Quien cuenta, cuenta el mundo. Contó el hombre aquel que llegó junto al fuego comunitario y dijo su aventura ese día al cazar. Y contó Otro, que nombró el miedo ante la oscuridad del noche. Y Otro, que dijo algo sobre el frío. Y Otro, Otro, Otro más. Las palabras fueron, entonces, desde aquel primer sonido, una forma de pintar la realidad. Porque las palabras nacen cuando algo nuevo aparece: para que exista hay que nombrarlo. La palabra nombra la realidad, la describe, la hace visible. Quien tiene la palabra tiene el poder, dice una certera frase. Dice Claudia Piñeiro: Como usted sabe, las palabras nombran la realidad, nombran todo lo que existe, sea tangible como una mesa o intangible como un sueño. Pero el camino es de ida y vuelta, porque al nombrar, las palabras también construyen la realidad. O la niegan. Por ejemplo, si alguien con el poder suficiente se apropiara de la palabra “casa” y solo dejara que se llame con ese nombre a las construcciones de tres ambientes, con dos baños y patio al fondo, todas las otras “casas” serían negadas como realidad y no les quedaría más remedio que ser nombradas de otra manera o desaparecer. Lo que no puede nombrarse con la palabra que corresponde, se niega, se ignora y desaparece. Quien nos niega el uso de una palabra, nos niega también la existencia de lo que esa palabra nombra, y si esa palabra nos nombra a nosotros, entonces quien se apropió de ella nos reduce a lo que no existe. Saben que negar la palabra, negarles ser nombrados, es negar la existencia misma. Un método que viene de los campos de concentración y de los centros clandestinos de detención donde se llamaba a las personas privadas de su libertad por un número, donde no había que nombrarlos, porque el objetivo era que desaparecieran…”. La palabra crea un mundo (real o imaginario) o bien lo hace desaparecer. La conquista española impuso su lengua (que es musical y maravillosa) por encima de la de los pueblos originarios (tan musical y maravillosa como la de los españoles). Su lengua y su religión, como signo de poder. Es decir, redujeron a los originarios a ver la realidad acorde a la visión europea. Pero sin embargo, porque en el castellano antiguo no había cómo nombrar esas cosas que solo estaban en el nuevo mundo, sobrevivieron: HAMACA, CACIQUE, HURACAN, GUAYABA, TOMATE, MAIZ, CAIMAN, PATATA, CHOCOLATE, CACAO entre otras. “Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen, hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre.” Eduardo Galeano en El libro de los abrazos. Las palabras, esos pájaros necesarios para que podamos alzar vuelo. Las palabras sirven además, para viajar en el tiempo: contamos lo que pasó, lo que sucedió antes, ayer o hace mucho. Y nos transportan al futuro: cuentan lo que puede llegar a suceder mañana. La palabra permite cruzar líneas de tiempo. Y en esa proyección incluye sueños, esperanzas, anhelos. Con la palabra el hombre cuenta y se cuenta. Es decir: cuenta lo que es, quién es. A través de lo que dice y del cómo lo dice podemos vislumbrar cómo es y qué piensa Otro.
El narrador hace de la palabra su herramienta ¿Cuándo nació ese oficio?
Desde el inicio de los tiempos han existido en cada tribu, en cada sociedad, en cada cultura, los contadores de historias. El Juglar de la Edad Media, el Griot en la cultura africana, el Chamán en los pueblos originarios, el Fabulador árabe (tan bien descripto en la novela El contador de historias), el Tusitala (como le dicen en Samoa al narrador), todos ellos han sido grandes piezas en el rompecabezas cultural, social y hasta religioso de los pueblos. No solo contaban historias (como bien dice Marc Soriano) sino que las historias no eran patrimonio de los niños sino del grupo comunitario entero. Las historias no solo eran juegos y distracciones, sino “… que tenían la función de transmitir las conclusiones a la que ha arribado una sociedad determinada en lo que respecta a las leyes de parentescos, tabúes, transgresiones y vínculos. Es un entretenimiento que tiene la misión de iniciación y de integración”. En muchas culturas, el poder escuchar historias era parte del rito de iniciación de los niños al mundo adulto. Los pueblos aprendían sobre su historia, creencias, su cultura a través de las palabras y las narraciones que contaban. Tal es así que en la mayoría de los pueblos originarios, el chamán tenía el mismo poder que el Jefe de Tribu. Uno se dedicaba a cuidar la integridad física de su pueblo. El otro, de la transmisión cultural y religiosa. Bajo esta mirada antropológica, no hay mayor sabiduría entre los cuentos de Africa con respecto a los de la India o América.
¿Cuál es la función de un cuento?
