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Sensaciones y sentimientos: la escritura y la epístola

Universalmente la novela epistolar ganó un lugar en la escritura.
Crédito: Freepik

Por Hugo Borgna

El profesor Jirafales -o “el máistro longaniza” según el Chavo- no tuvo con él una relación demasiado fluida. Por lo demás, nunca perdió en toda la serie ni la compostura ni su predisposición docente. En la oportunidad de una clase le preguntó si sabía lo que es una epístola.

El chavo (así, a secas, o “el chavo del ocho”, para ponerle de alguna manera un nombre y apellido) respondió -muy suelto de cuerpo y sobrando- “una epístola es como una carábina pero más chíquita” y siguió lo que estaba haciendo, un poco esperando los aplausos, y otro tanto para dar por terminada la cuestión, cosa que sí pudo hacer mientras el profesor Jirafales, descolocado en ésta como en tantas otras similares situaciones, lanzaba su fuerte queja: “ta… ta…ta!”.

El modo epistolar, como relato, no tuvo en esta escena el reconocimiento que seguramente merece como recurso literario y llegó a ser de alto vuelo, irremplazable método para llevar la acción de innumerables novelas donde los protagonistas sufrían la acción desgastadora del tiempo y la distancia.

Para ser honestos, es necesario decir que si la pareja (constituida o no, esto era parte de la trama) no concretaba encuentros ni lograba la felicidad en el caso concreto de cada historia, no era por culpa del sistema de comunicación por carta y correspondencia, antiguo casi como el mundo, impredecible a futuro como el utilitario watts app.

Esa incomunicación viajaba por ríos de lágrimas tristes (si por ellas mismas las lágrimas son imagen de la tristeza, es mayor dolor el drama de ser lágrima triste desde el origen).

Universalmente la novela epistolar ganó un lugar en la escritura. No siendo un género propio, se acopló admirablemente a la novela romántica, acompañando o siendo protagonista de los sucesos, encuentros y soledades de personajes humanos que transcurrían pendientes de unas palabras escritas que sellarían dos destinos. A todo esto, el sistema de correos, servicio esencial para las almas sufrientes y ansiosas, pasó a ser percibido como un actor más de las historias y los sentimientos.

“El alma de las mujeres”, “Nos vemos en el museo” son títulos de un “archigénero” apoyado con energía y raíces desde Ovidio (“Heroidas”). Más recientes son las “Cartas marruecas” de José Cadalso (1789), o “La historia de sir William” de Samuel Richardson, autor nacido en 1689. Este modo de relato, tan eficaz y atrapante (a veces más que la novela convencional), no ha perdido vigencia. Hasta resulta relativamente fácil encontrar títulos recientes dentro de nuestra escritura.

Manuel Puig con “Boquitas pintadas” publicada en 1969, tiene un antecedente en un folletín de 16 entregas, y conoció la versión cinematográfica en 1974.

Lejos de la caracterización de “novela rosa”, es prácticamente un clásico de nuestra literatura reciente. Como detalle para anticipar situaciones, apoya cada capítulo en frases tomadas de tangos de Gardel y Le Pera.

Técnicamente, y como corresponde a ese modo de relato, se va conociendo una historia de dramas y desencuentros, donde los prejuicios juegan un papel decisivo: en cada carta que se conoce se aprecia una apertura en causas y sus resultados. Un conjunto de visiones personales de las situaciones que el lector, exclusivamente, va conociendo y participando mediante la aprobación o crítica, haciendo todo el conjunto a la vigencia de la novela epistolar.

A todo esto, sería interesante saber la opinión del profesor Jirafales, del cual no se conoció el nombre en la serie. Y también del Chavo quien, aprobando, diría algo significativo y bien propio de él: “eso, eso”.

Hugo Borgna

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