Por Hugo Borgna
Uno de sus músicos, en la apertura de la pista “La yerba mora”, le pide permiso al cantor para una dedicatoria a sus hermanos puntanos. -Cómo no!, dice con entusiasmo Tormo, y agrega: y también para los cuyanos! El músico se engancha con la dedicatoria y dice que también la merecen los hermanos de las provincias de Santa Fe, Chaco, Formosa. No se queda corto Antonio Tormo: dice “y a todas las demás provincias y a los de Capital Federal, que a todos nos une el mismo pabellón nacional” .A continuación de la generosa dedicatoria empieza la música.
(Antonio Tormo nació en Mendoza, en la ciudad de Maipú, el 18 de septiembre de 1913 y vivió hasta noviembre de 2003. Con el conjunto “La Tropilla de Huachi Pampa” llegó a Buenos Aires en el año 2030, pero el grupo se disolvió: Tormo quedó como solista y continuó su carrera hasta el 2000. Dos guitarristas, Arboz y Narváez continuaron su propia carrera instrumentalmente en radio El Mundo. Antonio Tormo tenía registro de tenor, con perfecta afinación. Sus grabaciones se convirtieron todas en éxitos. Lo llamaban “el cantor de las cosas nuestras”, apoyados en la enorme popularidad y un repertorio criollo y regional. Cantó en la recientemente instalada radiofonía, en las emisoras Splendid y Belgrano. Asimismo, su éxito lo llevó y acompañó en actuaciones en Colombia, Chile y Uruguay. Por los años 50 registró verdaderos impactos con “La canción del linyera”, “Amémonos”, “Mis harapos” y, sobre todo, mediante la emblemática “El rancho ‘e la cambicha”. Su canto era irresistible, invitaba a escuchar hasta la última nota e incluso cantarla. Se lo consideraba arraigado a las costumbres argentinas; se enseñaban algunas de sus letras en las escuelas primarias).
Los viajes en ómnibus siempre fueron oportunidades para hacer amigos inesperados o conexiones importantes para el futuro, o también para iniciar relaciones que terminaran en matrimonio. De esas uniones surgían a veces niños con vocación de conversadores.
Uno de ellos, de más o menos diez años, transcurriendo los amplios años 50, no soportó la quietud de su incómodo encierro de butaca. Se sentó en la primera fila de asientos, intencionalmente al lado del guarda. Le contó que a él le gustaba la música y que en su casa se cantaba. ¿Qué cantaban?, preguntó el guarda. El nene vio la oportunidad de lucir sus conocimientos: las zambas y canciones de Antonio Tormo, contestó y siguió “Somos todos muy músicos”. El guarda, a esa altura, y también superado por la monotonía, dejó pasar la falta de una buena gramática -“muy músicos”- para tomar algún provecho de la conversación. “Yo también soy músico”, dijo, y agregó que había sido guitarrista de Antonio Tormo en sus actuaciones por radio.
(Las grabadoras acostumbran a administrar las grabaciones de los cantantes, dosificando el lanzamiento de sus temas, para evitar que la más reciente atente contra el éxito de venta del presente lanzamiento. Al notar una notable disminución en las ventas, difunden la nueva grabación, continuando así con el ciclo de difusión de la música. Así pasaba en distintas épocas con artistas como Julio Sosa, Mercedes Sosa, Roberto Yanés y, ¡por supuesto, con Antonio Tormo!)
La popularidad de Tormo hizo varios milagros. El mismo espíritu de participación de la dedicatoria “desinteresada” a todos los argentinos por el propio Tormo, y la relación de sus actos de vida cotidiana mediante su música por el guarda y el niño -compitiendo en atribuirse méritos de otros- hacen a la idea generalizada de homenajear a un artista que, seguramente, no llega a enterarse.
Quién sabe qué fue de ese guarda y el niño, y de los receptores del saludo de Antonio Tormo. Pero quedó demostrado que el deseo de trascender por méritos lejanamente propios, está dentro de nuestras costumbres, como cosas nuestras que merecen que ser nombradas en canto.