Sin dudas, las ciencias y la tecnología avanzan pasos de gigantes día a día. Y nos reposicionan frente al mundo en forma constante. Sin embargo, hay una raíz profunda, única y vertebral en el Hombre que es la necesidad de escuchar y ser escuchado, de ser mirado, de saberse parte de una comunidad (ya sea social, familiar). Es una identificación permanente con su entorno y su realidad (cultural, afectiva, religiosa). “El hablar es una condición necesaria del pensar” sostiene Alex Grijelmo. Del mismo modo que necesita contar, necesita escuchar historias, cuentos, relatos ocurridos en otros lugares y otros tiempos, en otras circunstancias. La palabra como herramienta para crear puentes que nos acerquen a otros. Palabra tras palabras y se van tejiendo relatos e historias, cuentos, anécdotas, que dicen de nosotros mismos aunque hablemos de Cenicienta, de un Gato con botas o de Anahi y su voz de pájaro. Los cuentos (y aquí incluimos todo tipo de relatos orales) permiten la identificación y la catarsis. Ambas son patrimonio del ser humano. El cuento como expresión de valores éticos, que se transmiten a través del placer que genera la escucha. El cuento abordando problemáticas similares a todas las épocas, como bien profundiza Bruno Bettelheim en “Psicoanálisis del cuento de Hadas”. El cuento incorporando temáticas similares a todos los tiempos, abordando problemáticas comunes, dando respuestas a angustias, necesidades. Pero también el cuento como puerta a la imaginación, como permiso para salir a jugar con las palabras y los sonidos. Para soñar mundos posibles. Para pensar otras realidades… y luchar por conquistarlas. Dice Galeano “El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed”. El cuento crea además un espacio donde el afecto y la seguridad se van desarrollando ejerciendo presencia. La magia del “Había una vez…”, “Resulta que un día…” o “Una vez sucedió que…” hacen que el oyente se predisponga a ser acariciado, mimado, comprendido, mecido y estimulado por las palabras.
¿Cuentos en el siglo XXI?
Sin dudas es un desafío interesante. El narrador solito con su voz y cuerpo frente a un despliegue de estímulos visuales y auditivos, imágenes que bombardean, tecnologías de realidades virtuales que se despliegan al alcance de la mano. Sin embargo, mi experiencia de más de veinte años narrando con niños, jóvenes, adultos, me dice que nada (al menos hasta ahora) pudo reemplazar el mirar a los ojos del oyente, hacerlo cómplice de una historia, de la picardía de un gato con botas o de la valentía de Juan sin miedo.
¿Qué hace específicamente un narrador oral?
Los narradores tomamos las historias y las multiplicamos a través de nuestra voz, nuestros gestos. Apostamos a la ensoñación con el otro, a la emoción colectiva, que va mucho más allá de “completar un tiempo vacío”, de “llenar un rato entre clase y clase”. Proponemos la costumbre de escuchar y ser escuchado, de instalar el silencio y la calma para conectarnos con los Otros, envolvernos en lo espontáneo, en lo emotivo, en lo imaginario. Conscientes del valor de esta práctica rechazamos el cuento como material utilitario y curricular, como cuestión solamente infantil. El narrador tiende con sus historias, puentes de encuentro entre quien cuenta y quienes escuchan. Y también entre los escuchas mismos. Todos aunados por la emoción de un relato. El narrador crea, además, un espacio donde le da al Otro un sentido de pertenencia, se puede sentir seguro, le permite vivir nuevas experiencias y desarrollar la autoestima. El Otro, aunque parezca pasivo al escuchar, va construyendo su imaginación, ampliando el vocabulario, sintiéndose amado, protegido, aceptado y respetado (elementos necesarios para un crecimiento armónico).
¿Cómo se forma un narrador oral?
La narración oral es un arte, y como tal debe conocerse sus herramientas, como usarlas y potenciarlas. No hay dos narradores iguales, puesto que se estimula las condiciones naturales de cada uno, llevándolas a la mayor posibilidad de expresión posible. Esas herramientas son: la voz y el cuerpo. La voz, incluye: ritmo, las pausas, el volumen, las entonaciones, entre otras. El cuerpo tiene que ver con: el movimiento, la quietud, los gestos de la cara, los ademanes, el desplazamiento en el espacio. Todos estos elementos deben ser estudiados (cuánto debe durar una pausa, cuándo hacerla, la pausa corta, la pausa prolongada, por ejemplo), analizados desde la teoría. Y luego ver cómo se aplica en la práctica. Para ello están los cursos, los talleres. Allí nos formamos y descubrimos cuáles son nuestras falencias (para poder superarlas) y cuáles nuestras potencialidades (para apoyarnos en ellas). Pero, además, es sumamente importante la formación en otros aspectos, como la escritura, la lectura, la psicología, la pedagogía, para ejemplificar con algunas artes y ciencias.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Silvia Marzioni