Por Hugo Borgna
Cuando las novelas buscan mostrar el tiempo en que se vive, la vida es una novela. El sentir de los personajes, para ser cabales, debe percibirse claro y visible.
Las producciones creadas por Alberto Migré transcurrían en casas que estaban a la vista, de barrios de gente “común”, en calles por donde circulaban autos -en especial taxis- y, como decía la presentación, en “todo Buenos Aires”
Elegancia en el decir, educación al plantear situaciones difíciles, los villanos no lo eran tanto; más bien reflejaban que la vida no había sido generosa con ellos y, por eso, no transaban en situaciones que, con un poco de elasticidad, no habrían causado el conflicto. Migré definía claramente las diferencias sociales. Cada personaje era producto de su circunstancia.
Alberto Migré (Felipe Alberto Milletari Miagro) inició la novela de su vida el 12 de setiembre de 1931. El último capítulo ocurrió el 10 de marzo de 2006. La otra historia, la de la televisión, comenzó en 1946.
Fue un porteño típico (tal cual lo imaginamos desde aquí). Mostró lo más representativo y cabal. Era posible encontrar en la calle a cualquiera que se comportase como sus personajes.
Formado en la escuela de autores como Abel Santa Cruz y Nené Cascallar (la legendaria El amor tiene cara de mujer) hizo un culto del lenguaje correcto y a la vez rotundo: los actores no podían apartarse ni una coma, y mucho menos cambiar una palabra. Recuerda Claudio García Satur que en oportunidad le tocó un parlamento muy largo y difícil, se le hizo complicado y cambió una palabra. Satisfecho, esperaba que Migré lo felicitara pero no fue así: lo reprendió porque había cambiado una palabra del texto.
La vida y las situaciones se sentían naturales y cotidianas. Migré consagró títulos de novelas y parejas protagonistas: Claudio García Satur y Soledad Silveyra en Rolando Rivas, taxista; Arnaldo André y Marilina Ross en Piel naranja; Thelma Biral y García Satur en Dos a quererse…
Por lo demás, los componentes del elenco eran también de primerísima línea: Raúl Rossi, Nora Cárpena, Fernanda Mistral, China Zorrilla… y nosotros, los que la mirábamos, hacíamos “fuerza” desde nuestra casa para que la pareja central pudiera unirse.
Un capítulo especial tuvo como protagonista al idioma. Desdeñó el uso del “vos”, pese a que muchos diálogos ocurrían entre gente no ilustrada. Durante una cena con Mirtha Legrand, una televidente le reclamó por “el uso de lenguaje ridículo y el tú”. Al instante, Migré le contestó: “el idioma es así, señora”.
No es exagerado hablar de un tiempo de “esplendor” en la novela. Los personajes hablaban una perfecta mezcla de vocabulario popular con cultismos incorporados. Como ejemplo de la penetración en el público, en una oportunidad un personaje reclamaba que le sirvieran una infusión de cascarilla de cacao: eso estimuló el consumo. Igual fue con “El principito” que era nombrado en los diálogos: aumentó de venta del libro. También se popularizó el tango “Taxi mío", cantado por Carlos Paiva, que acompañaba los títulos iniciales de Rolando Rivas, taxista.
Si, hay otra cuestión pendiente, lectores: los televidentes no le perdonaron el final de Piel Naranja, pretendiendo que el elemento trágico “limpiara” una situación.
La vida diaria, incorruptible, escribe el guion como mejor le parece.
Alberto Migré, que tanto trato había tenido con corazones ajenos -no siempre felices, no siempre en sombras- de entrañables personajes, tal vez no notó que el suyo escribía su propia historia.
Un infarto de miocardio apagó los televisores.