Editorial

Siempre el Papa

El Papa Francisco sigue siendo noticia, prácticamente en cada una de sus acciones, y además acumulando prestigio y reconocimiento no sólo por parte de los 1.200 millones de católicos que hay en el mundo, sino de todas las demás organizaciones religiosas y gobiernos de los cinco continentes, que ven en él una personalidad enérgica, pero a la vez sensible y despojada absolutamente de vanidades. La coincidencia en cuanto a que era el conductor y guía que la Iglesia estaba necesitando, es cada vez más amplia y generalizada.

En diversas ocasiones mencionamos desde esta sección que el nuevo jefe de la Iglesia iba a ser convocado como tema central en reiteradas ocasiones, y justamente en eso estamos. Ahora, fue por el paso firme y decidido con el cual avanzó para ir quitándole a la Iglesia católica uno de los pesos más grandes que ha tenido que sobrellevar en estas últimas décadas, y que le han costado un gran desprestigio, como lo fueron la sucesión de abusos sexuales de parte de muchos de sus miembros, en diversas partes del mundo.

Aunque si graves y condenables fueron cada uno de estos hechos propiamente dichos, especialmente proviniendo de quienes suelen ganar la confianza de sus víctimas precisamente por mensajes que llevan un contenido diametralmente diferente al que luego concretan, de igual manera repudiable resultó la actitud asumida por las diversas jerarquías de la Iglesia, en numerosos casos, de tratar de ocultarlos recurriendo a toda clase de argucias para restarle trascendencia pública, e incluso sin siquiera deshacerse de representantes que mancharon de tal forma el prestigio de la curia.

Es por estas razones, que con la misma actitud asumida en otros temas que están siendo resueltos por el Papa argentino, en este caso aprobó una reforma del Código Penal del Vaticano, habiendo sido aumentados los castigos contra los abusos sexuales y la pedofilia por parte de miembros del clero, aunque también se extendió hacia otros planos, endureciendo las sanciones represivas por casos de corrupción, robo de documentos reservados y lavado de dinero, todos ellos de reciente afectación al Vaticano, con episodios que centralizaron el interés público, siendo uno de los focos el Banco Ambrosiano, que maneja las finanzas vaticanas y desde donde se cometieron esta clase de delitos.

En el Código vaticano existía la pena de sanción perpetua, la cual ahora fue modificada por condena de reclusión hasta 35 años, con lo cual también se trató de buscar una alineación con el tiempo que vivimos. 

Estas reformas, cabe destacarlo, fueron continuidad de las iniciadas en 2010 por el Papa predecesor, Benedicto XVI, con lo cual se ha logrado -se reitera- una sintonía entre las leyes vaticanas y las dispuestas por las convenciones internacionales. Es decir, dicho de otra manera, se trata de una fuerte introducción de la Iglesia con la actualidad y las nuevas metodologías y sistemas que prevalecen en el mundo.

Todas estas nuevas normas entrarán en vigencia desde el primer día del mes de septiembre, existiendo un paralelismo con la lucha internacional contra la criminalidad, la introducción del delito de tortura, el reciclaje de dinero y la trata de personas. Todas ellas, sin excepciones, serán aplicadas a todos los miembros de la Curia Romana, del gobierno central de la Iglesia, al personal diplomático y a todos los empleados de instituciones y organismos vinculados con la Santa Sede.

Todo esto coincide con una resolución de las Naciones Unidas en cuanto haberle reclamado al Vaticano que ofrezca un informe sobre los casos reconocidos de violencia sexual contra niños cometidos por miembros del clero, sobre lo cual deberá responder a fines de noviembre, lo cual será utilizado para la audición en enero de 2014 de un representante de la Iglesia en la sede de las Naciones Unidas, en Ginebra.

No viene al caso puntualizar cronológicamente los casos de abusos y pedofilia que tuvieron como protagonistas a miembros de la Iglesia, reiterados en diversos lugares del mundo, siendo muchos de ellos conocidos y otros que apenas salieron a la luz por la protección que se les dio desde la conducción eclesiástica, incluso llegando a afectar a las máximas jerarquías. Todo fue constituyendo un descrédito enorme para la Iglesia, lo cual ahora tiene que remontar el Papa Francisco, habiendo comenzado la ardua y trabajosa tarea.

Autor: REDACCION

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