b/n “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn. 20, 1-9).
Este domingo los cristianos celebramos la Pascua, en la que el hijo de Dios después de haber vivido la pasión y muerte (jueves y viernes santos) fue resucitado en el tercer día, tal como estaba anunciado en las escrituras, para la salvación de las personas de todos los tiempos.
Oscar Romero, arzobispo de El Salvador y asesinado en 1980, quien será beatificado el 23 de mayo, había expresado dos años antes de su muerte: “¡Qué hermosa la vida cuando a pesar de las pruebas, sabemos que toda va siendo calcada en la voluntad del Señor! Procuremos que el mensaje de Cristo muriendo en la cruz se refleje en nuestra vida entregada a su voluntad santísima”.
En la oscuridad que envuelve a la creación, María se queda sola para mantener la llama de la fe frente a la cruz del Viernes Santo, pero es al mismo tiempo la mujer de la esperanza en la Resurrección de Jesús, quien acompaña a la primera comunidad cristiana.
"Te miramos, Jesús, clavado en la Cruz. Y surgen preguntas apremiantes: ¿Cuándo será abolida la pena de muerte, practicada todavía hoy en día en numerosos Estados? ¿Cuándo será borrada toda forma de tortura y la supresión violenta de personas inocentes?", fueron algunos de los interrogantes expuestos en el texto del Via Crucis de anteayer en el Coliseo de Roma.
Frente a una sociedad que pareciera dar la espalda a Dios y vive este fin de semana largo casi sin cuestionarse sobre el sentido más profundo de la Semana Santa, Jesús nos ayuda a comprender el triduo pascual: pasión, muerte y resurrección.
Durante la misa crismal en el Vaticano, Francisco repasó las tareas de los sacerdotes: “llevar a los pobres la Buena Nueva”, “anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos”, “dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. Isaías agrega: “curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos”.
También aprovechó para hacer una reflexión sobre los tipos de cansancios. Está “el cansancio de la gente, de las multitudes”. Este cansancio es bueno, está lleno de frutos y de alegría. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. De este modo, el Pontífice afirmó que no “podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos, y lo que es peor, pastores aburridos”.
Esta última frase de Bergoglio bien puede utilizarse a los dirigentes con poder de decisión y tantos ciudadanos que viven sus vidas con "cara de vinagre", una imagen fuerte pero que de alguna manera nos invita a todos a cuestionarnos como personas en el paso por esa vida.
Atrás quedaron los cuarenta días que marcaron el tiempo de Cuaresma, justamente de preparación y revisión de nuestras vidas para buscar un cambio interior sobre aquellas cosas un tanto oscuras.
Se dice con razón que la Semana Santa es la semana mayor de la cristiandad, donde el misterio del amor por la humanidad se hizo palpable, llevando Jesús a la cruz nuestras debilidades y pobrezas humanas y materiales, no solamente de hace más de dos mil años sino que es la representación diaria de nuestras locuras e incoherencias actuales.
En este día pascual, abramos nuestros corazones como las mujeres y los discípulos que fueron al sepulcro y quedaron sorprendidos: “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn. 20, 1-9).
La respuesta a este misterio lo podemos encontrar en palabras de san Juan Pablo II, quien vino a la Argentina en 1982 y 1987, al cumplirse 10 años de su muerte el 2 de abril último, expresando el 25 de enero de 1989: "Nos invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta a los discípulos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha ´hecho espiritual´ y ´glorificado´ y ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales y a un cuerpo humano".
Este domingo los cristianos celebramos la Pascua, en la que el hijo de Dios después de haber vivido la pasión y la muerte fue resucitado en el tercer día, como estaba anunciado en las escrituras, para la salvación de la humanidad de todos los tiempos. Una vez más es un desafío ser cristianos con la esperanza en la vida eterna más allá de lo temporal y no ser cristianos por tradición, testimoniando una vida coherente al Evangelio.