Amigándome con el viejo Moffatt
Yo creo que estoy ahora en mutación, estoy asustado, tengo la sensación de empezar a “ser otro”, “el viejo Moffatt”, comenzando la etapa de la sabiduría y la despedida de esta aventura que fue existir, el sentimiento de “no return”, donde lo irreversible se hace más nítido, los achaques de la vejez, el ojo, el pito, los huesos, etcétera, el cansancio fácil, también la perspectiva de ver la vida desde arriba de la montaña, viendo el panorama. El tipo de sueños es nuevo: sueño que mis viejos muertos están vivos, son sueños regresivos. Tengo la sensación de que el mundo fue transformado e invadido por gente que no estaba (los jóvenes), que vinieron después, nacieron, ocupan todo, y nos desplazan a los que estábamos antes (que somos los viejos).
Me siento ahora hermanado con los que antes veía como a los otros, los viejos, y entro en complicidad con ellos, valorizando los viejos tiempos frente a los de ahora. A veces, me asaltan mis viejas, viejísimas, fantasías solipsistas infantiles donde pienso si seré yo solo el que existe en el Universo, si los demás y el mundo entero son una creación mía y pienso que, cuando cierre los ojos y me muera, desaparecerá todo conmigo. Esto es todo el tema filosófico del solipsismo de Berkeley. Hay una frase del inglés Chesterton que es muy graciosa y muy inglesa y dice: “El solipsismo es tan obvio que no sé por qué no está más difundido”.
Esperame, Diógenes
La forma que mi quehacer toma en la sociedad tecnológica es la de un psicólogo social. En otra cultura, hubiera sido un monje Zen, un brujo, un Yatiri, un pai do santo, un cura rural, un bufón de corte, o un filósofo mendigo, que es el que más me gusta, y es probable que lo consiga.
Del problema, una solución
De chico, muchas veces, estuve solo, dialogando conmigo mismo. De grande, para salir de ese diálogo interno que muchas veces me angustiaba, porque me dejaba pegado en la soledad, inventé otro para hablar, del cual, en los manicomios y en las escuelas, he llegado a vivir, y lo llamo el paciente o el alumno.
Temas de mi Escena Cero
“Hay que seguir luchando. Adelante”. (Mandato de mi padre). “Fredito va a ser un inventor famoso como Edison”. (Mandato de mi madre). Creo que mi esquizoidía básica es producto de la separación que sufrí, de mi mamá y de toda mi familia, desde los 4 a los 7 años. Fue la etapa de mi destierro infantil. También quedé captado en la situación de “El Príncipe y El Mendigo”. Era mendigo cuando estaba viviendo en casas extrañas, y príncipe cuando estaba nuevamente con mi mamá. De adulto, creo que sigo siendo un “príncipe-mendigo” (soy el profesional de éxito más pobre del país).
De la niñez a la vejez
Siempre pensé que iba a pasar de la adolescencia o de la niñez, a la vejez, de un solo golpe, sin pasar por hombre serio, por persona respetable, por “hombre adulto”. Algo muy adentro de mí no cambió nada desde mi niñez. Creo que pasé de los ocho a los setenta, salteándome el resto.
¿Por qué me atraen los marginales?
Los envidio porque trasgreden. Son divertidos, estimulantes, inesperados, me divierten. Porque sufren y los ayudo y me dan una tarea que justifica mi vida. Porque me quieren, me acompañan, me estiman.
Porque, en el fondo, me siento también marginal. Porque reparar es una tarea que me hace importante. Me siento revolucionario...
Nota en el Aeropuerto de Río (1979)
Estaba absolutamente solo y vacío... y empecé a pensar de qué no dudo, en qué creo, de qué estoy seguro. Estoy seguro del vacío, de la muerte, del dolor, del hastío, de la soledad, de las separaciones; estas cosas son algo de lo que no dudo. Tampoco dudo del sexo, del amor, de mi escena regresiva, ni de la injusticia, la pobreza, el sometimiento y la necesidad de pelear contra la injusticia. No dudo de la fantasía, de los juegos imaginarios, de la locura, y, fundamentalmente, tampoco dudo del alivio psicológico, de la necesidad de la terapia. Dudo del Edipo, del psicoanálisis, de la sociología, de todo ese cientificismo abstracto y soberbio del mundo psi. Soy un psicólogo ateo... no creo en Freud.
Al cumplir los sesenta
Me acuerdo de la fiesta de cierre de mi vida, cuando cumplí 60 años, para festejar la terminación de las tareas para hacer una vida, como aprender, crecer, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, descasarse, inventar cosas, hacerse una “famita”...
A los 60 años considero que terminé el trabajo del personaje “Alfredo Moffatt” y quedé del otro lado después de cumplir la vida, y pasé a otra etapa. Algo así como “terminé la casa y ahora me pongo a tomar mate en el patio, a descansar”. Algo parecido a los filósofos que se van a la montaña, se alejan del mundo. Yo me quedo, pero de otra manera. Desde ahí puedo contemplar la vida del otro, de ese Moffatt, de todo lo que hizo desde que nació hasta los 60 años. Esto me permite estar más libre y más descarnado respecto de todas las obligaciones que implica realizar una vida. En general, la gente la cierra solo al morir y no goza nunca de la casa terminada, pues sigue poniendo ladrillos hasta el final.
Lo que me parece útil de Alfredo Moffatt, como pertenece a dos mundos, es que puede operar de traductor, intermediario, entre los pobres y los intelectuales (el síndrome de Lawrence de Arabia). También acumula mucha información de la realidad inmediata, es un “busca”. Tiene experiencia en promover tareas, comunidades... Tiene habilidad de liderazgo, puede liderar experiencias alternativas (También al estilo de Lawrence de Arabia). Nota de 2007, a los 73 años: Alfredo sigue jodiendo como siempre. No paró de “poner ladrillos”.
El premio del héroe
Espero que si continúo mi viaje, investigando y teorizando, por esta selva infernal del tiempo, tenga como recompensa, como en los cuentos, una gran lucidez clínica (que me produzca, por ejemplo, mucha guita y algunos amoríos...).
Ya sé a qué edad
De este Universo, de esta sucesión histórica, sé qué pasó antes de 1934, pero no pude verlo, y después del 2018, no voy a poder ver ni saber qué pasará, porque pienso morir exactamente a los 84 años, respetando la tradición de tres generaciones de mi familia inglesa, mi bisabuelo, mi abuelo, y mi padre, que murieron, exactamente, a esa edad.
Vocación de terapeuta
Le tuve tanto miedo al toro, a la locura, que me hice torero para poder controlarlo mejor, tal vez por la gran crisis mía del 65. Mi primo Tommy, el esquizofrénico, tal vez también quiso hacer lo mismo pero el toro lo ensartó (se volvió loco); tal vez, el toro de él era más grande.
*El texto pertenece a www.moffatt.com.ar