Desde que se asumió el liderazgo del mundo occidental desde mediados del siglo pasado, Estados Unidos ha sostenido a través de su diplomacia o mediante operadores en las sombras una polémica injerencia en los asuntos internos de otros estados. Con sus amplios recursos económicos ha financiado intervenciones militares directas en nombre del mundo libre o de la pacificación en determinados países o bien avaló incursiones de sus aparatos de espionaje para luego actuar como un titiritero, sin dejarse ver, y estructurar las piezas del tablero mundial a la medida de sus intereses estratégicos.
Las tensiones de la Guerra Fría que por décadas confrontó al bloque de países occidentales liderados por Estados Unidos con el conjunto de naciones alineadas con la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue el escenario donde se registraban este tipo de operaciones en distintas regiones del planeta. La disputa por el control de los recursos energéticos alimentó esa rivalidad que llevó al mundo al borde de la autodestrucción teniendo en cuenta que en más de una oportunidad rusos y estadounidenses estuvieron a punto de una guerra nuclear.
Con la caída del Muro de Berlín a fines de los años 80 se modificó sustancialmente la escena mundial, cedieron las tensiones históricas que se montaron sobre el capitalismo y el comunismo pero al mismo tiempo creció el fundamentalismo, la nueva amenaza para la paz.
En este marco, resulta poco menos que llamativo que el presidente estadounidense, Barack Obama, aborde abiertamente el rol que su país asumió por tantos años como un "organizador" del resto del mundo. En tal sentido, afirmó el viernes en un foro sobre la sociedad civil de América Latina realizado en Panamá que los días de la "injerencia" de Estados Unidos en la región habían terminado. "Aquellos días en que nuestra agenda en este hemisferio a menudo suponía que Estados Unidos podía inmiscuirse con impunidad, ya pasaron", expresó con cierta sinceridad. Su planteo se produce en tanto el país que gobierna tomó una decisión histórica al asumir el desafío de recomponer relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba, que estuvieron interrumpidas por más de 50 años. Incluso, Obama saludó a Raúl Castro, ahora al frente del gobierno cubano, el mismo viernes por sólo unos segundos generando una foto con una gran carga simbólica y que en cierta forma representa un carta de crédito para lo que se viene. Es la primera vez que un presidente de EE.UU. y otro de Cuba coinciden en una cumbre en 58 años y 9 meses.
De todos modos, más allá de las declaraciones de Obama, la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, aportó una mirada al debate sobre las formas en que la Casa Blanca pueden interferir en los asuntos de otros países de la región. Al respecto, cuestionó las "nuevas formas sutiles de intervención" que pueden manifestarse a través de grandes corporaciones u organizaciones no gubernamentales que se pronuncian sobre determinados temas internos de otras naciones en forma pública.
Y si hay un país donde Washington quiso intervenir fue Cuba, donde a pesar de una batería de acciones que impulsó a lo largo de más de 50 años no pudo doblegar al gobierno que nació de aquella Revolución Cubana liderada por el Che Guevara y Fidel Castro. Pero la resistencia de la isla no fue gratuita sino todo lo contrario, muy costosa porque el embargo estadounidense, aplicado desde 1962 como un castigo por la falta de democracia y la ausencia de garantías para los derechos humanos toda vez que se encarcelaba a los opositores, condenó a la pobreza a gran parte de los cubanos.
Sin embargo, las declaraciones de Obama ligadas al fin de la era de la injerencia de su país en la vida interna de otros países del continente son relativas. Es que hay un antecedente cercano que va en dirección contraria: cuando en marzo declaró a Venezuela como una "amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos".
Quizás el Frente Amplio de Uruguay sintetizó, a través de un comunicado que presentó para rechazar los "argumentos invocados por el gobierno de Estados Unidos" sobre Venezuela, el espíritu que prevalece en los países de la región sobre el papel que históricamente ha desempeñado la Casa Blanca a la hora de establecer sus relaciones con las naciones hermanas en el continente. "Ningún Gobierno latinoamericano significa una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos. Por el contrario, ha sido la política de los Estados Unidos hacia América Latina la que en forma por demás probada en el pasado, ha atentado contra la democracia en los países de nuestro continente", resumió con absoluta franqueza. Por eso, más allá de las palabras de Obama, habrá que esperar a los hechos para comprobar si realmente ya pasaron "aquellos días en que nuestra agenda en este hemisferio a menudo suponía que Estados Unidos podía inmiscuirse con impunidad".