Ajuste es el término de moda que se instaló fuertemente en el día a día de los argentinos, ya sea en las charlas en la cola de la caja del supermercado o en familia cuando llegan las boletas de las tarifas y los servicios. En medio de las turbulencias de la macroeconomía argentina y efectos, negativos por ciento, de la inestabilidad internacional, el Gobierno nacional optó por pedir financiamiento al Fondo Monetario Internacional para cubrir los déficits de sus cuentas. La condición es comenzar a ajustar el gasto con la consigna de que en algún momento se alcance el equilibrio, es decir que las erogaciones del Estado no superen los ingresos fiscales.
La receta, que no es desconocida para los argentinos, implica reducir la inversión pública, en lo posible achicar la estructura de personal del sector público y un conjunto de medidas que no estimulan el consumo. Cuando el sector privado advierte en sus operaciones una caída de sus ventas está obligado a producir menos con la consiguiente consecuencia en sus ingresos, que se reducen. Por tanto, al igual que el Estado las empresas o comercios deben eliminar gastos superfluos primero y quizás limitar al mínimo otros que son necesarios pero que de mantenerse como siempre pondrían en riesgo su salud financiera. Además, como las empresas tienen menos dinero para pagarle a sus acreedores, cumplir con sus obligaciones fiscales y abonar los salarios, recorta beneficios a los trabajadores -como horas extras o suplementos por productividad- e incluso puede efectuar despidos. Todo significa menos dinero en manos de la gente, lo cual afecta el consumo.
Y por supuesto traslada la figura del "ajuste" a las familias, que además de ganar menos dinero, porque sus empleadores deben surfear la crisis, pierden ante la inflación en el supermercado o las tiendas. Encima deben pagar las tarifas de los servicios públicos que aumentaron exponencialmente en los últimos tres años, lo que les deja menos plata en el bolsillo para llenar la heladera.
En su último informe, el Observatorio Comercial del Centro Comercial e Industrial de Rafaela y la Región reflejó que en esta ciudad se desaceleraron las ventas durante el segundo semestre. Prácticamente uno de cada dos negocios señaló que vendieron menos entre abril y junio.
En el plano de las expectativas, los comerciantes no se mostraron optimistas sino que más bien exhiben una pérdida de confianza. En tal sentido, uno de cada tres dijo que espera un aumento de sus ventas, uno de cada tres respondió que no espera cambios y uno de cada tres subrayó que venderán menos.
Un análisis de la consultora Ecolatina revela que en el primer cuatrimestre del año, el consumo privado creció a buen ritmo. Las ventas de bienes durables y turismo en el exterior batían récord mientras que el consumo masivo se recuperaba. Sin embargo, el escenario cambió drásticamente en el bimestre mayo-junio cuando el salto cambiario aceleró la inflación, hizo volar la tasa de interés y provocó desconfianza, lo que frenó bruscamente al consumo. El gasto en bienes durables y turismo emisivo, que trepaba a tasas chinas, pasó a caer fuertemente, y el consumo masivo volvió a descender.
En este clima pesimista, la pregunta es qué pasará con el consumo en lo que resta del año. Al respecto, la consultora advierte que las expectativas para el segundo semestre no son alentadoras. La pérdida de ingreso real de las familias (salarios, prestaciones sociales y empleo) más la elevada tasa de interés, generarán una contracción del consumo privado en la segunda mitad del año.
Además, expresa el reporte, se espera una significativa reducción del consumo público (que sólo representa 15% del consumo agregado) para cumplir con las restrictivas metas fiscales acordadas con el FMI. De este modo, agrega, el principal componente de la demanda interna presentará una caída significativa.
Asimismo, sostiene que el salario real cayó 1% en el primer semestre respecto a igual período del año pasado principalmente por el sueldo del sector público. Producto de la aceleración inflacionaria, esta tendencia se profundizará en la segunda mitad del año provocando pérdidas cercanas al 7% interanual, lideradas por el sector público y, en menor medida, los trabajadores informales.
El otro gran interrogante que va de la mano de la esperanza es cuándo se produciría la recuperación del consumo. Según Ecolatina, si se logra estabilizar el mercado cambiario, el repunte podría llegar en 2019 de la mano de la recuperación real del salario privado y las prestaciones sociales por la desaceleración de la inflación, y la progresiva reducción de la tasa de interés.