Suplemento Economía

Sobre la necesidad de generar trabajo y empleo de calidad

“Trabajo y empleo” dos palabras con significados diferentes, palabras con una connotación positiva, usadas por todas las personas de la sociedad, empresarios, políticos, clérigos, mamás, abuelos, académicos, poetas, escritores, músicos, etc. En algún momento, estos dos conceptos fueron y quizás todavía lo son, intocables, incuestionables declarados y evaluados en general desde una perspectiva ética como buenos, como pilares de la construcción una sociedad como “dadores de dignidad”.

Afirmaciones tan fuertes y, en contraposición, de lo que pasa en algunas situaciones, lleva a uno a pensar si esto es realmente así, si es una verdad absoluta, o si cuestionar estos cimientos lo convierte a uno en demagogo. En lo personal, creo que el cuestionamiento, tanto a las grandes afirmaciones como a nuestras propias acciones, es positivo y contribuye a repensarnos, a tal punto que creo que debería ser tomado como una necesidad para lograr sociedades más justas y democráticas.

Existe una diferencia entre trabajo y empleo, por un lado: podemos decir que el trabajo es inherente al hombre, es la relación fundamental y necesaria con la naturaleza, no importa si esto significa sembrar, organizar personas, producir algún bien o brindar servicios, siempre estamos en presencia de la obtención, distribución, transformación, intercambio de bienes y/o servicios entre las personas de una sociedad sea o no remunerado. Llegado a este punto, el concepto trabajo toma relevancia como cimiento de una sociedad y es por esto que, sin lugar a dudas, fundamental para el desarrollo de los territorios.

Por su parte, el empleo puede definirse, de una manera simplista, como el trabajo remunerado y por consiguiente debe ser tomado como una parte integrante del trabajo en su concepto más amplio. Si bien, el empleo es uno de los grandes motores de las sociedades engrandecer este concepto a tal punto que en el imaginario de las personas no exista la posibilidad de análisis donde haya empleos empobrecedores, dañinos o esclavistas, nos sitúa en una posición de indiferencia y ceguera llevándonos a la irresolución de esta problemática, que afecta tanto a la sociedad en su conjunto como la persona en particular.

Actualmente, la civilización occidental responde a rasgos muy marcados en cuanto a la forma de visualizar a la persona que trabaja, donde de alguna manera existe un sesgo de apropiación tanto de la naturaleza como de las acciones de hombres, donde las personas dejan de concebirse como tales, para convertirse en recursos, donde las miradas, por lo general, están puestas en los resultados de rentabilidad.

Esta posición que han tomado algunas sociedades genera espacios donde el empleo no necesariamente participa con connotaciones positivas si no al contrario, tanto en la sociedad como las personas. Siguiendo esta línea, podemos inferir que si la visión y la medición de los resultados van a ser evaluados prioritariamente o exclusivamente por criterios de rentabilidad otros aspectos como la educación, salud, recreación, etc. pasan a un segundo plano o bien directamente no son tomados en cuenta.

Llegado a este punto cabe preguntarse si ¿el empleo dignifica? o  quizá la pregunta correcta ¿todos los tipos de empleo dignifican?

En contraposición de lo que socialmente aceptamos, sin crítica alguna, me gustaría afirmar que el “empleo “, tal como lo certifica la definición de Organización Internacional del Trabajo (OIT): “debe reconocer a la dignidad humana, respondiendo a criterios de justicia, respeto y no sólo criterios éticos”. No podemos seguir ciegos y enaltecer al concepto empleo como verdad absoluta.

El empleo es uno de motores de las sociedades, promotor del desarrollo y claramente realiza un gran aporte al capital social y la integridad de las personas, siempre y cuando logremos que nuestras sociedades generen empleos decentes que procuren respetar, según definición de OIT, las siguientes dimensiones: igualdad, seguridad, estabilidad, empleabilidad, seguridad ocupacional, seguridad social, dignidad humana y libertad.

Es importante, entonces, preguntarnos: ¿tenemos claro qué clase de empleo estamos generando? ¿Somos responsables en algún punto de la generación de los distintos tipos de empleo? ¿Es una problemática netamente económica? ¿Es un problema político? ¿Somos respetuosos con nuestros empleados, nuestros jefes, nuestros pares?¿Prejuzgamos a las personas que no tienen trabajo?

No hay manera de analizar y contestar todas estas preguntas en unos cuantos párrafos, pero es importante dejar claro que no se está poniendo en tela de juicio el trabajo ni el empleo, si no alertar que, en la actualidad, existen diversas formas de empleo donde muchas de ellas no reconocen a la dignidad de la persona, como lo son el empleo infantil, el empleo forzado, en negro, etc.

Estas formas de empleo van en contra de la integridad del ser humano y, por tanto, en desmedro del capital social de los territorios, recurso determinante en los tiempos que corren. Es necesario reconocer que estas realidades son complejas y que el abordaje de las mismas requiere multidisciplinariedad, tomando a la persona como punto de partida para luego derivar a la aplicación colectiva.

La remoción de esta problemática no es responsabilidad única de Estado, ya sea nacional, provincial o local, ni tampoco sólo de índole económico, sino de la sociedad en su conjunto y, por tal motivo, para lograr estos objetivos necesitamos trabajar para procurar mejores sistemas de educación, capacitación, salud, transporte, etc. con personas que se sientan valiosas sólo por el hecho de ser ellas mismas, sabiendo respetar al prójimo con la responsabilidad de saber que está viviendo en sociedad y que necesariamente sus acciones afectan al colectivo social.

Desde mi punto de vista la revalorización personal es una herramienta de inclusión que afecta directamente al control de todas aquellas actividades que son flagelos de las sociedades actuales.

Alguien dijo “Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando es infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir en pos de un sueño” (Pablo Neruda). Estas maravillosas palabras fortalecen las líneas de pensamiento que afirman que el desarrollo de la sociedades es un “proceso político” que tiene que estar direccionado a mejorar las posibilidades de acceso actuales y futuras de las personas teniendo en cuenta que las prioridades de las problemáticas a resolver las tiene el territorio y las personas que lo componen, y que, para ello es imprescindible formar, capacitar, valorizar y lograr participación de la sociedad, brindando mayores posibilidades de conseguir, negociar o generar empleos cada vez más decentes donde el aporte al capital social se verá reflejado en sociedades más sanas, justas y competitivas.






Autor: Darío Anzaudo

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