El entusiasmo suele dispararse cuando nos conmovemos y la RSE
(Responsabilidad Social Empresaria) reclama mantener firme el
timón estratégico para que los resultados del entusiasmo puesto en
acción sean abarcadores, sin excluir a la empresa que los genera.
Cuando las empresas son exitosas suelen transitar un momento en
el que los empresarios sienten que se han apartado de la comunidad
en la que están inmersos.
Si bien el éxito de sus negocios pone en evidencia su capacidad
por entender -y gracias a ella satisfacer- la necesidad del
público con sus productos o servicios; los resultados propios
parecerían apartarlos de esa cualidad.
Quien se enriquece, quien gana poder, quien logra el éxito
suele encontrar entre sus consecuencias un alejamiento de la
comunidad. Responda, o no, a un deseo previo; lo cierto es que esa
persona deja de formar parte del grupo de ciudadanos medios al que
seguramente pertenecía antes de alcanzar su éxito para pasar a
vivir en una realidad diferente. Al menos a una realidad con
parámetros distintos a los de la media.
Mayores compromisos, mayores responsabilidades, mayor cantidad
de recursos y potencia entre otros cambios.
Seguramente lo que se mantiene es la sensibilidad que permitió
el éxito y esa capacidad es la que en algún momento lo enfrenta
con la realidad que lo conmociona.
La cruda realidad suele impactar en todos nosotros y hay
sobradas oportunidades para cruzarse con las necesidades básicas
insatisfechas que expone la calle sin importar el auto que uno
maneje o si estamos nosotros al volante o nos lleva un chofer.
Cuando el impacto con la cruda realidad ocurre suele ser tan
fuerte que el aturdimiento que genera nos lleva a actuar en forma
encendida.
Nos indignamos tanto que queremos cambiar el mundo; si
puede ser de un solo golpe, mejor.
Imaginamos una "cruzada" que le cambie, de una buena vez por
todas, la vida -para bien- a las personas que lo necesitan; y deje
en evidencia una enseñanza para los demás asegurando que en el
futuro no se repitan las injusticias que dispararon nuestra
indignación.
Un buen empresario sabe que tiene potencia disponible; desde
dinero hasta personal dispuesto a trabajar como voluntario a favor
de una buena causa; sin embargo, lo que no debe ser perdido de
vista es que la buena causa siempre debe incluir a la empresa.
Cuando nos dejamos llevar por la corriente del entusiasmo
corremos el riesgo de limitarnos a las típicas acciones
"conmovedoras" pero que solo representan gastos para la empresa e
ilusiones falsas para la comunidad.
En realidad el entusiasmo tiene que funcionar como disparador
para que surja la estrategia y guíe nuestras acciones.
Las empresas no pueden -en realidad pueden pero no deberían-
avanzar con acciones que resulten contrarias a su naturaleza.
Los empresarios no pueden ser altruistas ya que su misma
definición se lo impide (según la Real Academia Española
"Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio").
El sentido del compromiso social, finalmente a eso nos
referimos, no tiene que ver con morir para dejar vivir al prójimo
sino con generar las condiciones para que ambos evolucionemos y
avancemos tanto como sea posible.
La empresa tiene capacidad en exceso gracias a su desempeño; lo
razonable es que la ponga al servicio de una meta enriquecedora
para todos de la que no quede excluida.
Una buena empresa, una empresa potente, una empresa liderada
por un empresario entusiasmado es capaz de intervenir con éxito
donde se lo proponga; la elección de ese terreno es tan importante
como lo fue en su momento la elección del área de negocio donde
logró sobresalir.
Hacer cualquier cosa equivale a no hacer nada. Hacer
un aporte comunitario donde no se tiene el expertise adecuado,
donde no vamos a dejar un cambio positivo y sostenible; y donde
ese cambio no va a estar vinculado con nuestra empresa es un error
para todos. Incluso para quienes reciben nuestra ayuda.
La oportunidad del entusiasmo es la de disparar la estrategia
que defina adonde y cómo orientar los recursos para que el cambio
que se favorece sea positivo para la comunidad en términos de una
mejora tangible, sostenible y a mediano plazo autónoma.
Para la empresa es la posibilidad de contar con un diferencial
de valor que potencie su quehacer y mejore su reputación. De esta
forma el entusiasmo inicial genera un efecto "turbo" que, a cada
fin de ciclo, lo potencia para reiniciar con tanto o más
entusiasmo un escalón más arriba.