En
la city porteña existe consenso en que el cepo cambiario se
mantendrá al menos hasta las legislativas de octubre
próximo,
porque la única solución a la vista para superarlo es
devaluar en
forma real, y no virtual como está ocurriendo, y esa medida
sería
piantavotos para el oficialismo.
El gobierno puso
patas para arriba buena parte de la lógica
económica, tal vez cebado por el hecho de que el universo
capitalista de los países desarrollados como se conocía
hasta la
quiebra de la banca Lehman Brothers en 2008, atraviesa una
crisis
de la cual no puede salir. A cada amague de
recuperación sobrevienen hecatombes como la
que está ocurriendo ahora en la pequeña Chipre, que aplicó
un
corralito que poco tiene para envidiarle al que los
argentinos
debieron soportar en el 2001/2002, y volvió a poner al euro
en el
centro del debate.
Pero que el mundo
desarrollado la esté pasando mal no implica
necesariamente que la Argentina esté aplicando un modelo coherente
y beneficioso para el bolsillo de sus habitantes. La economía
necesita previsibilidad, y el cepo cambiario puso
sobre la mesa confusión y falta de transparencia, y le negó
a los
argentinos la posibilidad de proteger sus ahorros ante
cualquier
contingencia como la depreciación del peso, a la que tarde o
temprano se terminará echando mano.
Como ejemplo,
concretar ahora una operación de compraventa,
sobre todo en el rubro inmobiliario, representa un dolor de
cabeza, porque es casi imposible ponerse de acuerdo en el
precio
de venta. Adquirir un
repuesto importado termina complicándole la vida al
comprador, porque quien vende suele calcular el precio sobre
la
base del dólar blue, o a lo sumo hacer un mix entre el
inaccesible
billete oficial y el que se consigue a cuentagotas en el
mercado
negro.
Pero tal vez una de
las peores noticias para la economía es el
convencimiento de que aún liquidando la cosecha de soja, y
la de
maíz autorizada recientemente, no hay atisbo de que el dólar
en el
mercado paralelo vaya a a desinflarse. Todo indica que, a
contramano de lo que sostiene la teoría
económica -que en la Argentina encuentra escollos en una maraña de
intervenciones- la mayor oferta de dólares en la plaza no
implicará una baja de la cotización.
¿La razón? Los
pesos devaluados que recibirán los exportadores
del Banco Central -restada la retención- serían volcados al
dólar
paralelo, porque es la única garantía para cubrirse de un
futuro
incierto. Así, a diferencia
de lo que algunos analistas sostenían hace
algunos meses, y el Banco Central se preocupaba en propalar,
el
fenómeno de la disparada del dólar marginal lejos estaría de
ser
un episodio "estacional".
Tal vez por ello la Casa Rosada ordenó
salir a meter miedo en
la plaza cambiaria, y desde hace tiempo al dólar ya no se lo
llama
"blue" desde las usinas oficiales, sino
"ilegal", y se acaba de
aplicar una dura penalización a una de las casas de cambio
más
importantes del mercado, con el objetivo de que sirva de
escarmiento y advertencia de lo que le puede ocurrir al
resto.
Al Gobierno también
le cayó muy mal que el principal operador
de cambios del mercado haya hecho caso omiso a la
advertencia
lanzada por el secretario de Comercio Interior, Guillermo
Moreno
para que baje el dólar paralelo. "Lo que no se
comprende es que el cepo cambiario despertó a un
gigante dormido, y solo volver a una lógica de mercado puede
poner
las cosas en su lugar", es la respuesta que dan los
cambistas.
El problema es que
para poner las cosas en su lugar debería
volver a permitirse que la gente atesore sus ahorros en la
moneda
que desee, que quienes quieran viajar al exterior puedan ir
con la
cantidad de billetes que necesiten y que las empresas que
deben
importar insumos tengan las divisas necesarias, y ninguna de
estas
tres necesidades está en condiciones de ser satisfecha por
el
Banco Central.
La jefa de la
autoridad monetaria no supo responder días atrás
una pregunta directa de la presidenta, formulada delante de
otros
funcionarios: ¿Cómo puede ser que hayamos perdido más de
2.000
millones de dólares de reservas con todas las medidas que
tomamos?
Mercedes Marcó del
Pont no habría sido convincente con su
respuesta, ya que la explicación de que hay lobos agazapados
en la
city porteña no alcanza a justificar el entuerto en el que
se
metió el gobierno al prohibir al normal funcionamiento del
mercado. El problema no pasa
solo por lo que un grupo de especuladores
estén haciendo, sino por lo que piensan millones de
ahorristas
argentinos, curtidos en el arte de la especulación y el
engaño,
que saben que a la larga en la Argentina siempre ganó
el que
apostó al dólar.
Lo curioso es que,
a pesar del discurso oficial, casi nunca en
el país el que apostó al dólar ganó tanto como ahora, con
una
brecha del 60 por ciento entre la divisa oficial y el
paralelo. Este argumento no
se puede discutir ni con los malabares
discursivos (el relato) a los que suele acudir el oficialismo a la hora
de
hablar de la economía, ya que los números hablan por si
solos.
En este escenario,
solo puede esperarse más de lo mismo: el
gobierno continuará simulando que no existe una devaluación,
porque sería suicida en términos políticos blanquear la
depreciación del peso que ya se dio en los hechos. Al menos hasta las
legislativas de octubre, donde Cristina
Fernández se juega su proyecto de reelección vía reforma
constitucional, no habrá que esperar cambios en el modelo.
Incluso, ya
existiría algún sondeo a supermercadistas grandes
para mantener el acuerdo de precios hasta fines de octubre,
a
cambio de quedarse con el negocio de la financiación con
tarjeta,
y sacárselo a los bancos: son unos 2.400 millones de pesos
anuales.
Lo curioso es que
para un consumidor es casi imposible saber si
un hipermercado mantiene los precios -se anunció un
congelamiento
sin lista de referencia en un abanico de miles de
productos-, y
parte del acuerdo con el gobierno implicaría que los
controles
serán laxos para determinarlo.
La otra pata del
problema continúan siendo los grandes gremios:
al gobierno le cayó como una bomba que un sindicato
"amigo", como
la UOM,
haya reclamado un aumento del 35 por ciento. Esperaban que el
supuesto congelamiento de precios convenciera
a Antonio Caló y sus dirigidos de que debían bajar sus
apetencias
salariales. Pero si hay un
sector que no mastica vidrio en la
Argentina es
el gremial, y los metalúrgicos saben con claridad cuál ha
sido el
comportamiento de los precios. También conocen de
sobra las remarcaciones aplicadas por parte
de los hipermercados entre noviembre y enero últimos, justo
antes
de que se pactara "congelar" precios.