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Puro Cuento

ILUSTRACION DEL AUTOR// PURO CUENTO// La historia resultó un artilugio para conseguir bebidas gratis.

He atravesado muchas veces este pueblo pero nunca me pasó por la cabeza la idea de hacer un alto en él. Nunca digas nunca… el agobiante calor y la sed conspiraron hoy para que detenga mi automóvil a un costado de su plaza y trasponga la puerta del caserón donde un tosco cartel proclama “Bar fonda i almasen El ornero de migel Casteyano”. Las decrépitas mesas están vacías; decido acodarme al mostrador y pedir una cerveza bien fría. Mientras el bolichero me sirve la bebida veo que surge desde el penumbroso fondo del local la figura de un paisano de barba renegrida que, tambaleante, se instala a mi lado mirándome fijo. Voy a decirle algo pero el hombre, sin presentaciones ni preámbulos, dueño de una voz aguardentosa y de un extremado aliento etílico, me gana de mano hablándome como si me conociese de toda la vida.

“ Mire señor; yo se lo dije a don Patricio… vea, le dije, estos peones que contrató no parecen tener todas las luces encendidas. No digo que sean tontos, le dije, más bien es que mueven manos y pies mucho antes de pensar en lo que van a hacer con ellos. Don Patricio me miró de reojo y me contestó que yo era igual porque movía la lengua antes de pensar que voy a decir con ella. Que era mejor que los pusiese a prueba y después de un tiempo sería él quien habría de decidir que hacer con los susodichos… y me largó parado. ¡Qué le parece señor!... Atanasio y Sandalio pasaron a integrar la peonada de “La Florecida”, la estancia de don Patricio Pérez Ramos donde yo era el encargado.”

El bolichero se acerca sin que lo llamen y sirve a mi anónimo relator una buena copa de ginebra que el susodicho apura en tres tragos sin pestañar haciendo al mismo tiempo seña de otra más. Abro la boca para decirle ¡qué corno me importa a mí..! pero el barbudo me deja con las palabras en el aire al continuar imperturbable con su historia.

“Hubiese visto señor, había llovido toda la noche. La gente se levantó temprano, matearon un buen rato y cuando asomó el sol entre las nubes que huían hacia el norte despaché a cada uno con su tarea diaria, eso sí, muy bien explicada por mí. Menos al Atanasio y al Sandalio. Ellos me miraban fijo desde un rincón, esperando, mientras yo pensaba ¿qué les puedo ordenar a este par de pájaros? Como tenía que acercarle unas bolsas de semillas al puestero del Monte Chico se me ocurrió ordenarles que prepararan la chata y la llevaran frente al galpón para hacer la carga. Media hora después los veo a los dos chapaleando en el barro, tirando de la chata.

─ ¡Eh!, pero… ¿se puede saber qué hacen? ─ les grité desde el otro lado del patio.

─ Cómo que hacemos ─ me contestó Atanasio dejando caer la lanza en el barro ─ lo que usted nos dijo; llevar la chata hasta el galpón.

¿Sabe señor?… en ese momento no supe bien que decir. Decidí entonces poner cara de malo y caminé hacia ellos, lentamente, viendo como retrocedían abriendo los ojos cual terneros degollados.

─ Muchachos… muchachos ¿con qué clase de peones de estancia estoy hablando?

─ Si me habla a mí… ─ dijo Sandalio ─ soy de clase mil novecientos noventa.

Atanasio se apuró en responder:

─ Y yo mil novecientos noventa y uno.

Le juro señor, no pude evitar reír. No se si por contagio o para quedar bien conmigo ellos también rieron hasta que agarré a los dos badulaques de los brazos para decirles:

─ Miren muchachos, ¿no les parece mejor atar primero los caballos a la chata y que sean los animales quienes tiren de ella?

Se miraron ambos y ¿sabe señor lo que me contestó el Sandalio?

