Sociales

Sensaciones y sentimientos: De sonoras sonoras

La Sonora Santanera, marcó una época.
Crédito: Instagram

Por Hugo Borgna

“Quiero relatar lo que a mí me sucedió, cuando la otra noche me sueño se turbó. Un hombre parado con algo me apuntó, encendí la luz cuando ví que era un ladrón”.

Este es un accidentado comienzo, apreciado lector. Pero la historia tiene más: solo siga atento.

“Cuando me miró, yo temblando lo miré, cuando se acercó, yo sin habla me quedé. Salga de la cama, enseguida me ordenó. Yo le obedecí y verán lo que pasó. (¿Qué es lo que pasó?) ¡Que se desmayó!)”

Por si no comprende todavía, lector, la trascendencia del hecho ¿policial?, escuchen que pidió la supuesta víctima: “Ven y ven y ven, ladronzuelo, ven; pero ven y ven y ven, a robarme a mí…”

Durante los 60, entrando a los 70, eran muy apreciadas y bailadas en las tertulias de Independiente, las “sonoras”. Eran (siguen siendo) formaciones orquestales con, generalmente, 8 instrumentos de viento y brillante y contagiador ritmo. “El ladrón”• pertenece a esa época en que la música de la “Sonora Santanera”, cantando Sonia López (luego solista como “La chamaca de oro”), era la animadora por excelencia de los recordados “bailes”.

Como la vida, el canto y el baile no se detienen, tampoco lo hizo esta formación, años después del éxito que protagonizó Sonia López. Originada en México, había surgido tiempo atrás con la dirección de Carlos Colorado, el mismo que la hizo resurgir luego con un “homenaje” a la chamaca de oro grabando el mismo repertorio, pero cantado ahora por una refulgente y recién nacida para el canto de Sonora: María Fernanda.

Fue otro tiempo de esplendor como Sonora. Hasta hubo otra dentro del mismo ramo.

Desde Cuba esta vez, en un tiempo relativamente pretérito, la Sonora Matancera -fundada en 1920 y llamada así por desarrollarse en la ciudad de Matanzas- con el mismo estilo permitía el lucimiento de dos primeras voces, y argentinas: el mendocino Leo Marini, cantando boleros (entonces clásicos) llegó a destacarse y hasta actuó en películas nacionales. Más tarde, uno que alumbró canto y baile como pocos, hizo bailar pachanga a los gauchos sin que ellos se saquen el sombrero. También a los que vivimos aquí, en esta bailable Rafaela, desde el club 9 de julio.

Fue ¡Carlos Argentino! (“En el mar la vida es más sabrosa, en el mar te quiero mucho más, con el sol la luna y las estrellas, en el mar todo es felicidad”) Lo cantó todo, hasta lo que ayudó a la publicidad de una cerveza (“sube, sube, sube la espumita, como si fuera una cervecita…”)

Fueron largas décadas, dos generaciones (si no cabe alguna “intermedia” más) cantaron en las grupales y recordadas finales cenas de viajeros. Aún quedaban restos de evocaciones de aquélla invocación a cantar todo el grupo “algo que sepamos todos”, resultando con el premio la primera selección “Caminito” y en generaciones más recientes “Zamba de mi esperanza”.

Se cantaba con entusiasmo, apoyándose ligeramente en la necesaria música, mirándonos unos y otros; afinando, cuando nos acordábamos o cuando conseguíamos entonar algo parecido al original. Eran verdaderos triunfos.

Muchas veces pasa que los tiempos de verbo, pérfidos contadores públicos, distribuyen caprichosamente evocaciones. Sucesos, proyectos, algún que otro sueño flotando en almas que se parecen a la nuestra, todo se mezcla y levanta la mano para entonar algo desde adentro, con palabras que nacieron antes que nosotros y esperan el turno para hacerse notar.

¿Donde ocurrió que desafinamos en el canto y congeniamos con la emoción?”

¿Era este mismo país?

Autor: 455001|

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web