Por Fiorella Martina
A casi una década de su actuación en Fauna, Romina Paula se reencontró con la compañía El silencio integrada por Susana Pampín, Esteban Lamothe, Pilar Gamboa y Esteban Bigliardi para llevar a cabo "Sombras, por supuesto".
Pilar Gamboa anunciaba este regreso en su Instagram, con emoción: "Éramos jóvenes y armamos una banda, sumamos a la rockstar Pampín, pasaron cosas, ensayamos teatro en los livings de las casas, volvimos a ensayar después de 10 años, pasamos texto en sillones sin parar, la flasheamos y armamos Sombras, por supuesto".
Esta vuelta al ruedo como equipo permitió que pudieran venir a Rafaela, en el marco de la decimonovena edición del Festival de Teatro. El Centro Cultural La Máscara fue el escenario que los recibió, con una sala llena expectante. En un cuadrado, con todo el público alrededor, la escena fue 360°. Los cuatro actores en escena desplegaban su corporalidad alrededor de ese cuadrado que limitaba sus movimientos, su accionar.
En principio, la historia parecía sencilla: dos agentes policiales (Pampín y Bigliardi) irrumpen en la casa de una pareja (Lamothe y Gamboa), con el objetivo de inventariar sus cosas para poder encontrar el paradero de su hijo, Bruno, quien, según los agentes, había cometido hechos delictivos. VHS, máquinas de escribir, televisores viejos y algunas cosas más son lo que forma finalmente un 'cúmulo' que les resta significado. La importancia se la pone el personaje de Gamboa, que ve como califican de obsoletos a aquellos objetos preciados que eran su vida o su forma de vida, mejor dicho.
Con el correr de las escenas vemos la vida austera que esta pareja llevaba, viviendo de lo que los demás tiraban, fuera de ese mundo capitalista, de ese orden de las cosas. Ellos no buscaban a Bruno, porque en el fondo sabían que él no quería ser buscado. Los agentes llegan con otra historia sobre su hijo y es ahí donde la dramaturgia capta el interés del espectador. ¿Víctima o victimario?, se pregunta todo el tiempo la obra.
Es sencillo también darse cuenta de que la obra se ambienta en lo que parece ser la década del 70/80, a través del vestuario típico de la época: camisas leñadoras, chalecos, camperas de cuero y, sobre todo, objetos que hoy sí realmente están obsoletos y que casi ya no se encuentran.
El orden de las cosas en esta obra se encuentra alterado, y capa a capa esto se devela, con la naturalidad que hace que esos personajes también sean vistos como humanos, con sus propias contradicciones; una policía que no quiere serlo, pero en definitiva lo es, una familia ensamblada después de amores fallidos, una vida que marca a esos personajes que se abren, cuentan, exploran las emociones perdidas o sepultadas por el paso del tiempo. Las sombras son parte de sí, de esa angustia, de esas decepciones, de ese encuentro con la tragedia y con la verdad después de mucho transcurrir.
Pampín, Bigliardi, Lamothe y Gamboa plantean personajes muy diferentes unos de otros; más emocionales, más sobrios, más descreídos, pero todos con una profundidad notable, que los deja abrir sus heridas y mostrarse vulnerables, que les permite dialogar con esos otros cuerpos que no son los suyos.
Esta pieza, como todas las del Festival de Teatro, hablan de la curaduría bien realizada por parte del equipo del FTR, que eligió con convicción cada uno de los trabajos, trayéndoles a los rafaelinos obras de una gran calidad artística.