─ ¿Y porqué no nos dijo eso antes? ─ y me agregó muy suelto de cuerpo:

─ Por no saber usted dar las ordenes mire como nos embarramos…

Creo señor que me puse colorado… pero conté hasta cien antes de decirles con forzada calma:

─ Muchachos… preparen la chata atándole los caballos, dos caballos, y hagan que ellos la lleven hasta el frente del galpón. Carguen diez bolsas de semillas ¡sobre la chata!… ¡ah!... y después barran el galpón.

─ ¿Barremos el piso? ─ preguntó Sandalio.

Ahí reconozco que les contesté mal ─ ¡No!... ¡barran el techo!... ─ les grité ─ ¡y desaparezcan de mi vista hasta el mediodía!

Puede usted creer, señor… le fueron a contar a don Patricio que yo los había hecho embarrar a propósito para castigarlos después con tareas peligrosas mandándolos a los gritos a barrer el techo a dos aguas del galpón. Y ¿sabe señor?... el patrón me echó del puesto porque dijo que trataba mal a los peones. ¿A usted le parece justo señor?”

El hombre de barba renegrida apura de un solo trago la restante copa de ginebra poniendo así fin al largo monólogo del que fui circunstancial y mudo oyente. Sin darme tiempo a contestar ni preguntar nada, el barbudo se da vuelta, apunta hacia la puerta y parte con pasos vacilantes sin saludar. Hubiese querido saber porque a mí con ese cuento pero se fue nomás, y aquí estoy, sin conocer su nombre ni el motivo de tal confesión.

Pienso en lo absurdo de la situación vivida y veo que el bolichero ( supongo es Miguel Castellano, que seguro de castellano sabe muy poco) cumple con mi pedido de otra cerveza. Le pregunto entonces quien es el personaje y porque cuenta esa historia a una persona que desconoce. Muy serio me dice:

─ Mire don… siempre que entra al bar un extraño como usted y está el “Negro” Morán pasa lo mismo; ahí nomás le inventa un cuento, uno distinto cada vez, y después se va…. ¡sin pagar!

─ ¡No me diga! ─ respondo riendo.

─ No… no se ría tanto…─ me dice el bolichero ─ los extraños siempre me pagan lo que toma el “Negro”… y hasta me dan propina.

─ No entiendo porque ─ le contesto sorprendido.

El tal Miguel Castellano, mirándome feo, pasa lentamente un trapo sucio por sobre el mostrador y con cara de muy poco amigo, arrastrando las palabras, me responde:

─ Porque el “Negro” les cae en gracia ¿sabe? ─ y acercando su cara a la mía me subraya ─ ¡a todos!... y por eso pagan ¿entendió?

Salgo del bar - después de pagar mis cervezas, copas ajenas de ginebra y depositar la propina - cruzo la calle hacia la plaza del pueblo bajo cuya tupida arboleda está resguardado mi automóvil y que es lo que veo… el tal “Negro” Morán durmiendo a la sombra de un ombú. ¡Sí!.. es mi oportunidad de jugarle una broma antes de seguir mi camino, para satisfacción mía, nada más. Me acerco sigilosamente al no tan bello durmiente y me inclino ante él.

─ ¡Levántese Morán! ─ le grito al oído ─ ¡Soy Patricio Pérez Ramos!... ¡el patrón de “La Florecida”!...

Esperaba un susto de aquellos… pero el hombre ni se mueve; apenas si abre lentamente un ojo para mirarme.

─ Patricio Pérez Ramos no existe, es puro cuento ─ me responde somnoliento cerrando el ojo.

Insisto enojado ─ ¡Cómo que no!… ¿quién soy entonces?...

Esta vez abre los dos ojos, se reincorpora a medias, me mira de arriba abajo y señalándome con el dedo exclama:

─ Pero claro… si señor… ¡es usted don Patricio!... Págueme entonces lo que me debe por mi trabajo de encargado de su estancia en el cuento que le hice hoy. Pero que no sea en plata… ¡que sea en porrones de ginebra, señor!

Autor: REDACCION

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