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Sensaciones y Sentimientos: Espiando a Domingol y más

Domingol viene a ser, si fuera un partido, una pausa de entretiempo.
Crédito: Dailymotion

Por Hugo Borgna

La situación es de lo más curiosa. Más todavía, digna de que la analice uno de esos profesionales que estudian las actitudes humanas y logran freudianas conclusiones.

Concretamente, la persona en cuestión -necesariamente un masculino- mira atentamente la pantalla del televisor mientras oye el relato de un partido de fútbol. Que no es el que está mirando. Tampoco el que se está desarrollando ahora. Ni siquiera del mismo continente; es un partido jugado antes en Europa. Cuando sintoniza mentalmente los distintos momentos, debe asumir que está mirando los goles de ese partido y de otros que ya se jugaron.

En esencia así es, minuto a minuto, el contacto semanal con “Domingol”, esa ensalada redonda que cada tanto alimenta y sacude a la audiencia televisiva con un gol (de esa cancha, ahora sí).

Como no tiene a la vista en el televisor la acción presente, si el espectador no está atendiendo específicamente el relato, cuando escucha “Gol”, en voz y tono muy destacados, debe esperar unos segundos hasta que aparezca en pantalla el escudo del equipo que lo hizo y, recién entonces, festejar o sufrirlo, mientras se ve en un recorte de pantalla una familia celebrando.

Ver y escuchar Domingol es la forma más tangencial de acercamiento a una realidad que se haya creado. La ilusión suple por momentos la falta de visión de lo que transcurre en la cancha (eso sí, permite ver con generosidad como festeja la tribuna beneficiada en esta especie de Quini de miles de bolillas generadora de alta intensidad emocional).

Domingol es una creación inteligente de la Televisión, posiblemente una idea propia (nos gusta pensar que no se ha copiado a otro país), en ese modo de comunicación completo que es “la tele”, especialista en tomar formatos extranjeros y adaptarlos a nuestra realidad.

Así y todo, en Domingol juega siempre la sorpresa a favor de los organizadores de la televisión.

Como no se ve lo que ocurre en vivo, el espectador hogareño muchas veces se prepara mate o café (en eso tampoco es muy creativo) y, por supuesto, deja de mirar por algunos momentos la pantalla, saturada con útiles carteles informativos con resultados parciales de otros partidos.

En esos precisos instantes estalla el grito de gol.

¿Qué hace el espectador? Instantáneamente gira cabeza y cuerpo para no perderse ninguna circunstancia, pero lo que alcanza a ver es una secuencia ajena a la realidad que desea mirar. No mira en vivo y, cuando lo asume, se lamenta de haber podido ver detalles cruciales. Claro, aterriza otra vez: una cosa es el relato y otra la acción que muestra la pantalla.

Pero no seamos críticos sin necesidad. No hagamos leña del gol que no pudimos ver en vivo.

Domingol viene a compensar escasamente por el poco feliz modo de agrupar la publicidad en canales abiertos y programación no deportiva: en tandas de veinte minutos conviven productos competitivos entre sí y se repiten hasta dos veces por tanda. Esa tan-da-za está agrupando a cuatro cortes, que son los previstos para la publicidad. Ese modo de espacio publicitario permite a la familia comunicarse mediante la palabra y estirar las piernas caminando hacia otras habitaciones de la casa, mientras que un telespectador típico queda mirando y avisa, solidario, a los demás de la casa que ya terminó la tanda.

Domingol viene a ser, si fuera un partido, una pausa de entretiempo. Un espacio cerrado desde donde se ven los hechos como mirando a través de un ojo de cerradura, o desde la complicidad de un tapial no tan alto, o un hueco entre tribunas.

Para decirlo en términos bien deportivos, es como ver en los últimos momentos, la ejecución de un penal sin haber visto la falta que lo originó.

Autor: 448965|

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