos para el joven, en lo penal y en lo económico.

Pero no fue el único acto de rebeldía, porque a medida que avanzaban los días se fueron replicando las situaciones incomprensibles, aún cuando las medidas que siguió tomando el Gobierno se fueron endureciendo.

Las excusas de algunos, ante la imposibilidad de circular por no tener que brindar servicios esenciales, fueron tan variadas como injustificadas, en muchísimos casos, apelando a los argumentos menos imaginables.

Tuvo una gran difusión, en los dos últimos días, el comportamiento de un joven que luego de superar el paso fronterizo y una serie de controles, ingresaba con su camioneta y la tabla de surf en el porta equipajes, con total naturalidad, al retén establecido en una de las entradas porteñas de mayor flujo vehicular.

Abordado por el personal de seguridad y por representantes de la prensa que estaban habilitados para trabajar en el lugar, respondió con tono altanero y evasivas a las preguntas que le realizaron.

Su desparpajo fue increíble, pero no tanto como su posterior reacción, cuando luego de ser escoltado por dos motocicletas y un patrullero hasta el domicilio que les había indicado a los responsables del procedimiento, en apenas unos segundos volvió a poner en marcha su vehículo para alejarse del lugar, con destino a la costa atlántica.

La escena quedó registrada, como así también la denuncia de los vecinos. Ayer mismo, tras un operativo del que participaron diferentes reparticiones, aquel personaje que había tenido su minuto de fama el día anterior, debió rendir cuentas, mientras su camioneta fue secuestrada.

Son apenas dos ejemplos de los que estamos acostumbrados a vivir en un país donde parece que ni siquiera el decreto más estricto les hace sentir el rigor a quienes no respetan un protocolo tan importante para la salud de todos.

Autor: REDACCION

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