La Palabra

Ser ingeniera y optar por la literatura*

En algún momento mi profesión desde el título académico la cambié por un nuevo camino en mi vida

La escritura como inquietud siguió conmigo aunque ni siquiera yo me diera cuenta. Mientras trabajaba ejerciendo la ingeniería, quienes me rodeaban solían bromear porque mis mensajes e informes solían ser demasiado largos, demasiado explicativos, me atrevería decir: demasiado narrativos. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que la carrera de ingeniería, si bien me gustaba, no llenaba el hueco. Había un hueco para llenar, era como si me faltara algo. El arte en general me había gustado desde niña, estudié música, canté en un coro, hice danza folklórica, talleres de dibujo, cosía, tejía, leía, escribía. Pero en el mundo en que el que me desenvolvía el arte no era una profesión sino un pasatiempo. Es difícil vivir del arte en Venezuela. Entonces, lo guardaba, escondido como un secreto. Pero a medida que pasaba el tiempo tenía la impresión de que necesitaba sacar eso, ese algo, ese no-se-qué. Retomé el interés por la escritura quizás porque comenzaron a fluir ideas. Tenía un cuaderno donde las escribía pero terminaban perdiéndose. Ya cuando trabajaba me compré una computadora y las escribía en un archivo de word. Lo hacía de manera automática, sin mucha esperanza de que eso que salía pudiera servir para algo. A veces me pasaba sábados enteros escribiendo. De lunes a viernes trabajaba y los fines de semana y algunas noches escribía. Después de casi cinco años de ejercer la ingeniería vine a Buenos Aires. Quería hacer un viaje largo, ver otras cosas, otro país, otra cultura. La casualidad -o causalidad- hizo que terminara en una casona de Villa Crespo rodeada de periodistas. Aquí conocí a mi pareja, que también es periodista. El y sus amigos se juntaban a leerse, con ese grupo de amigos hice mi primer taller de narrativa. Eran simples juntadas, pero exponía lo que escribía y a los chicos les gustaba. A partir de ahí me dije: no lo hago tan mal. Algunos años después, mientras trabajaba en una de las sociedades de una corporación, me di cuenta de que eso no era suficiente, necesitaba escribir, pero no solo cuentos o novelas, quería involucrarme más con todo lo que derivara de eso. Para mí el ejercicio del oficio es mágico. Las palabras son capaces de llevarte a otro mundo. Eso es lo que me fascina. La magia que ejerce, su poder curativo. Decidí que no quería pasarme el resto de mi vida en una oficina, trabajando para una corporación. Dije basta y me fui. Ahora, de alguna manera sigo ejerciendo la ingeniería, pero desde otro lado, con otro foco. Hago lo que me gusta, escribo, difundo, asesoro a otros escritores. Y me sigue fascinando como el primer día.

Cuando puse la mirada en Argentina. A qué renuncié y con qué expectativa

Cuando me preguntan qué hago acá en Buenos Aires digo que me vine por amor. Me enamoré de un argentino y decidí hacer mi vida con él. Puede sonar cursi pero es así. Creo que el amor nos lleva a hacer cosas que muchas veces parecen increíbles. No creo que haya renunciado a nada. Simplemente cambié el foco. A mi familia la extraño, claro. Pero creo que estar acá me permite decir que he sido honesta conmigo y al mismo tiempo con ellos. Si no lo hubiera hecho tal vez sería una persona frustrada. Vivir acá me ha permitido encontrarme con el amor, el de mi pareja, el del oficio de escribir, aunque de eso me haya enterado después, y eso me sigue llenando. Me gusta pensar que hay que tener coraje para revelarse a las convenciones. Vengo de una familia donde el varón es el que dirige, el que manda, al que hay que respetar, al que hay que seguir. Me rebelé contra eso, no seguí el patrón y algunos, allá, todavía no lo entienden, sin embargo, me prometí hacer lo que me llenara como persona, sin tener que seguir el precepto como un cordero. Y aquí estoy.

Cómo son mis días argentinos

Me gustan mis días acá, en Buenos Aires. Son días de trabajo, hago muchas cosas, todo el día, casi diría que no paro. Pero, al mismo tiempo, son días más tranquilos porque ahora me dedico a lo que me gusta, a lo que realmente me llena. Acá he aprendido mucho. Algunas cosas por necesidad, otras por gusto. La vida acá no ha sido sencilla, he debido enfrentar el desarraigo, la diferencia de costumbres, de palabras, de gustos. Pero he hecho amigos, y me han tratado con cariño. Ya a esta altura no tengo que explicar casi nada, en especial a la gente que me conoce. Al principio me costaba porque tenía que explicar cada cosa que decía, cada expresión. Sin embargo, de alguna forma he aprendido a mimetizarme aunque cada tanto me divierte ser el sujeto exótico. De alguna manera me he argentinizado. Me gusta el mate, por ejemplo, amargo, no dulce. Disfruto de esa linda costumbre de juntarse a cebar y charlar. Incluso sé cebarlo, mi pareja dice que lo hago mejor que muchos de los que conoce. No sé si sea tan así pero no he recibido quejas. También acá aprendí a escribir en serio, con oficio, siguiendo ciertas reglas y rompiéndolas cada tanto. Acá me siento como en casa. He aprendido a tenerle cariño a Argentina, a mirarla como un segundo hogar.

