Editorial

Por un punto más de rating

"Que el mundo fue y será; una porquería, ya lo sé; en el quinientos seis, y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros, Maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, varones y dublés. Pero que el siglo veinte, es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue", escribía el inefable Enrique Santos Discépolo en 1934, cuando su tango "Cambalache" definía una realidad que tiene plena vigencia.

Muchos años después, en 1963, la talentosa María Elena Walsh editaba una canción infantil que expresaba: "Me dijeron que en el Reino del Revés, nadie baila con los pies, que un ladrón es vigilante y otro es juez, y que dos y dos son tres".

Cualquier tipo de coincidencia con la actualidad, no es una mera casualidad. En estos tiempos, donde los valores y las convicciones fueron a parar, en muchas circunstancias, al tacho de la basura, esas letras, con diferentes ritmos, tienen una validez absoluta.

Se recuerda, con frecuencia, que no es bueno "hacer periodismo del periodismo mismo", pero en determinadas ocasiones resulta poco menos que inevitable hacer referencia a determinadas conductas de los responsables de formar opinión.

Los comunicadores no siempre respetan el decálogo del periodista. Y en rigor a la verdad, ni siquiera lo disimulan cuando abordan temas sensibles. De los buenos y de los no tantos.

Es común ver en los medios televisivos más influyentes, el tratamiento que le dispensan a hechos intrascendentes, ocupando minutos que parecen no acabar nunca.

Personajes impresentables que son elevados a una categoría que jamás soñaron alcanzar por méritos propios, al margen de involucrarse en situaciones criticables desde todo punto de vista, seguramente contribuyen a ganar algún punto de rating.

Las peleas interminables en el mundo de la farándula, que varían de manera constante, es uno de los temas preferidos de los opinólogos de situaciones triviales para el común de la gente.

Pero, están convencidos, que ese tipo de informaciones vende más que otras noticias de un contenido de mayor valor.

El tratamiento de los hechos policiales, con verdaderas actuaciones de los periodistas especializados que están convencidos que tienen la capacidad suficiente como para esclarecer robos y crímenes, es otro segmento al que le sacan un rédito importante.

Ni hablar de los analistas deportivos, que pretenden imponer sus opiniones con brabuconadas y a grito pelado. Son los mismos que, después de la victoria de River en el partido de ida, hoy están instalando el concepto de "vida o muerte" para Boca, el equipo del rafaelino Gustavo Alfaro, para la revancha en "La Bombonera".

Es la oferta que hoy presenta la televisión, en la mayoría de los canales de aire o de cable. Tómala o déjala. Esa parece ser la cuestión por estos tiempos.

Quien se sienta frente a uno de esos aparatos, cada día más complejos y con permanentes avances tecnológicos, sabe a qué se expone, aunque se resista a aceptarlo y se ilusione con ver y escuchar algo diferente.

El accionar de los bomberos en los recientes incendios declarados en la vecina provincia de Córdoba, si bien fue cubierto por enviados especiales o por corresponsales locales, fue un tema que se agotó en un par de días y que hoy ya pasó a formar parte de una historia reciente.

Lo mismo sucede cuando los temporales afectan a diferentes regiones. La noticia suele recibir un tratamiento puntual en el momento que ocurre el siniestro, pero desaparece como por arte de magia de la pantalla en cuestión de horas.

Se podrían enumerar infinidad de situaciones de esta naturaleza, pero los editores seguramente interpretan que "no venden demasiado" como para que la gente manifieste su interés durante un tiempo prolongado.

Enrique Santos Discépolo y María Elena Walsh, está claro, definieron mejor que nadie la idiosincrasia de un pueblo que consume masivamente lo que desde los grandes medios le imponen.

Ni hablar de buscar opciones, porque es significativamente más simple alejarse por un momento de un informe escaso de contenido, que de un programa de interés general.

Hoy, cualquier monólogo de Tato Bores, de las décadas del 80 ó del 90, tiene una vigencia tan real, que al escucharlo uno tiene la sensación que lo está pronunciando hoy mismo. Como para que los que sostienen que todo tiempo pasado fue mejor, tengan argumentos sólidos para defender esa postura.

Así estamos. Será que nos merecemos esto que nos venden cada día con la excusa, nunca declarada, de ganar un punto a rating a cualquier precio? Nadie lo va a reconocer, pero tácitamente, no puede disimular que esas cuestiones forman parte de una estrategia marketinera de la que no es prudente apartarse y que debe respetarse, aunque la mediocridad califique al producto.

Autor: REDACCION

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