Sociales

Sensaciones y sentimientos: Literatura, no son subgéneros

La escritura es como la vida. Mejor dicho, la escritura es la vida o, al menos, una parte fundamental en la comunicación.
Crédito: Dreamstime

Por Hugo Borgna

La escritura es como la vida. Mejor dicho, la escritura es la vida o, al menos, una parte fundamental en la comunicación. Y porque es vida, tiene componentes interesados: los géneros, modos con que se expresan las ideas.

Y como es vida, los primeros en llegar reclaman derechos. Dicen, valorando el primer lugar en las filas, que el que llega primero pone su marca dos veces.

Prosa y poesía establecieron una prioridad. El cuento de intención moral, por una parte, y el ordenamiento en versos por la otra -con la forma insobornable del soneto- fueron autoridades de la escritura. La novela, una especie de prosa mayor, ocupó una de las más estratégicas ubicaciones. De ese modo, todo lo que no estuviera contenido en esos límites no era considerado género literario propio. No se le adjudicaba una personalidad influyente.

Un día, alguien llegado del cercano y casi tangible oriente, el uruguayo Eduardo Galeano, publicó “El libro de los abrazos”, incluyendo textos de distinto mensaje y extensión, independientes de los demás, vecinos también interesados en la información sintética.

(“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar y tanto su fulgor que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: ¡ayúdame a mirar!”).

Dentro del esquema del escrito de pocas líneas, Ambrose Bierce, desesperanzado y con tendencia al pensamiento cínico, definió así: “Éxito. Un pecado imperdonable cometido contra el prójimo” y también “Fanático: alguien que está obstinada y celosamente fijado a una idea que usted no comparte”.

Otra situación de alternativa paralela, remite a Oscar Wilde. El no escribió frases sueltas sino obras de teatro, cuentos y novelas. Debido al ingenio mayúsculo y al sarcasmo profundo de sus definiciones, en el ámbito de los editores se seleccionaron algunas, conformando así el libro “Mínimas”, donde opina de distintos temas con acidez y profundidad. (”La única manera de vencer una tentación es ceder a ella”, “Los concertistas pretenden que el público permanezca mudo cuando éste querría permanecer sordo”, “Los novelistas encuentran la vida cruda y la dejan sin cocer” , “Hay poetas que no tienen nada que decir, pero lo dicen muy bien”).

Otro modo es el que encontró un maestro uruguayo, José María Firpo; agrupó definiciones que escribían algunos alumnos -que no habían comprendido lo que se enseñó en la clase específica- en el libro “Qué porquería es el glóbulo!”. Algunos textos: “Los ojos son los principales obstáculos que tiene el cuerpo humano”; “Hay que comer despacio pero un poco apurado, no mucho”

Estos ejemplos de libros armados en función de transmitir ideas no inicialmente conectadas, necesitan indispensablemente que los contenidos sean contundentes para ganar la legitimidad propia de los géneros ya tradicionales. Ellos están compuestos de un elemento común: la palabra bien elaborada, con certeza y firme llegada a los sentidos.

Para decirlo con seguridad, nacieron y se desarrollaron con el mismo respeto e integración a los lectores que la novela, el cuento y la poesía.

Son una especie de extracto de modos del buen decir.

Tienen la misma esencia.

Y ya se sabe qué importante mérito tiene lo que se presenta en envase chico.

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