El reciente y ajustadísimo triunfo presidencial del candidato Pedro Castillo en Perú ha confirmado en algunos la idea de que estamos en el inicio de una especie de segunda ola progresista en Sudamérica.
La expresión surge del libro "La ola progresista" de 2015, que analizó justamente las características de ese gran movimiento que se generó en el continente a partir del triunfo electoral de Lula en 2002.
En efecto, varios países de la región, como por ejemplo Argentina, Venezuela, Paraguay, Bolivia y Uruguay, entraron en esos años de inicios del siglo en ciclos de gobiernos que se autodefinían como progresistas y que perduraron en general por más de una década.
Y luego de varios cambios de gobiernos, que tuvieron entre los más importantes a Jair Bolsonaro en Brasil y a Mauricio Macri en Argentina, muchos analistas ven en la actualidad un retorno de esa ola progresista.
En ella se inscribiría, naturalmente, el triunfo de Castillo en Perú; pero también las grandes protestas en Chile a un gobierno de derecha fracasado, que pueden abrir la puerta de La Moneda a un candidato presidencial izquierdista; el triunfo de Fernández en Argentina, que reivindica de cierta manera al kirchnerismo en el poder; la victoria en Bolivia, en comicios libres, del presidente Luis Arce, que proviene del campo identificado con Evo Morales; el sostenimiento en el tiempo, a pesar de todo, de Nicolás Maduro en Venezuela; y, por supuesto, la expectativa que todo el campo izquierdista tiene de ver nuevamente a Lula presidente, triunfando en 2022 sobre Bolsonaro, y consolidando así el punto alto de esta segunda ola en el continente.
Algunos de quienes así ven las cosas también esgrimen razones para preocuparse. Por un lado, la mejor forma que tiene la dictadura de Maduro de extender su influencia es de la mano de gobiernos afines en Sudamérica. Habrá sido gracias al impulso de la "brisita del caribe", esa expresión que da a entender un apoyo más o menos soterrado de Venezuela a sus candidatos más cercanos ideológicamente; o habrá sido por causa sobre todo de posicionamientos locales que les aseguraron sus victorias, lo cierto es que la narcodictadura madurista tiene motivos para estar más tranquila en la región si gobierna Castillo en Perú, Arce en Bolivia, o Lula en Brasil, que si lo hacen sus adversarios en cada país.
Por otro lado, no hay por qué pensar que los gobiernos de esta segunda ola progresista están preparados para conducir a sus países por sendas de desarrollo y bienestar económico y social. El balance de este año y medio de gobierno de Fernández en Argentina no es bueno, por ejemplo, con índices de pobreza enormes, inflación al límite del descontrol, trabas al crecimiento productivo y exportador y, sobre todo, perspectivas macroeconómicas y financieras que de ninguna manera dejan creer que nuestro vecino reanude rápidamente con altas tasas de crecimiento.
En ese sentido el Perú de Castillo es una incógnita, con un discurso económico que se opone al mercado, al lucro y al desarrollo, y con enormes dificultades para asegurarse una gobernabilidad posible en el Parlamento.
El caudillismo, la debilidad del estado de derecho y de los partidos políticos, la corrupción económica y los graves déficits de representación democrática son factores que explican mejor lo que ocurre en varias partes que la idea de una segunda ola progresista.
Además, todo este escenario regional debe analizarse a la luz de dos variables internacionales claves: la evolución positiva de los precios de los productos primarios de exportación, que son los que mayormente venden los países sudamericanos; y las consecuencias económicas y sociales gravísimas de una pandemia que, por lo general, fue enfrentada con decisiones de cierres y encierros que perjudicaron sobre todo a los más pobres. Y la clave está en entender que, en todos los casos, las configuraciones que se generarán de esta combinación de factores serán, sobre todo y antes que nada, nacionales.
Esto quiere decir, en concreto, que la idea de una nueva ola progresista para caracterizar al conjunto de Sudamérica tiene una gran deficiencia si no privilegia el análisis político particular de cada país, que es el que, por ejemplo, permite entender bien por qué no ganó el candidato correísta en las elecciones que se realizaron en Ecuador.
El caudillismo, la debilidad del estado de derecho y de los partidos políticos, la corrupción económica y los graves déficits de representación democrática son factores que explican mejor lo que ocurre en varias partes de Sudamérica, que la idea de una segunda ola progresista. Y, todos ellos, infelizmente, siguen estando demasiado presentes, independientemente del signo ideológico que tengan los gobiernos de turno en cada país del continente.