Mi forma de encarar la escritura. Los temas que interesan

Escritura personal me suena a autoayuda. No creo que escriba en ese sentido. Pero sí, cada autor tiene su propia forma de encarar sus textos, de pensarlos, de trabajarlos. Yo tengo mis propias formas, mis vicios. Mi mirada, que seguro será distinta de otras miradas. Si me preguntas cómo es el proceso, te diría que cada idea primero la macero en mi cabeza y luego la esbozo en la computadora, a medida que van adquiriendo cuerpo las voy depurando. Aunque me gusta escribir a mano he perdido la costumbre, soy ansiosa y prefiero volcar las ideas directo a la máquina. Si luego tendrán que estar ahí ¿para qué esperar? Luego las voy tocando. Tengo carpetas llenas de ideas, de esbozos que retomo después, cuando me parece que es el momento de trabajarlos. Por supuesto hay temas recurrentes. Me gusta escribir sobre cuestiones que inquieten, pero mostrarlas desde lo cotidiano, desde situaciones mínimas. Por eso me interesan las relaciones entre las personas, mujeres, hombres, amigos, familiares, de pareja, de trabajo, etcétera. Exponer la cultura, lo que he visto, lo que veo. Me la paso observando, a la caza de ideas. A veces voy por la calle y pasa algo -una frase, un diálogo, una situación- y digo qué bueno eso, tomo nota mental y sé que en algún momento lo usaré, no sé para qué pero al necesitarlo aparece el lugar.

Para qué y para quiénes publico mis libros

La verdad es que no lo sé. Creo que cada autor se hace su propio público, gente que se identifica con lo que escribe. Yo no me he propuesto un público en particular a la hora de escribir. Lo hago porque me gusta, porque me llena. Si hay alguien a quien le interesa eso que tengo para contar bienvenido sea. Cuando empecé a escribir no pensaba en publicar. Pensaba en hacerlo bien. Más tarde me di cuenta, quizás por exponer a otros lo que iba a escribiendo, que es lindo escuchar los comentarios sobre qué impresión ha causado tus textos. Incluso las interpretaciones que hacen que muchas veces nada tienen que ver con tu intención primigenia pero que no dejan de ser ciertas. Es como sacar un velo que no habías visto.

Qué no haría en literatura

Nunca me lo he planteado. Supongo que dejar de ser honesta, escribir sobre algo que no me guste; escribir mal de, o criticar de forma corrosiva, a otros. Yo respeto el trabajo de los demás, sea un escritor conocido o no, me gusten sus temas o no. Creo que cada autor le dedica mucho trabajo a lo que hace y eso hay que respetarlo.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Maumy González

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La Balandra Otra narrativa

Está en circulación el nuevo número de La Balandra Otra narrativa que pertenece al período primavera-verano en el que escritores nos cuentan cuáles fueron sus expectativas antes de que su ópera prima llegara a los estantes de las librerías y qué cambió en su trayectoria como escritores. ¿Qué pasa cuando, una vez cumplido el sueño del primer libro publicado, hay que enfrentarse con el después? Además: Homenaje a Bernardo Jobson, autor casi desconocido e incomprensiblemente olvidado que dejó una marca en amigos y lectores. En el ¿Cómo empecé? Marcelo Cohen repasa sus inicios narrativos en una charla franca y conmovedora con Angel Berlanga. Un Dossier de Narradores Extranjeros donde la literatura coreana es la protagonista, por Oliverio Coelho. El Lector: Miguel Vitagliano habla sobre su primer vínculo con la lectura y los textos que lo acompañan a diario. Y una simpática crónica, donde La balandra viaja desde una terraza porteña hasta otra en Bogotá, por Edgardo Scott, entre otros temas que se incluyen en esta edición número 11. Y una nueva sección: Ojo de buey, el lugar donde un escritor invitado nos mostrará el paisaje que lo vio nacer. En este primer viaje nos acompaña Fabián Martínez Siccardi y su Patagonia natal.

Autor: Raul Vigini

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